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Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios (LII)

¿T

odos contentos?

Eso parecía…

Por fin, contábamos ya con la ansiada fecha: segundo domingo del mes de noviembre de 1973 y nos dimos a la impresión y rotulación de las invitaciones. Y, a poco, con la entregadera, en lo que mucho nos auxiliaron los repartidores de los diarios de la mañana, que para eso de las direcciones sabían –y saben– más que el mismísimo director de Correos.

Teníamos ya casi todo armado y repartido, cuando dieron comienzo los pelitos en el arroz.

Macharnudo no paraba en sus visitas y encuentros con los informadores, además de sonarle con mexicana alegría al fax, y fue entonces que, desgraciadamente, un terrible ciclón, denominado Brenda, azotó con verdadera furia el territorio nacional, allá por agosto y cómo se había anunciado que las utilidades se entregarían al Banco de México, para que éste, a su vez, las hiciera llegar a la Secretaría de Salubridad, nuestro buen amigo el ganadero Mariano Ramírez se acercó a los tres de tres para que banco y secretaría hicieran llegar ese dinero a Encarnación de Díaz, una de las poblaciones más dañadas por el ciclón, más conocida como La Chona, donde él tenía ubicada una propiedad.

Le dijimos que nosotros no teníamos ninguna autoridad para ello, pero con gusto le daríamos una carta para que tanto el banco como la secretaría atendieran –en lo posible– su petición.

Así lo hizo y, al parecer, logró su propósito.

Vino otra.

Lalo, Bernardo y yo, unánimemente consideramos que el mejor locutor y animador del festejo sería Pepe Alameda, aunque, la verdad sea dicha, tenía yo ciertas dudas y por ello propuse que contactáramos al locutor Morenito, que radicaba en Aguascalientes, en calidad de invitado de honor, lo que gustoso aceptó.

Y vino el latifundio, ya que la noche anterior al festival, Pepe Alameda me invitó a cenar al Tío Luis, para lo que yo temía.

Me dijo que, sintiéndolo mucho, no podría estar al día siguiente con nosotros en el homenaje, ya que la firma cervecera que patrocinaba su programa taurino de televisión así se lo había hecho saber.

Total, Morenito a la arena y vaya que lo hizo más que bien, superior.

Y otra más.

El maistro que nos dijo que sus palomas eran lo máximo y que volarían a su hogar en cuanto les abriera su jaula, al solicitarle una prueba puso mil y un pretextos, así que, faltando tan sólo un día le dijimos gracias y hasta la otra.

El buen Lalo, estaba por demás apenado; no sabía cómo disculparse, así que Macharnudo y yo le dijimos que no se preocupara, que las palomas no eran artículo de primera necesidad y que nadie echaría en falta a las inválidas plumíferas y que mejor nos fuéramos a dormir, ya que había que estar bien temprano en la plaza.

A las ocho de la mañana del tercer domingo de noviembre de 1973, estábamos dos de los dizque Tres Mosqueteros en la plaza de toros más grande del mundo, pendientes de todo, cuando llegó el tercero en una camioneta pickup con varias jaulas, retacadas de palomas.

–¿Y eso?

–Este señor me ha garantizado que éstas sí vuelan y que de no ser así, no le pagamos.

–Y si vuelan, ¿de a cuánto es la cosa?, le preguntó Macha.

–Una milanesa.

Revisamos todo: baños, escaleras, accesos, burladeros, pasillos, corrales, chiqueros y, sobre todo, que la escultura que había llegado la tarde anterior estuviera ya en el centro del ruedo debidamente asentada y cubierta.

En toda la publicidad en periódicos, revistas, radiodifusoras y estaciones de tv que tanto nos habían ayudado, insistimos en que el festival daría comienzo a las 3 de la tarde, hora en que sería descubierta la hermosa escultura de Humberto Peraza, pero nunca imaginamos lo que atestiguaríamos alrededor de la 1.30.

¿Qué fue lo que vimos?

Largas colas en las taquillas que todavía tenían boletos, verdaderos ríos de gente queriendo ingresar, el personal de seguridad que nos preguntaba si se abrían ya o todavía no las puertas, y el único que supo responder fue Lalo, quien les dijo que le preguntaran a Javier Garfias, y la única contestación fue: “pos no ha llegado…”

(Continuará)

(AAB)