Opinión
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¿Socialismo del siglo XXI?
¿E

n qué consistió el mal llamado socialismo del siglo XXI? No es una pregunta fácil de responder, pero tampoco puede ser ya eludida. Para quienes nos interese el socialismo democrático, importa deslindar ese ideario de las prácticas económicas y políticas que prohijó el chavismo. Lo de Venezuela no es, ni ha sido, socialismo; ni del siglo XXI, ni de ningún otro siglo. Caudillismo desbocado del siglo XXI, quizá. Redistribución de la renta petrolera a sectores populares –a veces con recursos bastante creativos y positivos– también. Pero ¿un nuevo socialismo democrático? ¿Un enfoque creativo ante la economía del siglo XXI? No.

En Venezuela la economía está herida de muerte. Hay una escasez que engendra protestas multitudinarias, aun frente a la represión callejera, la amenaza de encierro y la violencia paramilitar desatada y sin cortapisas. La institucionalidad democrática se desfondó y es sustituida por el uso politizado del aparato estatal como instrumento de cooptación y coerción. Pan o palo, como don Porfirio. Pero ya queda poco pan, y la represión la administran a modo colectivos, guardias y hampones. Hay desconexión entre el presidente Maduro y la ciudadanía, cosa que se nota incluso en órganos de prensa chavistas, y una sangría brutal de la clase media profesional venezolana a todos los países de la región. Hay mafia en el poder y hay, siempre y sobre todo, dependencia petrolera.

Es verdad que el proceso venezolano ha promovido algunos elementos de socialismo y de democracia –son aspectos que se deben destacar y rescatar–, pero están subsumidos a una negociación constante entre los movimientos sociales y la estructura clientelar del Estado caudillista; subsumidos a la lógica implacable de una economía rentista.

Es cierto que lo que ha habido en Venezuela es también antimperialismo, sólo que entendido demasiado frecuentemente como chovinismo nacionalista, y como un sentimiento contrario al imperialismo estadunidense. El expansionismo capitalista chino, por ejemplo, no ha sido objeto de la crítica gobiernista, aunque los saqueos populares frecuentemente han hecho blanco de negocios chinos. Y ser contrario al gobierno de Estados Unidos escasamente le confiere a un líder o gobierno la dignidad de ser socialista. Los aliados más defendidos de Hugo Chávez fueron figuras como Kadafi, de Libia; Assad, de Siria; Ahmadinejad, de Irán, y Putin, de Rusia, que poco tenían o tienen de socialistas. Assad llevó un gobierno neoliberal en Siria; Ahmadinejad le rompió el espinazo al movimiento obrero que lo eligió; Putin preside sobre una genuina mafia en el poder, tan capitalista como la de nuestros cárteles, y Kadafi, que tuvo una época un poco más orientada al socialismo, ejerció un poder despótico de tal magnitud que durante años se adscribió la prerrogativa de violar de manera cotidiana a cada una de las 30 mujeres que componían su llamada Guardia Amazónica. Los amigos de Chávez podían ser valientes en su determinación de contrariar al gobierno de Estados Unidos, pero es imposible calificarlos de demócratas o de socialistas.

¿Hubo, acaso, un ideario económico del chavismo? Da la impresión de que el ideario, en la medida en que haya existido, fue un recalentado del pensamiento desarrollista de mediados del siglo XX: sembrar el petróleo, como se decía entonces, para con esa gran fortuna crear lo que Luis Echeverría en su momento llamó polos de desarrollo. Sólo que esa estrategia había sido intentada ya desde tiempos de Carlos Andrés Pérez, con resultados que no daban como para ser cacareados como la ideología de punta del siglo XXI. El chavismo experimentó también con programas de construcción de vivienda de gran envergadura, aunque de naturaleza no tan distinta de los que hay en economías neoliberales, como la de Chile. En el campo, el reparto agrario fue altamente desordenado, clientelar, violento y pleno de inversiones corruptas, al grado de que Venezuela depende más que nunca de importaciones de comida, sólo que ahora, con la baja en los precios del petróleo y los niveles inestimables de incompetencia del madurismo, llegan a Venezuela mucho menos importaciones de las que se necesitan, y a precios inalcanzables. ¿Resultado? Una cacería de brujas contra los llamados bachaqueros (los revendedores).

Los sectores de la izquierda que se decidieron por apoyar al chavismo lo hicieron por varias y distintas razones. Así, la economía brasileña se benefició enormemente de las políticas desarrollistas de Chávez, y quizá por eso, Lula apoyó a los gobiernos de Chávez y Maduro, pese a su evidente diferencia con el relativo buen gobierno y con los preceptos democráticos del PT. Otros gobiernos y movimientos también se beneficiaron del chavismo, ya fuera por sus inversiones y subsidios, o indirectamente porque Chávez les servía de pararrayos, pero el quid pro quo fue siempre apoyar, o al menos callar, respecto de un régimen caudillista, militarista, y pleno de violencia y corrupción.

Hoy ya no hay mucho beneficio que pueda repartir Venezuela allende sus fronteras. Sólo queda el desastre económico, y algo del espíritu socialista y de lucha de sectores aguerridos de la población. Finalmente, el imaginario económico del chavismo se parece demasiado a la borrachera petrolera que en su momento padeció el presidente José López Portillo: administrar la riqueza. Cuando baja el precio del petróleo, se termina la magia del mal llamado socialismo del siglo XXI. Hubo en el chavismo un ideario valiente en algunos aspectos, y ocurrente en otros. No cabe duda. Pero la altanería política del régimen fue de la mano de una falta de pensamiento económico innovador, y se reveló insuficientemente comprometido con el proceso democrático como para institucionalizar las ventajas importantes ganadas en la lucha social.