18 de febrero de 2017     Número 113

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Conocimiento de los pueblos
indígenas aplicados climáticamente
al cultivo del amaranto

Teresa Reyna Trujillo  Doctora en ciencias (Biología) por la UNAM. Investigadora del Instituto de Geografía, UNAM. Sus líneas de investigación: Agroclimatología, Climatología Hortofrutícola y Seguridad Alimentaria. Ha publicado numerosos artículos científicos y de difusión, libros científicos, coordinado numerosos congresos y coloquios, entre ellos el Primer Congreso Internacional del Amaranto en México.  [email protected]


Amarantus hypochondriacus de Tulyehualco, Xochimilco, México


Panoja de Amaranthus hypochondriacus (roja) y de Amaranthus cruentus (amarillo)
FOTOS: Teresa Reyna Trujillo


Plantación combinada amaranto-maíz en Chalco, Estado de México


Amaranthus caudatus de Potosí, Bolivia

Los pueblos mesoamericanos (incluido nuestro actual México) lograron tener un gran conocimiento sobre las propiedades alimenticias y nutritivas de numerosas y diversas plantas propias de esta región del planeta, y también conocieron que algunas tenían usos medicinales.

Varias de estas plantas ocuparon parte de la base alimentaria de culturas tan desarrolladas como la maya, tolteca, mixteca y zapoteca, entre otras. Tal es el caso de plantas de la familia botánica Amarantácea, género y especies Amaranthus spp, llamadas genéricamente amaranto, “bledo” durante la conquista española, y en la actualidad, de manera un poco o un mucho restringida, “alegría”.

Histórica y antropológicamente se dice que fue el grupo de plantas de amaranto con el que se inició el proceso de domesticación y cultivo en América, dada su alta capacidad reproductiva y adaptabilidad a climas y suelos diversos.

Se sabe además que las especies y variedades de amaranto son múltiples. Las cultivadas y productoras de granos altamente nutritivos y de origen americano son Amaranthus cruentus, A. hypochondriacus y A. caudatus, las dos primeras con amplia distribución en la parte sureste de la actual Norteamérica, pasando por México y Centroamérica, y A. caudatus de la región andina de Suramérica.

En investigaciones científicas de las últimas décadas del siglo pasado, se consideró que desde la época de los aztecas A. hypochondriacus era la especie mexicana más cultivada y distribuida en áreas geográficas templadas donde había logrado buena adaptación.

También en investigaciones agroclimáticas de esas décadas se detectó que las dos especies mexicanas en general se desarrollaban en climas cálidos semicálidos o subtropicales y templados; sin embargo, estudios e indicadores altitudinales y térmicos específicos han dado la pauta para determinar que la mejor adaptación y alto rendimiento de A. cruentus se obtienen en terrenos con altitudes bajas, hasta de 800 a mil metros sobre el nivel del mar (msnm), donde la temperatura media anual es de 22 a 26 grados centígrados y es uniforme todo el año, es decir, con mínimas diferencias estacionales. En cuanto a la lluvia, si se le cultiva en condiciones de temporal (mayo-octubre), aun en sitios con menos de 400 milímetros, prospera, ya que es menos exigente en agua que otros cereales; tiene cierta resistencia a la sequía. Aunque, si se presenta “canícula” o “sequía de medio verano” en porcentajes mayores a 30 durante el llenado del grano, el rendimiento puede disminuir y/o perderse totalmente la cosecha.

Si se siembra en zonas altitudinales de mil a mil 200 msnm, o sea en los climas subtropicales o mejor llamados semicálidos en México, con temperatura media anual de 22 a 20 grados centígrados, con poca oscilación de temperatura en los meses cálidos (abril-septiembre) y los frescos (octubre-marzo), con precipitaciones de 400 a 600 milímetros, puede tener buen rendimiento.

En tanto que A. hypochondriacus, responde adecuadamente en altitudes superiores a mil 500 y hasta dos mil 800 msnm aproximadamente. Estos son indicadores definidos propiamente para climas interfase entre los semicálidos de mayor altura y los propiamente templados del país, con precipitaciones más altas que las recibidas para el sistema temporalero, pero con el riesgo de que se reciban heladas, ya que las temperaturas son entre 18 y 12 grados centígrados y en los meses invernales las temperaturas máximas diarias llegan a ser hasta de cuatro a dos grados centígrados, y en algunas ocasiones pueden presentarse ventiscas y nevadas por la presencia de frentes fríos y masas polares.

Actualmente el amaranto se cultiva en el sector rural de la Ciudad de México, Hidalgo, Morelos, Puebla, Tlaxcala, Oaxaca y Michoacán, así como también a pequeña escala en estados del norte del país: Durango, Nuevo León, Chihuahua y de manera experimental inclusive en Baja California Sur y hasta en San Luis Potosí.

Nótese que dado que el clima, el suelo, la flora y la fauna son megadiversos en el país, en cada una de estas entidades, y de acuerdo con su latitud, altitud y temperatura, se pueden encontrar microclimas apropiados para A. cruentus, para A. hypochondriacus o para ambos.

La notable variabilidad climática de los años recientes, con el aumento significativo de temperatura y la presencia cada vez más marcada de las llamadas “islas de calor” –por el creciente desarrollo urbano que llega inclusive a impactar zonas periurbanas o en general al sector rural de las poblaciones donde se está realizando la actividad agrícola– puede empezar a limitar la frontera agrícola para el cultivo de las especies y variedades del amaranto.

Tal parece, que este calentamiento está dando mayores posibilidades de ampliación territorial para el cultivo de A. cruentus en zonas muy cálidas (con más de 26 grados centígrados o hasta 29), cálidas y semicálidas. Y reducción en terrenos con condiciones altitudinales mayores a mil 800 e incluso superiores a dos mil 500-dos mil 800 msnm, es decir, propiamente templadas.

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