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Gratitud
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Elena Poniatowska, colaboradora de La Jornada, tuvo anoche su fiesta de cumpleaños. En los patios del Claustro de Sor Juana, los mariachis la recibieron con Las Mañanitas. Sus amigos y lectores le decían: ¡85 veces felicidades! ¡Larga vida, princesa Poniatowska!Foto Guillermo Sologuren
A

ntes de empezar quisiera expresar mi tristeza indignada por la situación del periodismo en mi país y recordar aquí a dos corresponsales de La Jornada: Javier Valdez, asesinado hace unos días en Culiacán, y Miroslava Breach, hace más de un mes en Chihuahua, quienes –aunque no los conocí– son hermanos del alma y de oficio. Unos sicarios les quitaron la vida porque denunciaron a narcotraficantes. Estos asesinatos ponen al periodismo mexicano en estado de indefensión. Tiene razón Carreño al titular Pluma y plomo la escena del crimen. También tiene razón el fundador del semanario Ríodoce, al decir: No sabemos quién lo ordenó ni quién lo hizo, pero sí sabemos que el crimen organizado es directamente responsable.

Es un gran honor y una gratificación muy estimulante recibir a los 85 años una presea que ha sido entregada a Leonora Carrington, Teodoro González de León, Carmen Aristegui; los ex rectores de la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM), Juan Ramón de la Fuente y José Narro; la editora Beatriz de Moura, Olga Sánchez Cordero, Estela de Carlotto, defensora de derechos humanos en Argentina; Carlos Slim; el antropólogo físico Arturo Romano Pacheco, el editor Jorge Herralde, Carlos Monsiváis; el ex rector de la Universidad del Claustro de Sor Juana, Juan Manuel Silva Camarena, y María Dolores Bravo, maestra de muchas generaciones. Pasar a formar parte de este grupo bajo la bóveda del Primero sueño de Sor Juana es un honor que me compromete a seguir como lo hago desde los 21 años, cuando salí de un convento del Sagrado Corazón en el que me di muchos golpes de pecho porque a esa edad comete uno un rosario de espantosísimos pecados por intención, acción y omisión.

En el convento, las monjas nos hablaban del alma y era un tema tan constante en nuestras vidas que su presencia me llevó a hincarme varias veces al día en la capilla de Eden Hall.

La religión me concedió un alma, no sé de qué color o tamaño pero he vivido con esa presencia invisible y misteriosa casi 85 años. Quién más la cultivó fue mi madre, Paula Amor Poniatowska, una mujer que podía confundirse con un instrumento musical, una nube, una rama de nogal o un jardín porque era –en verdad– un jardín. Más que nadie supo lo que es el alma porque ella la tenía en los ojos, en las manos, en su forma de inquirir: ¿Estás bien? En cuanto a mí, supongo que confundí el alma con el espíritu o quizá con la conciencia, pero siempre me llegó desde lo alto la voz materna diciendo a sus hijos, a sus nietos, a sus bisnietos: Cuiden su alma. Pienso que si alguna vez me abrieran la caja del pecho y me sacaran el alma encontrarían en ella pruebas de la inmensa generosidad de la vida y una fotito cuadrada tamaño pasaporte con el óvalo perfecto y los ojos tristes de mi madre.

Hablo del alma porque en este claustro es fácil que ustedes encuentren a Sor Juana Inés de la Cruz, en su celda, en el refectorio o en las piedras de su piso que se remontan al siglo XVI. A lo mejor hasta pueden escuchar su voz y su extraordinaria respuesta a Sor Filotea de la Cruz.

Cambiando de tema, hace unos días, Francisco Martín del Campo puso en mis manos uno de los últimos libros de Gabriel Zaid, Cronología del progreso, publicado hace un año y me urge compartirlo con ustedes porque desde entonces me desvela y creo que todos deberíamos leer sus 206 páginas que abarcan 500 millones de años.

En su Cronología del progreso, que se inicia con el mito de la creación, Gabriel Zaid establece una larguísima lista de los progresos de la humanidad que él escoge con todo rigor, porque para él significan un avance en la evolución del hombre. De México elige el calendario maya, el dique de Nezahualcóyotl y años más tarde en 1980 el Diccionario Maya Cordemex. Hace énfasis en la defensa de los derechos humanos de los indios en 1552 de fray Bartolomé de las Casas. Zaid se salta varios siglos hasta llegar a José María Velasco y su Valle de México en 1917 y la Visión de Anáhuac, de Alfonso Reyes, en 1922. El hecho de que Vasconcelos patrocine el muralismo mexicano y Ángel Zárraga pinte Las futbolistas nos salva del anonimato en los años 30 y Gabilondo Soler lo hace en 1934 al crear Cri Cri, el grillito cantor y en ese mismo año Daniel Cosío Villegas, al fundar el Fondo de Cultura Económica. Curiosamente, después de Carlos Chávez, Zaid sólo recuerda a Manuel M. Ponce, entre los músicos y pondera su Concierto del sur para guitarra y orquesta y Bésame mucho, de Consuelito Velázquez, que dio la vuelta al mundo. Agustín Lara, pianista, cantautor de radio, merece su atención pero no Silvestre Revueltas, lo cual me entristece. Total, Gabriel Zaid rescata a menos de 30 mexicanos de los que sólo tres son mujeres: Sor Juana Inés de la Cruz, Consuelito Velázquez y Remedios Varo.

En su lista no caben Ramón López Velarde, Benito Juárez, Emiliano Zapata, Martín Luis Guzmán, Nellie Campobello, José Revueltas, Rosario Castellanos, pero sí varios creadores llegados de Europa, como la pintora española Remedios Varo con su La ciencia inútil o El Alquimista; Conlon Nancarrow –quien vivió en México, entre pianolas, a partir de 1948– y el cubano Pérez Prado, autor del Mambo número 5, quien hizo bailar a Carlos Fuentes entre bongós y maracas. La buena fama durmiendo, de Manuel Álvarez Bravo, es parte de la contribución de México al movimiento surrealista del mundo. A Leonora Carrington, contemporánea de Remedios Varo, Zaid no la menciona como tampoco menciona a María Izquierdo. Otro llegado de Europa fue el lingüista Mauricio Swadesh, investigador de la UNAM, y otro más venido de Canadá, Malcolm Lowry con su embriagador Bajo el volcán. Entre los grandes españoles exiliados de la Guerra Civil en 1939 sólo aparece Luis Buñuel, con su película El fantasma de la libertad. Guillermo González Camarena, quien inventó la televisión a color en 1940, es otro de los héroes de Zaid.

De Sor Juana Inés de la Cruz, en el siglo XVIII, prefiere Respuesta a Sor Filotea de la Cruz a Primero sueño, que Jesusa Rodríguez ha representado aquí en la mismísima celda de la monja jerónima.

En 1954 el sacerdote Ángel María Garibay K., maestro de Miguel León-Portilla, nos entregó su Historia de la literatura náhuatl, 1955; Juan Rulfo su Pedro Páramo. En 1958, Edmundo O’Gorman nos hizo el enorme regalo de La invención de América y León-Portilla su Visión de los vencidos, cuando la fábrica Dupont lanzó la fibra elástica Lycra. Gerardo Murillo, el Dr. Atl, pastor de volcanes, es un personaje no sólo del convento de La Merced, sino del Paricutín que hizo erupción en 1942. Sólo hasta 1966, México aparece de nuevo en la lista de Zaid con Blanco, de Octavio Paz, y dos habitantes de Cuernavaca retienen su atención, Erich Fromm e Iván Illich. En 1974 Teodoro González de León crea la arquitectura de concreto cincelado y Mathias Goeritz, de origen alemán, la Corona del Pedregal. Otro que Gabriel Zaid considera mexicano es Gabriel García Márquez en 1967 que salva a todo nuestro continente con su Cien años de soledad. Tamayo nos hizo aullarle a la luna y nos enseñó a comer sandías. Salvo la domesticación del frijol y del maíz, 7 mil años antes de Cristo, que tapiza las tierras de labranza de nuestro país, ningún mexicano más figura en esta lista que termina en 2015 con la nave espacial Kepler, que descubre el planeta Kepler (438b) semejante a la Tierra.

Todos podemos hacer nuestra lista. En la mía entrarían al igual que en la de Zaid (quien también escoge El hombre en llamas, de José Clemente Orozco) el gran oaxaqueño Francisco Toledo, el grabador Leopoldo Méndez, seguidor de José Guadalupe Posada, quien sí merece la mención de Zaid. No aparecen Morelos, Ricardo Flores Magón, el cura Hidalgo, Juana B. Gutiérrez de Mendoza, Mariano Azuela, Francisco Zarco, Ignacio Ramírez El Nigromante, Lázaro Cárdenas, Ramón López Velarde, Frida Kahlo con su fabuloso Lo que el agua me dio, Siqueiros, Amado Nervo, Carlos Pellicer, el arquitecto Juan O’Gorman, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Yuri Herrera, Elena Garro, Jaime Sabines, Luis Villoro, Juan Villoro, Jorge Cuesta, el Jorge Volpi de En busca de Klingsor, el premio Nobel de la Paz Alfonso García Robles, el astrofísico Manuel Peimbert Sierra, Rosario Castellanos, Sabina Berman, la socióloga María Amparo Casar, María Luisa Puga, el fisiólogo Arturo Rosenblueth, Salvador Zubirán, Luis Barragán, el cardiólogo Ignacio Chávez, Isidro Fabela, el juez de la Corte Internacional de La Haya Bernardo Sepúlveda, el fotógrafo y cineasta Gabriel Figueroa, Carolina Amor de Fournier, fundadora de la Prensa Médica Mexicana; Miguel Covarrubias, el arquitecto José Villagrán García, Pedro Armendáriz, Verónica Murguía, Lola Álvarez Bravo, Mariana Yampolsky, Graciela Iturbide, Pedro Infante, David Huerta con su poema sobre Ayotzinapa, el premio Nobel de Química, Mario Molina, Hugo Hiriart, a Dolores del Río, María Félix, Angélica Aragón, la cantante Eugenia León, el astrofísico Guillermo Haro, quien envió a tantos jóvenes con vocación científica a formarse al exterior y aunque quizá pueda parecer un despropósito, los caricaturistas que van desde Naranjo hasta El Fisgón. También me habría gustado ver en su lista a Tin Tan (ya que Zaid escoge a Pérez Prado y su Mambo número 5) y si vamos más lejos a Palillo, a José Alfredo Jiménez, a María Victoria, a Tongolele, a Vitola y a todo el Teatro Blanquita al lado de Juan Gabriel y los nuevos cineastas, Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu y Carlos Reygadas, el de la película sobre los menonitas, y desde luego a mis amigas Marta Lamas, María Consuelo Mejía, la universitaria Sara Poot Herrera, quien tanto hace por los jóvenes migrantes mexicanos, Raquel Serur y Jesusa Rodríguez.

Desde el rollo de papiro, las tablillas de cera, el pergamino, el lápiz de grafito, la pluma fuente, la impresión de la Biblia por Gutenberg hasta la página web a la que todos recurrimos no hemos dejado de progresar, pero no por eso somos mejores mujeres y hombres, somos –más bien– hijos de lo que Gabriel Zaid llama conciencia negativa del saber, pues lo que le está sucediendo ahora a México está muy cerca de Frankenstein o el Prometeo moderno, la novela de Mary Shelley publicada en 1818. Escribe Zaid que en las nuevas versiones del mito, Prometeo no quiere liberar a los hombres: quiere someterlos, acumulando saber, poder y capital. En nuestro país no son pocos los que venden su alma a las cadenas televisoras y a los nefastos partidos políticos. Goethe tendría mucho material de trabajo y su Fausto sería un cuento para niños al lado de nuestro diario acontecer político.

Gracias a Sor Juana, gracias a su claustro, gracias a su rectora Carmen Beatriz López Portillo, gracias a la maestra Sara Poot Herrera, quien ha sido diestra y generosa y gracias a todos ustedes por no haberse ido con Mefistófeles y ofrecernos en este claustro que es un tesoro, su limpia cara libre de todos los pecados que nos han agobiado en este horrible sexenio.