Opinión
Ver día anteriorLunes 7 de agosto de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Querido Sam Shepard
Foto
Sam Shepard y Patti Smith, en una foto tomada del libro Patti Smith: 1969-1976, photographs by Judy Linn
E

sto iba a llamarse Huellas de Sam Shepard o algo así, pero preferí platicar con tu fantasma, tan familiar a causa de las películas. Con ese aire de gringo buena onda, duro pero galán, ya desde los setentas te convertiste en la gran esperanza blanca del teatro gabacho. Niño enterrado marca un hito, y mira que sí, de tus 40 obras brotan dramas y pasiones trágicas que no desmerecen junto a Tennessee Williams. Pronto comenzarías a revolver teatro, cine, prosa y rocanrol. Tus poemas neoyorquinos de uso callejero preceden por años tu papel de cronista perezoso en la gira tumultuosa de Bob Dylan Rolling Thunder (1975). Por entonces actúas una de tus primeras películas, Renaldo y Clara, dirigida por Dylan y que hoy nadie toma en serio. Ni con el Nobel.

Como buen gringo, la traías con el cine. No propiamente realizador, y de guionista no mucho (a pesar de tu loquera de Zabrieskie Point para Antonioni y tu si-no colaboración con Wenders en París, Texas). Tú querías salir en la pantalla. A fuerza de crear y dirigir tus piezas aprendiste de los otros, de tu cinefilia y de tus propios instintos. Tuviste el honor de protagonizarle al gran Robert Altman tu Locos de amor (1985), con Kim Basinger y toda la cosa. Nadie como tú encarnó la fusión de cine y literatura. Siempre guapo para los estándares modernos, no te costó sentirte Gregory Peck (te delata Muchacha de Brownsville, tu canción con Dylan de 1986). Te fuiste clavando en la actuación, digno heredero del Club de la Testosterona de John Cassavetes y sus amigotes Ben Gazzara, Peter Falk, Alan Arkin, David Mamet, siendo Jessica Lange tu Gina Rowlands.

Ora que te moriste me vino a la memoria una de mis favoritas tuyas, Homo Faber (o El viajero), la película de Volker Schloendorf (1991) sobre la novela de Max Frisch, donde eras Faber, ya no suizo sino estadunidense (sin culpas de posguerra). En ese tipo escéptico, defensivamente racional, lejano, irónico, seductor renuente con algo de Bogart, me pareces en el registro que lograste en tus mejores filmes. De hecho acabaste haciendo demasiados, mejor hubieras escrito más. Por culpa de Ridley Scott, que te extrajo un personaje espléndido en La caída del Halcón Negro (2001), Hollywood te estereotipó para militar all american, por ejemplo.

Es memorable el aterrizaje forzoso en el desierto mexicano que al inicio de Homo Faber te pone en Tamaulipas. Para entonces ya sedujiste a una aeromoza y eres como los demás pasajeros: un damnificado en medio de la nada. Acabas en Tampico, a shitty place que detesta el personaje. Simultáneamente escribes Cruzando el paraíso, donde retratas a Schloendorf en Papantla derrotado por la Venganza de Moctezuma, mientras tratas, como en otros textos, antes y después, de descifrar a los mexicanos. Pocas veces le atinabas, pero tu humanismo cínico te salva. ¿Qué tal tus viñetas familiares en la Riviera Maya en Días de días (2010)? Nice try, Sam. Sin embargo me parece que de tu periodo cinematográfico salen algunos de tus libros que prefiero, los relatos y retratos que son road movies de la mente (Crónicas de motel, Cruzando el paraíso, Días de días, El gran sueño del cielo). Homo Faber y tus relatos transcurren en el camino, encontrando tragedias griegas y pesadillas personales a la Raymond Carver, o bagatelas tremendas, guiado por tus héroes Beckett, Rulfo, Handke.

Pero no eras un verdadero intelectual. Tu conflicto paterno es real y bíblico, una batalla vitalicia contra el progenitor desobligado, egoísta, borrachales. Para colmo, eras su vivo retrato, él sin rasurar y siempre crudo. Cuánto lo alucinabas. Le hiciste un documental demoledor, digno de tus grandes dramas white trash. En Homo Faber (con una jovencita Julie Delpy y la estupenda Bárbara Suckowa), de la nada y las coincidencias surge una tragedia griega.

Tu western personal te remite a Ford, Houston, el tocayo Peckinpah. Hasta tus churros hollywoodenses los resolviste con prestancia. Por eso te quisimos tanto. Tu romance, amistad y derivados con Patti Smith ya lo platican ella, las fotos de Judy Linn y los rencuentros de la ruquez en YouTube.

Se apagan los reflectores, se levantan tramoya y tiradero. César Vallejo (ese hijo de india, mi poeta favorito, decías) escribió desde la cárcel para la huella de tu huella: La Muerte de rodillas mana/su sangre blanca que no es sangre./Se huele a garantía./Pero ya me quiero reír. En la pantalla ya corren los créditos de letra chiquita. Aquí el grande eres tú.