Opinión
Ver día anteriorDomingo 18 de junio de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ciudadanos truncos
E

n la mesa en un banquete la otra tarde, aunque la invitación establecía plena informalidad, protocolariamente la anfitriona sentó entre nosotras a un caballero maduro, con corbata de moño pero en mangas de camisa.

No sé si con el fin de poner en práctica mis (pocas) dotes para ser sociable, o si mi gesto se debió a mi osada, y a veces incontrolable, curiosidad innata, después de la sopa giré y le pregunté a mi nuevo conocido, táctica y gradualmente, los pormenores de su identidad.

Había nacido en La Habana pero, al principio de la Revolución, su familia decidió salir de Cuba y trasladarse a Estados Unidos, específicamente a Los Ángeles, California, donde, con el tiempo, y ya de nacionalidad estadunidense, él había fundado una galería de arte a la que desde un principio le fue bien y a la cual en el presente le seguía yendo bien, tantos años después. Tras comentarle lo interesante que me parecía su historia y felicitarlo por el éxito que tenía en su ocupación (al encontrarnos en México, a donde viajaba con frecuencia, me confió que admiraba tanto a Rufino Tamayo que en su momento llegó a conocerlo en persona), sin darnos cuenta fuimos cambiando de tema hasta llegar al más candente hoy día, o sea, la presidencia de Trump y sus adversas consecuencias, tanto para la mayoría de los ciudadanos de aquel país como para casi la totalidad de los gobiernos y de los ciudadanos del mundo entero.

Infundí suficiente confianza en el galerista para que no sin cierto orgullo incluso se animara a revelarme que desde el momento en que durante las últimas elecciones presidenciales se había dado a conocer formalmente quién era el ganador, él había experimentado tal revés, tal desesperada desgracia, que a partir de entonces y a la menor oportunidad renegaba de su nacionalidad adquirida y se declaraba, sin fundamento, de nacionalidad canadiense.

Fue cuando para mi propia sorpresa, a modo de sugerencia pero con énfasis delator, me atreví a reprenderlo pues, argumenté, precisamente ahora era el momento justo para declararse estadunidense, pues la gente que escuchara su declaración, sobre todo los extranjeros a su país de adopción, tenían que saber que, además de Trump y sus seguidores y aliados, existían ciudadanos de Estados Unidos como él, que por lo que yo veía era una persona pensante, sensible, sensata y, era evidente, alguien profundamente convencido de cuál era el principio cúspide de la educación o la civilización, cuyo cénit es nada menos que la buena convivencia entre todos los seres humanos, todos, con la excepción de Trump y compañía (quienes merecían, añadí, no ser eliminados de la Tierra, sino, para saber convivir, ser instruidos, a la manera de las ratas de Skinner, a salir del laberinto de su ignorancia, su estulticia, su carencia del sentido de justicia y su falta de compasión, así como a hacerse de los valores esenciales del hombre, los que de un modo u otro aparecen en los tres libros sagrados de las religiones imperantes en el mundo, la Biblia, el Corán y el Talmud), asuntos que incluyen el principio de que el hombre no ha de matar; debe amar a su semejante como a sí mismo y no debe hacer a otro lo que no quiera que le hagan a él.

Luego reflexioné en el tema de las nacionalidades y las leyes que las han determinado a lo largo de la historia de las naciones, así como en el tema de tantos finalmente ciudadanos truncos que no logran o no quieren o no pueden pertenecer o dejar de pertenecer a ninguna nación en particular, debido a leyes por su parte tan cambiantes como el clima, indiferentes al efecto que ocasionan en los ciudadanos. Y si bien es cierto que hoy, cuando un ciudadano tiene o adquiere el derecho, podría tener cuantas nacionalidades de hecho pudiera, o lograra, o quisiera tener, aparece un Trump retrógrado que contracorriente lo dificulta.

Me pregunto si la mayoría de la gente no quiere ser ciudadano estadunidense bajo Trump, ¿no sería la ocasión para que Trump recibiera con brazos abiertos a la minoría que sí quiere, o que tiene derecho a obtener o a recuperar la nacionalidad de Estados Unidos? O, también, ¿no sería la ocasión para que, ante las excesivas (absurdas, hirientes) disposiciones que ha impuesto Trump a los solicitantes de visa, el resto del mundo reaccionara y aplicara otro tanto a los estadunidenses solicitantes de visa a los países correspondientes?