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Nosotros ya no somos los mismos

Un mexicano que ha transformado la industria cinematográfica nacional

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Alejandro Ramírez Magaña, presidente del Consejo Mexicano de Negocios, durante el foro Expansión 2015 Nuevo Modelo, celebrado el 10 de septiembre de 2015 en Ciudad de MéxicoFoto Cristina Rodríguez
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i me dedico a introducir la fina atención de ustedes a un mexicano (adulto maduro, pero muy bien cuidado), cuyas prendas personales, en los más variados aspectos de su vida puedan permitirnos diferenciarlo del pueblo llano. Si procuro construir su imagen renunciando a adjetivos superlativos y rimbombantes y me concreto a datos fehacientes, a hechos tan comprobables y ciertos que están a la vista de los que quieran (y, por supuesto, puedan) ver.

Si tal es mi propósito tendré que empezar por los orígenes: la familia. Tradicional, conformada en la rígida estructura de los valores del siglo pasado y del más pasado. Respeto incondicional a los progenitores y en general a los mayores. Educación conservadora y en colegios e institutos exclusivos. Formación profesional y académica de primer nivel, sin limitaciones, al contrario, horizontes amplios y sin limitantes… dentro del primer mundo (de los de más abajo, con boleto de los transportes Flecha Roja o el Metro basta.)

Los títulos y reconocimientos académicos del, hasta el momento, anonymus muestran sus claros intereses vocacionales: la economía, el desarrollo económico, la administración de empresas. Las instituciones que testimonian su sapiencia son lo más apabullante de los dos mundos que importan: Harvard y Oxford.

Profesionalmente no escatimó sus luces a ningún sector social: aceptó incorporarse al estatal, como secretario del Gabinete de Desarrollo Humano y Social. También asumió la representación de México ante la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), de la delegación permanente de México ante el organismo, en París, Francia.

Por otra parte, su pertenencia al sector privado, al que finamente se integró, nos mostró su evidente concordancia con sus principios y objetivos.

Hasta aquí, si ustedes tuvieran que proponer un nombre para el perfil que he venido describiendo, estoy seguro de que una amplia mayoría pensaría, y con sobradas razones, que había hecho el retrato hablado del funcionario prodigio del sexenio, el Héctor Suárez de la administración pública, o sea el campesino tlaxcalteca llamado Tránsito y apodado El mil usos que se desempeñó como cargador, albañil, Santaclós, viene viene y dragón en un crucero vial. O, para los deportistas, un símil más cercano: el de Jim Jensen, de los Dolphins de Miami, que supo cubrir –caso extraordinario– el total de las posiciones necesarias para el cumplimiento del equipo. Vale decir que en todas las responsabilidades que ambos asumieron, lo hicieron con conocimiento y responsabilidad. El pasado sábado hice la prueba y leí los datos anteriores y algunos que conocerán más adelante, a un grupo de amigos (que como eran mis invitados me tuvieron que escuchar) y la reacción no se hizo esperar: Así que a la co­lumneta ya se la cargó la cargada. ¡Qué bueno que nos das a conocer que ya te formaste con Meade!, para tomar nuestras precauciones, porque tú no le has atindo a la grande ni con don Pedro Lascuráin, que la tenía asegurada constitucionalmente, aunque fuera por 45 minutos, de las 17:15 a las 18 horas.

Entiendo que mis generalidades y circunloquios puedan confundir a la multitud; por eso, ya sin ambages, aclaro que no me refiero a don José Antonio Meade Kuribreña, quien, hasta el momento de teclear estos renglones, se desempeña como secretario de Hacienda. No puedo asegurar que allí permanezca a la hora que usted me haga el favor de leerlos, dado que las condiciones atmosféricas son totalmente impredecibles en razón de la negativa de don Don(ald) a ratificar el Protocolo de Kioto (rebautizado por el insigne estadista, científico y hombre de letras –de la A la U–, don Vicente Fox de S., como el Protocolo de Coito).

Ahora que, pensándolo bien, la confusión de mis amigos y también de la multitud es explicable. ¿Qué otro miembro del gabinete puede cubrir las características de nuestro semibiografiado? Revisen los cu­rrículos de los señores secretarios y comprobarán que la mención del señor Meade era en automático.

Pero basta de rodeos e imprecisiones que hasta parecen elaboradas a propósito. Digámoslo de golpe. El personaje al que he venido haciendo referencia no es otro (si lo fuera la columneta sería una torpe o una falsaria, y yo les aseguro que podrá tener otras cualidades, pero no éstas) sino don Alejandro Ramírez Magaña, el cual –quién lo dijera– parejea en edad, estudios y amplitud ideológica, con el secretario de Hacienda citado hace 10 minutos (ya duró, ya duró).

Desgraciadamente en la IP no es común este desdoblamiento de actitudes. Ojalá hubiera en ese sector más de estos hombres que, totalmente troquelados en la ideología de clase, conforme crecen, maduran y, por estudios, lecturas, malas compañías o maestros (frecuentemente curas con remordimientos de conciencia, pero tocados por la gracia para la cual, como ellos mismos dicen: los caminos son infinitos) entendieron al menos lo que, no hace mucho, solía llamarse la doctrina social de la Iglesia. ¿Pero en la era Trump hay empresario que se permita recordar siquiera a León XIII?

Don Alejandro, échense este trompo a la uña, les repito, el empresario anteriormente descrito: es egresado de las universidades de Harvard y de Oxford. Alto funcionario del gobierno mexicano, así haya sido en el desgobierno de Vicente Fox, a su reincorporación a la iniciativa privada se sacó igualmente puro 10 y diploma de excelencia (igual que su servidor con los hermanos lasallistas). Fue nombrado director general de Cinépolis, la cuarta empresa de cines más importante del mundo: cuenta con más de 500 complejos en países tan complejos como sus instalaciones. Se le reconoció como el filántropo más destacado del año (en un país en que la filantropía está siempre ligada a las deducciones fiscales). Se le otorgó el premio como el Exhibidor Global del año (Costa Rica, Chile, Brasil, Chile, India, España y Estados Unidos) y fue nombrado, además, presidente del Consejo Mexicano de Negocios, no hace mucho Consejo Mexicano de Hombres de Negocios… Pero que el futuro nos alcanza y en una verdadera blitzkrieg, encabezada por la comandanta María Asunción Aramburuzabala, el feudo (ridículo y muchas veces injusto por la vigencia de costumbres medievales, como la progenitura o las dotes), se descuajaringó y, con el berrinche de los herederos más reaccionarios y conservadores, ha quedado demostrado que en esto de la plusvalía y los mayores rendimientos, las amazonas son difícilmente superables.

Cuenta la leyenda que en 1996, el joven Alejandro ejercía su vocación primera: la economía y el desarrollo social, en Naciones Unidas. Allí recibió un telegrama (todavía no existían las videoconferencias, ni los correos o los WhatsApp). No sé cómo se enteró la leyenda, pero asegura que decía: Álex, te necesitamos. Tu abuelito, Enrique Ramírez Miguel. La contestación fue en persona y en acciones inmediatas. En un sexenio, que acudió al llamado del abuelo, Alejandro transformó la Organización Ramírez: no fue sólo el cambio de imagen, sino de estructura y funcionabilidad. A él se deben varias implementaciones de vanguardia: la sala Imax, proyecciones en 3 o 4 DX y la idea de las salas VIP, para quien suele ir al cine a cenar, beber o simplemente degustar palomitas y, por supuesto, con localidades personalizadas, aunque se ocupen únicamente la mitad de la función. Como sea, don Alejandro es un innovador que ha transformado la industria cinematográfica en este país y en algunos otros. Pero sin llegar a los extremos de considerar al cine, simplemente como una industria o, para otros como expresión cultural, un excepcional medio de comunicación masivo y aun como el arte (séptimo) de la contemporaneidad. Reconozcamos que el cinematógrafo no ha venido siendo desplazado, como la televisión, de los intereses y atractivos de las nuevas generaciones. Ir al cine es penetrar a un territorio para las saudades, la añoranza, las expectativas y los sueños. Por eso, diría el maestrísimo Emilio García Riera, en uno de sus emocionantes excesos: El cine es mejor que la vida.

Terminaré esta intromisión en la vida y propiedades privadas de algunos mexicanos de excepción (creo que fueron seis) con una convocatoria a don Alejandro Ramírez Magaña. No es fácil, pero tampoco imposible: en la industria del cine, el exhibidor es mano. Los distribuidores, productores, creadores están al final del rosario. ¿Y si un poderoso exhibidor, sin riesgo de sus inversiones, por supuesto, le apuesta y le da una oportunidad al cine y no a las palomitas? Hablemos de esto unos renglones en lo que recibo un poco más de respuestas a mi simplón de matemáticas de la semana pasada.

Twitter: @ortiztejeda