15 de julio de 2017     Número 118

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Testimonio

El sueño americano:
incertidumbre, indefensión,
cárcel, maltrato…

Lourdes Rudiño


FOTOS: Joseph Sorrentino

Este es el testimonio de un hombre oriundo de un poblado del municipio de Coyuca de Catalán, Guerrero, quien en septiembre de 2016 emprendió la aventura de cruzar la frontera con Estados Unidos (EU) buscando al final llegar a Oakland, California, donde un restaurante le estaba ofreciendo la oportunidad de laborar con un pago de 16 dólares por hora, algo que, dice, en México no podría conseguir jamás.

Se fue de mojado, pero no consiguió su propósito; lo detuvieron las autoridades migratorias de EU junto con un hermano menor, quien iba con las mismas intenciones laborales, y con otros nueve hombres, jóvenes todos y también aspirantes de empleo. Estaban ya en territorio de Texas, viajando en la panza de un tráiler. Los detuvieron poco antes de llegar a Houston, a ocho los deportaron de inmediato, pero a tres de ellos, incluido el que da el testimonio, los retuvieron en estatus de “testigos protegidos” para que declararan en contra del trailero/pollero. Esa retención se prolongó por seis largos meses. Apenas el 3 de abril de 2017 los tres lograron retornar a territorio mexicano.

El relato muestra las ganas de trabajar de este hombre, a quien, por seguridad, denominamos con un seudónimo, Pedro; su frustración porque en territorio mexicano la delincuencia organizada hizo quebrar un negocio de comida que él tenía en su pueblo, y por último sus ganas de emprender nuevamente una actividad que le permita sostener a su familia. Su historia muestra también la indefensión e incertidumbre que sufren los migrantes detenidos –con dificultades incluso para comunicarse con sus familias–, la inseguridad en que estas personas se mueven, estando a expensas de polleros, abogados y autoridades migratorias, y la urgencia de desarrollar en territorio mexicano oportunidades de empleo y progreso reales, con freno a la delincuencia organizada.

“Tengo 41 años, soy casado y tengo una niña de 13 años de edad y un niño de nueve. Nací en Guerrero, en una comunidad de un pueblo apartado, que está en la colindancia de Guerrero y Michoacán. Tengo la escuela de mi padre, muy buena, porque nos enseñó a trabajar, cualquier tipo de trabajo decía que era muy bueno, trabajo honrado; recuerdo cuando era niño que, en las aguas, sembrábamos el maíz, el cacahuate y a veces el ajonjolí, y en las cuaresmas sembrábamos la sandía, las calabacitas, el chile, jitomate y cilantro para ir saliendo adelante. Todo lo que vendíamos era de lo mejor. La sandía que teníamos era la mejor. Las mejores calabacitas, chile de árbol no se diga, cilantro, rábano, cebolla, todo eso sembrábamos, y así fue como salimos adelante. El maíz era lo principal, pues era indispensable para comer nosotros y el ganado que tenía mi papá.

“Actualmente las actividades económicas allí son difíciles, pues hay muchos problemas con la delincuencia organizada, no te dan opción de trabajar, te extorsionan y deciden también quién hace qué. Por ejemplo, los delincuentes dicen quién puede vender carne de cerdo, y es ese el que vende y nadie más, y hay que obedecer. Ellos dicen cuándo y qué se puede pescar. Y hay que obedecer.

“Cuando yo salí de mi pueblo, siendo joven, estuve trabajando en el restaurante Toks, llegué de lavaplatos, me superé hasta llegar a ser encargado de cocina, fui el chef de la tarde, pero era mucho trabajo por poco dinero. Allí estuve primero diez años, salí y regresé otros cinco. Luego decidí independizarme y puse un negocio cerca de mi pueblo, lo hice junto con mi hermano. Era un negocio de comida y nos iba muy bien, pues en Toks aprendí platillos nuevos y allá les gustaron, estuve así unos ocho o diez años pero no pudimos seguir adelante, pues la delincuencia empezó a pedirnos cuotas y ya no pudimos seguir adelante.

“Entonces me fui a El Paso, Texas, y me fue muy bien, trabajé en el Carl’s Jr., que es de comida rápida y hamburguesas; luego me fui a un restaurante de comida mexicana y después a uno árabe. Allí me fue mejor. Estaba yo de indocumentado. Eso fue en 2009 y estuve allá tres años sin ver a mi familia. No podía regresar a México, pues corría el riesgo de que me detuvieran en el próximo intento para regresar. Así que desde allá le mandaba dinero a mi esposa cada ocho días, y a veces a mi hermana para ayudar a comprar las medicinas que requería mi papá, quien sufrió Alzheimer los últimos años de su vida. En un cierto momento, cuando ya había juntado un dinero, dije: ‘ya es tiempo de que vaya a ver a mi esposa, a mis hijos y a mi padre y a mi madre’. Mi papá había empeorado en su enfermedad, había que bañarlo, moverlo, cargarlo, y me quedé a cuidarlo. Él falleció hace casi dos años, por eso es que tomé la decisión de ir nuevamente a EU para juntar dinero y posteriormente regresar con mi familia.

“La primera ocasión que fui a Estados Unidos crucé por Ciudad Juárez, estuve 15 días en la frontera esperando una oportunidad para que me pasaran los polleros. Y me pasaron. No hubo dificultades, no me topé con la migra. Entonces íbamos dos. Cruzamos el muro, con una escalera especial. Tenía a dónde llegar y a los ocho días me puse a trabajar.

“En esta nueva ocasión no tuve suerte. Un señor que conocimos mi hermano y yo cuando tuvimos el negocio de comida nos ofreció ir a Oakland, pues sus hijos son americanos y tienen un restaurante allá. Nos ofrecían pagarnos muy buen dinero, 16 dólares la hora, que aquí en México nunca voy a conseguir. Ese señor nos apoyó con un dinero para hacer el primer pago para los polleros que nos pasarían, que eran tres mil dólares por cada uno. Íbamos mi hermano, un amigo del pueblo y yo. Salimos el 23 de septiembre de aquí, volamos a Monterrey, Nuevo León, y de allí agarramos un autobús a Reynosa, Tamaulipas. Allí nos estaban esperando los polleros. Habíamos hecho el trato con esos polleros por unas personas de Michoacán que nos los recomendaron. Nos habían dicho que eran seguros, pero la realidad fue otra. De Reynosa, los polleros nos subieron a una lancha para cruzar el Río Bravo, y fue algo rápido, pasamos en cinco minutos. Nos habían dicho que alguien nos estaría esperando al otro lado y no era cierto. Ya íbamos 11. Decidimos correr y fue entonces cuando el conecte de los polleros nos alcanzó; nos repartieron entonces en varias casas, ‘casas de aseguranza’, le llaman ellos. Mi hermano, mi amigo y yo estuvimos en la primera casa unos cinco días, y luego nos fueron moviendo a otra y otra casa. Estuvimos en tres casas. Estando en Mc Allen, los polleros nos pidieron otro pago de dos mil dólares por cada uno, aunque ese no era el trato original, pues nos habían dicho que los dos mil los pagaríamos al llegar a Houston. El señor que nos apoyó primero, el papá de los dueños del restaurante, no quiso darnos más dinero pues pensó que era una extorsión de los polleros, y tuvimos que recurrir a la familia (hermanos, primos, mamá) para que depositaran el dinero. Después de eso, los polleros nos subieron al tráiler. Nosotros habíamos pagado supuestamente por un viaje especial porque íbamos a ir en un camarote de un tráiler pero la realidad fue que nos aventaron en un tráiler que no era seguro, a la brava nos aventaron. El tráiler no cerró una compuerta de abajo y nosotros íbamos con peligro de caernos. Tuvimos que brincar para el otro lado [del tráiler] porque estaba muy peligroso ir allí; mi hermano salió golpeado del pecho y yo de los brazos. Todos resistimos. Íbamos los 11. Éramos hombres todos. El mayor tenía 48 años y luego yo de 41, pero macizos. Todos los demás eran más chavos. Los tres que íbamos juntos esperábamos llegar a Houston, pues allí nos iban a esperar unas personas que nos llevarían a Oakland.

“Pero la migra detuvo al tráiler. Eso fue el 4 de octubre. Pasábamos por el chequeo en la última garita antes de llegar a Houston. Los de la migra tienen perros y nos olieron. Nos detuvieron a todos. Nos llevaron a las oficinas de Migración y nos hicieron preguntas. A mí y a otros dos nos dijeron que nos íbamos a quedar para cooperar como testigos protegidos para acusar al trailero, pues ya lo conocían y traía un récord malo. Sabían que él traficaba personas y lo estaban investigando. Pregunté cuánto tiempo tardaría eso y me dijeron que no mucho, no más de un mes. A los tres nos llevaron a un centro de detención, al Brooks County Detention Center, de Falfurrias, Texas. En una corte de migración me pusieron una abogada, la misma que le pusieron a los otros dos. Ella era americana pero hablaba bien español. Casi nunca vi a esa abogada; me dio su teléfono, pero nunca contestaba. Mi familia desde Guerrero y la Ciudad de México le marcaba también, pero nada. Estábamos en la incertidumbre. Yo quería saber cuándo podría regresar a México.

“Yo sé que ese centro de detención recibe entre 120 y 150 dólares al día por cada persona que tiene allí. No sé quién los paga pero eso es un negocio para el centro. Hacen mucho dinero con los indocumentados. En el centro hay tanques, o celdas, donde caben 48 personas. También hay celdas de castigo, para cuando uno se porta mal. Son cuartos muy chiquitos donde sólo cabe una persona. Les llaman ‘pozos’. Yo estuve en un pozo unos tres o cuatro días, cuando apenas me habían agarrado. Me pusieron una inyección en la vena, no sé qué vacuna es esa. Se la ponen a todos, si uno se hincha es que está enfermo, creo que de tuberculosis, y entonces te apartan de los demás para que no contagies. Yo no me hinché.

“En la celda para 48 personas hay como cinco teléfonos. Para utilizarlos les tienes que poner crédito. Si no, pides llamada por cobrar, pero sale muy caro, por venir de una cárcel. Mi esposa pagaba dos mil pesos por el bill del teléfono allá en Coyuca. Eso es mucho dinero. Mi cuñada, que está en Atlanta, me ponía dinero para que yo hablara pero aun así era muy caro. Opté por no llamar, sólo hablaba cada 15 días. Cada día para mí era una eternidad, me sentía solo. El desayuno nos lo daban a las 3 o 4 de la mañana: un cereal, leche, puré de manzana y un pedacito de plátano. Y la comida es… ¡uff!, te dan una hamburguesa de soya. Es la famosa chancla, conocida así en las cárceles. Es muy dura, de soya y con un olor muy feo. Pero no te queda de otra. Comes o no comes. A veces te dan frijoles o arroz o papas, pero papas mal cocidas. Es una cosa fea. Si tienes un familiar allá que te mande dinero –como yo con mi hermano y mi cuñada, de Atlanta–, pues te manda y hay tienda y puedes comprar sopas Maruchan, las puedes comprar con arroz, y chicharroncitos que venden en bolsitas. Compraba yo el chicharrón y lo echaba en la Maruchan. Le echaba poquito para que me durara. Allí tú convives con todo tipo de personas; algunos están acusados por asuntos de droga y hay otros que están allí sólo por pasar a EU en forma ilegal. Cuando llegas allí te preguntan si eres de alguna pandilla, te preguntan ‘¿con quién corres?’ Tú debes decir ‘yo no corro con ninguno, soy solo’ y te ponen con los que son ‘solanos’. Algunas veces te mandan con ciertos grupos, les llaman ‘gangas’, son grupos de reos que ya tienen tiempo detenidos, andan tatuados. Si uno se porta bien, no se meten con uno. Me tocó ver presos peleándose, pero mientras uno no se meta con ellos, ellos no se meten con uno. Es respeto por respeto.

“El chofer del tráiler se declaró culpable el 27 de enero de 2017. Y era lógico que entonces debimos salir en libertad los tres testigos protegidos del caso. Pero fue apenas el lunes 3 de abril que nos liberaron. Tardaron mucho tiempo y el chavo de Migración que nos sacó nos dijo ‘ustedes debieron salir desde el 27 de enero, ¿por qué no fue así?’, y es que nosotros le marcábamos y marcábamos a la abogada y nunca contestaba. A la abogada no le interesábamos. Una vez nos citó para que fuéramos a la corte, pero ella no fue. Fuimos a declarar, la juez nos dijo que no alcanzábamos fianza, porque no teníamos cargos, sólo estábamos de testigos protegidos, pero en cuanto se cerrara el caso a nosotros nos liberarían.

“Yo digo que las cosas pasan por algo. Mi Dios me tiene una cosa más buena en mi país para estar con mi familia. Por eso me frenó llegar allá. Tal vez allá me iba a pasar algo. No sé. En el centro de detención escuché muchos casos, por ejemplo el de un joven que cruzaba y lo agarraban, volvía a cruzar y lo agarraban, e insistía, hasta que por fin lo logró. Cuando ya tenía como un mes trabajando en EU, se subió a una moto, se estrelló y se mató. Yo no reniego. Sí es cierto que en la celda me ponía triste, era lógico, pensaba en mis hijos, en mi esposa, mi niño es muy apegado a mí. Me preocupaba que no tuvieran dinero. Es un sentimiento que no le deseo a nadie. No sé de dónde saqué fuerza, algo me vino a la mente, y comencé a pensar que mi familia estaba bien, y rezaba todas las noches, pedía por ellos. Antes de salir hacia EU soñé a mi papá que me aconsejaba no ir. Debí hacerle caso. Gracias a Dios estoy aquí y no me pasó nada.

“Ahorita que veo que está muy difícil ya irse a EU, tengo planes para ver si encuentro un apoyo [de gobierno] y ver si puedo criar pollos o chivos, como yo sé hacer muchas comidas, puedo matar a los animales e ir sacando para vender comida, ya guisado el producto. Es lo que estoy pensando. Lo que me preocupa son las extorsiones, la gente ve que estás trabajando bien y te empiezan a pedir, pero a ver qué podemos hacer. El presidente Peña no está haciendo su trabajo; cada vez hay más delincuencia.

“Yo digo si todos los mexicanos que no tienen papeles y que están en EU se armaran de valor y no trabajara nadie unos tres días o una semana, no más, ese país se derrumbaría de volada. Estados Unidos no es nada sin los indocumentados, porque somos los que hacemos el trabajo fuerte allá. Yo le dije a uno de Migración, ‘tú sabes que los del trabajo pesado somos los indocumentados. Ustedes no van a ir a trabajar a la construcción, porque se trabaja a pala y pico y ningún gringo lo hace’. Simplemente para podar las yardas [jardines]ellos no lo hacen porque quieren ganar muy bien pero no saben trabajar. Para pensar son buenos, pero no para trabajar”.

opiniones, comentarios y dudas a
[email protected]