Opinión
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Isocronías

Voces imaginantes escuchadas/ I

A

l final de una entrevista –y debí en su momento publicar eso, pero por pudor lo omití– Sergio Pitol entre curioso y extrañado me dijo: Ricardo, ¿tú lees poco novela, verdad? El whisky, invitado en su casa por el autor de El arte de la fuga, hizo entonces su trabajo y el rubor logró medio disimularse. Mas el narrador pudo muy bien suprimir la palabra novela. Leo en efecto poco, lo que me valió no hace mucho la reprimenda de una colega. Sé que podría defenderme indicando: “No, no leo poco. Leo muy cuidadosamente, y eso lleva tiempo…”, verdad no a medias sino como a tres cuartos –o un tantinín más. Pero no me dedico al canon ni a las novedades o los resonantes éxitos. Cualquiera de mis talleristas puede decir qué lector soy. Y bueno, eso que lo sepa Dios y que lo ignore el mundo.

¿Por qué digo esto? Porque de todos modos me interesa mucho lo que los novelistas piensan de su escritura, de la escritura (la entrevista con Pitol anduvo siempre por tales terrenos) y, más allá: lo que los artistas (la palabra creador, a más de prejuiciosa contra los intérpretes, es un tanto arrogante) piensan de –han ido descubriendo en– su oficio.

El espacio no resultará hoy suficiente para referirme al volumen Diálogos de la forma perdida, de Massimo Rizzante, editado por Ai Trani y la Universidad del Claustro de Sor Juana y prologado –bajo un muy afortunado título: El taller del diálogo– por Juan Villoro (quien en alusión a una muy atinada precisión de Milan Kundera sobre Kafka suelta esta inestimable frase: La tarea del genio depende, en buena medida, de circunscribir su área de acción), libro que no tengo más remedio que llamar (¿exagero?) diamantino.

Existe, me dijo un amigo joyero, el fuego del diamante, si le entendí bien: el rebrillo de la piedra en la oscuridad. Y existe la escritura de la que se sigue aprendiendo aun después de haber cerrado el libro. A eso me refiero.

La inteligencia, se sabe, es elegante (en el sentido matemático de la palabra). Rizzanti, él sí eficiente, preparado lector, interviene cuando debe y como todo buen entrevistador-investigador comprenderá, asimismo dialoga desde el silencio, se ofrece a ser la página en que la voz de sus entrevistados pueda mejor apoyarse, escribirse, ¿abrirse a ser la escucha de sí misma desde sí?

Nos rencontramos, esperemos, de hoy en quince.