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Despotismo de Mancera
E

l estrés que viven los ciudadanos encuentra una de sus causas más poderosas en el pantano en que se vuelve el mar de vehículos, varados en calles y avenidas, mismo que viene acompañado, para la desesperación ciudadana, del brutal rugido de motores que produce un calentamiento infernal, en el inútil consumo de combustibles de origen fósil originado en las horas perdidas en el pantano y en su bárbaro aporte a la contaminación ambiental.

Conforme pasaron los años, el consumo de combustibles por conductor aumentó siguiendo una curva con progresión geométrica, debido a que, cada uno, debió invertir más y más tiempo en llegar a su destino. En los inicios de los 80 yo hacía unos ocho minutos en promedio en llegar de la calle de Arenal, en Tlalpan, a la Facultad de Economía, en CU, donde daba entonces mis clases. Ahora se precisan unos 45 minutos o más para el mismo traslado.

El uso total de combustibles en la CDMX también creció de modo geométrico, debido al incremento del consumo por conductor y debido al aumento del número de vehículos que atiborran unas vías cada vez más bloqueadas.

No es todo: con la intensificación del consumo por conductor, en progresión geométrica, obligadamente aumentó también en progresión geométrica el gasto total, en pesos y centavos, desembolsado en combustibles contaminantes, a cargo de los conductores. Tal estupidez ocurrió, no sólo por el consumo inútil de gasolinas que produce un pantano vehicular cada vez más denso, sino porque ese consumo irracional de combustible estuvo acompañado por los gasolinazos que nos ha asestado EPN.

El torpe reglamento aludido ha contribuido a hacer aún más denso el pantano con su disposición de que los autos deben avanzar casi como lo hace un molusco terrestre: 40 kilómetros por hora en vías secundarias; 50 kilómetros por hora en vías primarias. Les está prohibido a los ciudadanos, por decisión despótica de Mancera, aprovechar los circunstanciales espacios callejeros en que era posible recuperar una pequeña fracción del tiempo miserablemente perdido, mediante un ligero aumento de la velocidad a la que los obliga el pantano, so pena de que le caiga a uno una antidemocrática, por la, en los hechos, inapelable multa de tránsito. Pierdes tu tiempo y pagas más y más, porque lo mando yo. Frente a ese despotismo, el ciudadano no tiene defensa alguna. Ciertamente sería posible recurrir las llamadas fotomultas (es decir, entablar algún recurso jurídico contra la resolución que nos ha impuesto Mancera), y más aún hoy cuando el juez octavo de distrito en materia administrativa en la Ciudad de México, Fernando Silva García, declaró inconstitucionales los artículos 9, 60, 61, 62 y 64 del Reglamento de Tránsito de la Ciudad de México, pues prevén la imposición de sanciones patrimoniales por infracciones de tránsito de manera automática a través de una foto o video sin que el ciudadano pueda defenderse.

Pero los dictadorzuelos no se dan por vencidos. El consejero Jurídico del Gobierno de la CDMX, Manuel Granados, se ufanó: Lo que se declara inconstitucional es que la fotomulta viola la garantía de audiencia; entonces, como autoridad, sólo debo darle la garantía de audiencia y no pone en riesgo el programa; si impugnan la multa lo único que se debe hacer es llamarle al ciudadano para que reconozca si es su coche el que iba a exceso de velocidad. Es decir, el gobierno de Mancera no tiene que probar que el multado iba a la velocidad que dice su fotomulta.

¿Quién dice que violé en algún momento la norma de tránsito? Mancera. ¿Y cómo lo hace? Por supuesto, el servicio de fotomultar está privatizado. El millonario negocio de las fotomultas está en manos de la empresa Autotraffic SA de CV, propiedad de los señores Jaime Enrique Ferrer Aldana y Alfonso Miguel Vélez. Entre más fotos envíen a Mancera, más ganan. Muchos millones para el gobierno de Mancera, algunos menos para la empresa.

Los ciudadanos consumen el tiempo, que debiera ser de uso y aplicación de sus conocimientos y competencias en su trabajo, en conducir a vuelta de rueda, horas sin cuento en la estúpida aglomeración en la que vivimos. O, agregue usted más horas perdidas en el ineficientísimo Poder Judicial de la CDMX, intentando recurrir su fotomulta. Muy pocos morirán en el intento.

El pasado viernes 31 recibí tres fotomultas; una cometida, según Mancera, el 6 de febrero, y dos, el 7 del mismo mes. La primera fotomulta la formuló un agente de tránsito, pero no está firmada; es decir, es inválida. La segunda, por algún misterio mancerista, no requiere de firma alguna. Pero ¡ay! de mí si no las pago. La primera del 7 de febrero dice que iba yo a la meteórica velocidad de 61 kilómetros por hora en la avenida Insurgentes a la altura del Centro Cultural de la UNAM, es decir, a unos 100 metros de mi oficina, hacia donde me dirigía, a las 10:41. La segunda infracción la cometí a las 11:47 en la intersección ubicada entre calle Eje 8 Sur Popocatépetl y División del Norte, el mismo día. Entre ambas hay una hora y seis minutos. Es absolutamente imposible que en ese tiempo hubiera podido llegar a mi oficina, hacer alguna mínima tarea, y haber llegado al segundo sitio en ese tiempo ¡con pantano de por medio! Pero el torpe reglamento de Mancera dice que sí, y no necesita probarlo. Que le aproveche.