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La asamblea nacional, de mero trámite; nadie leyó los acuerdos a aprobarse

El cónclave priísta, escenario para una despedida de Peña sin cuestionamientos
 
Periódico La Jornada
Domingo 13 de agosto de 2017, p. 8

Llegó con un saco negro que se quitó apenas comenzó su paseíllo para repartir palmadas a los hombres y besos a las mujeres. Después de largos minutos de tomarse fotos con los militantes que lo apapachaban, el presidente Enrique Peña Nieto subió al escenario y, con un pase de torero, se enfundó una chamarra roja, el color que identifica a los priístas en sus andanzas electorales. Entonces se lanzó al 2018: México gana cuando gana el PRI, dijo, y se llevó una de las muchas ovaciones de la tarde.

Afuera, Peña Nieto es un presidente impopular, como lo indican sus índices de (des) aprobación. Pero aquí, en el recinto que el ingenio popular ha rebautizado como Palacio de los Rebotes, el primer priísta del país comenzó a despedir su sexenio igual que llegó: con todo el poder sin cuestionamiento alguno.

Lo escuchaban en las primeras filas la nomenclatura de su partido y su gabinete, los ojos puestos en Aurelio Nuño y a quien saluda más efusivamente; en el saco color café de José Antonio Meade, simpatizante del PRI como lo fue del PAN, y en la lista de presidenciables gracias a la reforma estatutaria de estos días; en la cara de funeral del hombre sentado al lado del secretario de Hacienda, Miguel Ángel Osorio Chong, con expresión de quien sabe que no será candidato a la Presidencia pese a lo que digan las encuestas.

Antes, como ya se hizo costumbre, el Presidente había roto lanzas contra el populismo y añadido lo que algunos interpretaron como una dedicatoria a los promotores del Frente Amplio Opositor.

Valor y visión de futuro ofrece el PRI mientras del otro opuesto sólo existe el abismo. Unos, dijo, apuestan al caudillismo, la sumisión de sus aliados y la división del país. Otros por falta de experiencia y el fracaso de sus gobiernos disimulan con incongruencias.

Hace poco más de cuatro años, en la anterior asamblea, el video armado para la ocasión recorrió la historia del partido, pero se tragó varios sexenios. Antes de Peña Nieto, sólo existió Adolfo López Mateos, quien solía decir: A mi izquierda y a mi derecha está el abismo. Igual que ahora en el discurso peñista.

No hubo en el mensaje presidencial las señales que la clase política priísta anhelaba, sobre el método para seleccionar al candidato presidencial ni tampoco los trazos de la personalidad de su posible sucesor.

Hubo, eso sí, un apastillado resumen del informe que ofrecerá a la nación en dos semanas (presumió, por ejemplo, que el suyo sí ha sido el verdadero sexenio del empleo y que ha logrado una recuperación de 12 por ciento del salario mínimo). El repaso de sus logros y sus reformas, incluyó los costos políticos que su gobierno pagó con gusto porque se atrevió a cambiar y mejorar las cosas.

La reunión de miles de priístas en la Ciudad de México fue un mero trámite. Nadie leyó los acuerdos que todos aprobaron. Los encargados de las mesas –comenzando por Manlio Fabio Beltrones– sólo glosaron los documentos votados en las mesas realizadas a media semana, y al terminar las lecturas se alzaron miles de brazos. Y ya.

En las primeras filas estaba la generación priísta que perdió y recuperó la Presidencia. Sus principales figuras, gobernadores que fueron virreyes y legisladores todopoderosos en los dos gobiernos del PAN, que pusieron y quitaron funcionarios de órganos formalmente autónomos. El poder de ninguno, quizá ni siquiera el de todos juntos, se equipara al que posee el Presidente.

En este sexenio, el PRI volvió a ser el partido de compañía del ocupante de Los Pinos en 2012, y en eso sigue.

Las ovaciones más sonoras no ocurrieron cuando los oradores hablaron de disminuir la pobreza, de los derechos de las mujeres o de la correcta marcha de la economía. No, se dieron cuando Enrique Ochoa Reza, el presidente del PRI habló de la decisión de poner fin a los saltos de los chapulines (los plurinominales que brincaban a otro cargo de la misma naturaleza). Beltrones y Emilio Gamboa, beneficiarios del chapulinazo si los hay, aplaudieron más fuerte que los demás (porque saben que, pese a la estridencia, el acuerdo no pasará la aduana de la autoridad electoral).

En la siguiente elección deben buscar el voto por tierra, dijo Ochoa Reza, quien nunca ha contendido por un cargo de elección popular.

Otro punto muy celebrado por la concurrencia –importa el poder y no las causas– fue el acuerdo de que uno de cada tres candidatos será un joven priísta. De las filas de los alumnos de las escuelas de cuadros surgió el alarido: ¡Uno de tres, uno de tres!

Ochoa aprovechó el viaje para hacer campaña contra el PSUV, cuando dijo que el PRI es la única fuerza política capaz de detener al populismo autoritario que ha afectado tanto a Venezuela.

Aunque en todos los discursos se insistió en que los priístas corruptos son la excepción y no la regla, el respetable público aplaudió cuando el diputado Jorge Carlos Ramírez Marín anunció la creación de la secretaría anticorrupción, y más todavía cuando definió el perfil futuro del tricolor: “Queremos ser un partido más libre, un partido más moderno y un partido más alegre. El éxito de nuestra función como partido se mide precisamente porque… en la vida cotidiana cualquier ciudadano tenga más buenos momentos que aflicciones, más satisfacciones que decepciones, en resumen, más sonrisas que lágrimas. Esa es la revolución de hoy y este es el partido que la está haciendo”.

Los creadores de sonrisas serán, en la definición que Peña endosó a sus compañeros de partido, soldados de la patria que irán a la batalla del 2018 con el orgullo de llevar en el emblema de nuestro partido los colores de la bandera.

Es mi bandera la enseña nacional/ son estas notas su canto electoral, creyó escuchar alguien mientras el Palacio de los Deportes se vaciaba de camisas y blusas rojas.