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Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios (XLIX)

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En Valencia, el torero Juan José Padilla fue cornado durante el festival FallasFoto Afp
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o aguanté ya más…

Sin exagerar, recibí seis o siete llamadas de un amigo de esos de verdad –la última de ellas, ya en calidad de verdadera exigencia–, tildándome de quien sabe que tantas cosas, hasta de mudo y olvidadizo, llegando al extremo de amenazarme con que él escribiría lo que atestiguó y vivió conmigo en mi única incursión de empresario.

Y fue así.

Un día de tantos me enteré de que en la plaza de toros de Aguascalientes se iba a develar una preciosa escultura debida a la creación del gran artista Humberto Peraza, en honor y homenaje del, ese sí, verdadero maestro del arte de lidiar reses bravas, mi amigo don Fermín Espinosa Saucedo, Armillita chico, a quien siempre me he referido y que tan grande fuera.

Y me hirvió la sangre.

En Aguascalientes sí, y aquí en México y en la Plaza México, nada; eso sí que era un verdadero sacrilegio.

¿Qué hacer, a quién o a quiénes recurrir?

Bien recuerdo que, de pronto, tras varias noches de no conciliar el sueño, me llegó la respuesta a mis afanes.

Así que muy de mañana llamé a la casa Domecq, la casa siempre amiga (no creo que hoy día pueda ufanarse de seguir siéndolo), pidiéndole a la secretaria de don Antonio Ariza, quien –me parece recordar– se llama o se llamaba Lourdes, que le pidiera a don Antonio me concediera 15 minutos de su tiempo.

Y esa misma tarde, la respuesta: mañana a las 12 del día lo recibirá el señor Ariza.

Volando llegué.

Diez minutos después de las 12, estaba ya en la oficina de don Antonio, en la que varias jaulas de canarios alegraban el oído, y le dije que una escultura de don Fermín como la que se iba a colocar en Aguascalientes debía de estar también en la Plaza México y ojalá que él pudiera ayudarnos.

–¿Has pensado cómo financiar todo esto? –me preguntó.

–Sí –le dije–. Creo que se debe organizar un festival con grandes matadores ya retirados, y ojalá que con lo que se recaude podamos cubrir todos los gastos.

–Mira, no sabes que amistad tan grande hubo entre Fermín y mi madre, que tenía una especie de pensión y ahí se apersonaba y vivía cuando estaba en Sevilla. Así que cuenta con mi ayuda, y si lo recaudado no cubre los gastos, nosotros ponemos el resto.

Sentí que me temblaban las piernas y más cuando me dijo: Y algo más. Yo sé que eres muy amigo de Lalo Solórzano, que, cómo sabes, está con nosotros en las oficinas de Relaciones Públicas. A partir de mañana ponte de acuerdo con él; ya le daré instrucciones.

–¿Cómo vas a manejar a la prensa taurina? –preguntó de nuevo.

–Será necesario convocarla a toda; creo que lo mejor sería en El Tío Luis, exponerles la idea y los que no quieran jalar –que serán una minoría–, pues que se amuelen…

–Vete ya, porque me vas a sacar toda la lana, y ya Lalo arreglará todo con Pedrito Yliana, dueño que era del conocidísimo restaurante.

Y sí, casi toda la prensa taurina –con dos o tres excepciones– asistió a la reunión, y cuando expliqué el motivo, la aprobación fue unánime y por demás entusiasta.

Yo no llevaba lo que se dice amistad con Francisco Lazo, entonces cronista del diario Esto, pero debo reconocer que jaló por demás parejo, y cuando informé de la ayuda que ya me prestaba Lalo Solórzano, dijo: “Creo que se va a necesitar un contacto diario con nosotros, que nos informe de los avances y podamos así informar debidamente a la afición. Y me parece que el colega que mejor puede hacerlo es Bernardo Fernández Macharnudo, a lo que siguió el visto bueno de todas la concurrencia.

Estupendo comienzo.

Nos pusimos a trabajar, y de inmediato preparamos una especie de agenda de todo lo que debíamos hacer: hablar con el propietario de la plaza, señor Cosío; con las autoridades respectivas, con el gerente de la empresa, Javier Garfias; con los secretarios de las uniones de ganaderos, matadores, subalternos, monosabios, expendedores, acomodadores, vendedores, transportistas y empleados, para exponerles la idea y solicitarles su comprensión y ayuda.

Y, la verdad sea dicha, como dirían Los Tres Mosqueteros, todos a una, lo que nos llevó a los otros tres mosqueteros: Lalo, Bernardo y yo, a sentirnos eufóricos con tantas muestras de apoyo.

(Continuará)

(AAB)