Opinión
Ver día anteriorDomingo 20 de agosto de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El bello mayo
M

ayo 1962, el París de la clase obrera. El mismo año en que el francés Chris Marker realiza su emblemático relato breve La jetée (El muelle), también comienza a elaborar, en colaboración con Pierre LHomme, El bello mayo (Le joli mai, 1963), uno de sus mejores cine-ensayos y también una radiografía muy original de la capital francesa. El modelo evidente lo había propuesto ya antes el documentalista Jean Rouch, junto con el sociólogo Edgar Morin, en su Crónica de un verano (Chronique d’un été, 1961), donde a partir de una única pregunta, ¿es usted feliz?, los autores indagaban en el verano parisino de 1960 cómo vivían, laboraban o disfrutaban sus tiempos de ocio un grupo de ciudadanos interrogados, la mayoría, en la calle; otros, en sus lugares de trabajo. Lo que añade El bello mayo a aquel interesante trabajo de cinéma-verité es un elemento de poesía urbana y fuertes dosis de humor a una indagación similar sobre las preocupaciones, prejuicios y anhelos de un segmento de la población parisina, la clase obrera, que el cine francés parecía haber desatendido desde aquel protagonismo suyo tan formidable en los tiempos del Frente Popular, en el cine de ficción de los años 30, en algunas cintas, hoy revaloradas, de Jean Renoir, René Clair y Julien Duvivier.

En El bello mayo, las apuestas son novedosas. En lo estético, el tributo a París se aleja por completo del lugar común y de la tentación de lo pintoresco. A las tomas de conjunto del paisaje urbano se suman los acercamientos intimistas a personajes y objetos que claramente emulan la fotografía de Cartier Bresson, en el detalle de un anuncio publicitario, en algún elemento hoy desaparecido del mobiliario urbano, inclusive en los gatos que irrumpen en el cuadro con su característico modo impertinente, y en los rostros de niños y ancianos sorprendidos en sus rutinas diarias. En lo político, la apuesta es todavía más interesante. Chris Marker toma un evidente partido por las clases populares, sin delatar en ello ningún ánimo panfletario. Interroga a comerciantes y obreros, a sindicalistas y militantes, a los inmigrantes árabes, a las modestas costureras y a las amas de casa sumidas, día a día, en la precariedad; y también, a manera de contraste, a los jóvenes militares y a los imberbes tiburones de la bolsa de valores que condicionan su eficacia profesional a su distanciamiento total con todo tipo de compromiso político. Un personaje reivindica así su apatía individualista: Yo no pienso, esa es la sabiduría suprema; como los budistas, prefiero hacer un vacío en torno mío.

Entre las personas entrevistadas en El bello mayo, un estudiante africano observa con curiosidad a los franceses, los cuales eran para él, en su terruño colonial, todos blancos y civilizados, triunfadores por antonomasia. Desde que vive y estudia en París los descubre diversos, vulnerables y complejos, casi humanos, aunque todavía inaccesibles y distantes. Marker captura asimismo las polarizaciones políticas del momento. En la calle, con las heridas del conflicto en Argelia aún abiertas, y las manifestaciones y la represión policiaca siempre presentes, los transeúntes discuten y se enfrentan, irreconciliables. El sonidista de Chris Marker improvisa un dispositivo para grabar los altercados muy por debajo de la cámara, a ras casi del suelo. El espectador se sitúa así, sin intermediarios aparentes, en medio de la disputa. Es el cine directo en su expresión más completa. En una secuencia reveladora, un obrero argelino altamente calificado denuncia el racismo que experimenta a diario, advirtiendo en él, ya sin matices, la envidia y recelo que sienten hacia él sus colegas franceses mal pagados y resentidos. También aparece un personaje fuera de serie: el antiguo sacerdote convertido en sindicalista comunista que luego de un largo dilema entre su compromiso político y su fe católica, elige lo primero sentenciando: No tengo tiempo de ocuparme de Dios ni de las posibilidades de su existencia. Una crónica social y política impregnada de poesía urbana.

Chris Marker, el estupendo y polifacético cineasta a quien Ambulante, gira de documentales dedicó en 2013, en la Cineteca Nacional, una amplia retrospectiva, tenía la exhibición pendiente de una copia restaurada de El bello mayo, uno de sus trabajos más fascinantes, que era hasta hoy también uno de los menos vistos. La temporada de Clásicos en pantalla grande repara la injusticia en México y propone a los cinéfilos, este fin de semana, un gran descubrimiento.

Se exhibe en la sala 10 de la Cineteca Nacional a las 18 horas. Se recomienda mucho reservar y comprar en línea: www.cinetecanacional.net .

Twitter: @CarlosBonfil1