Editorial
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¡Ya basta!
E

ste jueves 23 de marzo nuestra corresponsal en la capital del estado de Chihuahua, Miroslava Breach Velducea, fue arteramente asesinada por un hombre armado. El criminal le disparó ocho balas calibre 9 milímetros cuando la periodista salía de su casa.

Miroslava tenía más de 20 años de trabajar en La Jornada. Antes había colaborado en el Diario de Chihuahua y en el Norte de Ciudad Juárez. A lo largo de todo este tiempo, sus notas y reportajes documentaron fehacientemente la violación a los derechos humanos y la imparable influencia del narcotráfico en la entidad.

En los pasados comicios locales, Miroslava informó sobre la imposición de ediles por parte del crimen organizado en las listas del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido Acción Nacional (PAN), en municipios serranos y en corredores de trasiego de drogas. En agosto de 2016 desmenuzó la bestialidad con la que el narco desterró a centenares de familias en la sierra de Chihuahua.

El homicida dejó una cartulina en el lugar de los hechos donde se decía que la habían ultimado por lengua larga. Inmediatamente después de su escrito sobre las expulsiones en la sierra recibió una amenaza anónima, a la que las autoridades no prestaron la debida importancia.

El asesinato de nuestra corresponsal se efectuó en el contexto de dos hechos relevantes. La violenta escalada criminal en Chihuahua, en la que fue asesinado el dirigente rarámuri Isidro Baldenegro López, incansable defensor de los bosques y el territorio de su pueblo. Y la incesante agresión en contra de los periodistas en casi todo el país, que tiene como saldo trágico tres profesionales asesinados en menos de un mes: Ricardo Monluí Cabrera, en Veracruz, Cecilio Pineda, en Guerrero, y Miroslava Breach, en Chihuahua.

La violencia en esta entidad tiene tras de sí una larga historia, recrudecida a partir de la absurda guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón. No en balde, Ciudad Juárez fue bautizada como el epicentro del dolor. Termómetro de esta descomposición es un letrero colocado en una librería de la capital: Si la letra con sangre entra, México estará leyendo mucho.

Sin embargo, con la llegada a la gubernatura de la entidad de Javier Corral, la disputa de los cárteles por el territorio, las rutas y los mercados de la droga (ahora también por el crystal) ha rebrotado. No es un asunto de percepción sino de hecho. La imagen del gobernador jugando golf en Mazatlán mientras su estado se desangra, y de la ausencia de policías federales cuidando las calles ante verdaderas batallas (con vehículos artillados incluidos) entre bandas del crimen organizado, es una pésima señal a la ciudadanía.

El asesinato de Miroslava Breach muestra a un gremio periodístico cada vez más desprotegido ante los criminales. La impunidad que rodea las agresiones en su contra es un aliciente para que sus perpetradores sigan cometiéndolas. La violencia que sufren provoca que no se pueda informar lo que verdaderamente está pasando en este país. Prácticamente no hay entidad que escape a ella. Cada vez es más peligroso decir la verdad.

Desafortunadamente, el peligro que se cierne sobre los periodistas no es exclusivo de este gremio. Vivimos en un país en el que la inseguridad es la nota de todos los días para la inmensa mayoría de los ciudadanos, sobre todo de aquellos que no disponen de recursos para contratar seguridad privada o que no cuentan con escoltas facilitadas por la administración pública.

Desde aquí, expresamos nuestra solidaridad con la familia de Miroslava Breach y con un gremio golpeado sin piedad por las mafias del crimen organizado. ¡Ya basta! Queremos un país donde los ciudadanos podamos vivir sin la amenaza de ser víctimas de la delincuencia, y en el que los medios puedan informar con veracidad sobre lo que sucede.

Demandamos una investigación conforme a la ley, rápida, exhaustiva y certera. Queremos que se encuentre a los asesinos y no que se inventen chivos expiatorios. Exigimos verdad y justicia. ¡Ya!