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Historias indias
C

orría el año de 1909 cuando, después de toda una vida de lucha guerrillera contra las fuerzas norteamericanas y mexicanas, murió el gran jefe apache Gerónimo en Fort Still, Oklahoma. Aunque su fama volaba de boca en boca como llevada por el viento de la frontera, a partir de ese año comenzaría a crecer su leyenda. A las historias contadas por los abuelos mientras se debía uno de guarecer de las lluvias de arena, se sumaron la literatura y el cine para esculpir la imagen que con el tiempo se acrecienta. Casi medio siglo antes, en 1846, aparecía la primera historia de Mark Twain sobre la idea del oeste norteamericano: el célebre salto de la rana en el condado de Calaveras, que establecería las bases para una narrativa que hiciera legendario al Oeste como espacio mítico de conquista de territorio. La fábula como género regresaba modernizada al contarnos la tensión entre el hombre blanco y el agreste territorio natural que incluía al indio norteamericano. Veinticinco años antes de la muerte de Gerónimo nacía en Mix Run, Pensilvania, el vaquero más importante de las películas silentes: Tom Mix, quien establecería las bases para una cinematografía del héroe en el género más popular de la industria del cine: el western.

Exposiciones, cuentos, fotografías, películas y tradición oral hicieron de la figura de Gerónimo una leyenda nacional. Cada generación creaba su propia historia. En los años 60 la versión cinematográfica que se tuvo de ella se realizó en 1962, dirigida por Arnold Leven, y la protagonizó Chuck Connors. Treinta y un años después sería Walter Hill quien nos diera su visión, en 1993, ofreciéndonos Gerónimo: una leyenda americana, en la que, por vez primera, el papel protagónico fue realizado por un indígena norteamericano, Wes Studi, al que acompañan Gene Hackman, Robert Duvall y Jason Patric.

La cinta de Walter Hill trata de contarnos la vida guerrera de Gerónimo como una epopeya basada en los valores seculares de la cultura indígena, ésa que tiene como centro la libertad de movimiento en su territorio, la cabalgata como forma de acercarse al paraíso, la aceptación de sus visiones como parte de la realidad, el conocimiento profundo del paisaje y, sobre todo, el honor guerrero. Por todo ello, aceptar las condiciones del ejército de ocupación norteamericano para rendirse y vivir en una reservación era, para Gerónimo y su gente, tanto como aceptar morir para siempre. La negociación, pacífica en momentos y peleada en otros, es el hilo de la cinta. El exterminio de su comunidad es la consecuencia última después de la muerte del guerrero.

Traigo esta historia a cuento pues hace unos días, en una conversación sobre museos, después de contar que los sentimientos que me embargaron cuando visité hace poco el Museo del Indio Americano en su sede de Washington fueron de tristeza y de profundo vacío, Benoit de L’Estoile me hizo conocer que la historia de la creación de ese museo es un nuevo paradigma. Con todo su conocimiento sobre la historia de los museos etnográficos de Francia y cargado de su sabiduría sobre el quehacer de las nuevas instituciones museísticas en gran parte del mundo, el académico francés me explicó que en el museo se había invitado a los grupos indígenas norteamericanos a contar lo que era su historia, su realidad y su vida. Quedé estupefacto entonces, pues la historia cuasi epopéyica que yo vi contada con orgullo en las salas del Museo del Indio Americano de Washington fue la terrible empresa del exterminio del indio americano, la historia de la victoria del hombre blanco anglosajón sobre la naturaleza, su entorno y sus hombres y mujeres originarios. Lo que se cuenta allí es la historia de la orgullosa colonización a través de la muerte física y la muerte y aniquilamiento final de una cosmogonía a la vez única y diversa.

Quizá este emborronamiento de la identidad que se transmite en el museo y que desde hace tantos años se manifiesta en la sociedad estadunidense es la razón por la que Ry Cooder, al encargarse de la música de Gerónimo: una leyenda americana y buscando la más certera autenticidad, haya acudido a Hoon-Hoortoo, grupo musical de Tuvá, república autónoma de la antigua Unión Soviética, cuyos pobladores habitan un territorio entre Mongolia y Siberia. Este pueblo nómada secular, a causa de su aislamiento, mantiene un estilo de canto y de forma musical que se adentra en las profundidades del tiempo. De esta forma, combinando orquesta sinfónica, brass band, instrumentos tradicionales de los indígenas norteamericanos y de los habitantes de Tuvá, acordeón, mandolinas, guitarras, flautas, chelos, marimba y voces, Ry Cooder produce una música profunda, que recupera el drama que se vive cada día en la frontera entre dos culturas; una música en la que se siente la soledad de las montañas, la nostalgia del agua, la voz de la arena, la sed de la memoria.