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¿La Fiesta en Paz?

Plazas Santa María o la maldición de los verdaderos antis

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ay nombres de plazas de toros con mal fario o poca suerte y uno de éstos es el de Santa María, por lo menos los cosos de Querétaro, en México, y Bogotá, en Colombia. La primera, construida hace 52 años gracias al entusiasmo del licenciado Nicolás González Jáuregui, tuvo el propósito de honrar a la arraigada tradición taurina de los pobladores de la capital queretana. Salvo los primeros 15 años de funcionamiento, incluidas las memorables tardes con Paco Camino y Manolo Martínez a mediados de los años 70, esta Santa María no ha vuelto a levantar cabeza luego de cotizarse como uno de los escenarios más importantes del país.

Sucesión de novillones descastados, acordes a las exigencias de figurines de importación y nacionales, han socavado la afición de ese paciente público. En la mejor tradición mexhincada, para el 3 de febrero se anuncia una corrida del centenar (sic) de la Constitución Mexicana, con los nombres de Ponce y El Juli en letras grandes y a la mitad de tamaño los de El Payo y Luis David Adame, sin informar del ganado. Como no sea el centenar de reformas, adiciones, derogaciones, omisiones y violaciones a nuestra Carta Magna, emitida precisamente en Querétaro el 5 de febrero de 1917 por el fugaz antitaurino presidente Venustiano Carranza, se trata del centenario más bochornoso que constitución alguna pueda celebrar.

Por su colonizada parte, la Santamaría de Bogotá, diseñada por el arquitecto español Santiago de la Mora, inaugurada en 1931, de estilo mudéjar y elaborado trabajo en ladrillo, además de servir de suntuoso escenario a los triunfos de las figuras europeas –por aquellos rincones la fiesta sigue hecha girones–, y atestiguar en 1935 la arrolladora torería del mexicano David Liceaga, sufrió en 2012 la descompuesta embestida del alcalde Gustavo Petro, quien decidió prohibir las corridas de toros en esa plaza en lugar de haber metido en cintura a los incorregibles promotores y gremios, incapaces de impulsar, en 86 largos años, a toreros colombianos que enorgullecieran a su pueblo y superaran a las figuras de otros países.

En más de año y medio se efectuaron reforzamientos estructurales, cambios de tuberías, sistemas de sismorresistencia y alumbrado, entre otros, con la inversión más fuerte desde su construcción. Bogotá invierte pues en la remodelación del inmueble, no en la reivindicación de la vocación taurina de Colombia. Para muestra los carteles de la temporada taurina 2017 en dicho coso, del 22 de enero al 19 de febrero, gracias al empresario Felipe Negret Mosquera, puntual defensor y adalid de la fiesta brava en Colombia:

Primera corrida, reses de Ernesto Gutiérrez para El Juli, Andrés Roca Rey (peruano) y Luis Bolívar (colombiano). Segunda, toros de Las Ventas del Espíritu Santo para los españoles Hermoso de Mendoza y Miguel Ángel Perera y el colombiano Manuel Librado. Tercera, astados de Mondoñedo para los españoles Rafaelillo y José Garrido y el colombiano Paco Perlaza, quien a finales de 2014, cansado de las triquiñuelas de los despachos y hasta de sus propios compañeros por soportar tanta indignidad, anunció que se retiraba de los ruedos. Cuarto festejo, toros de Juan Bernardo Caicedo para Sebastián Castella (francés), Andrés Roca Rey y el colombiano Luis Miguel Castrillón. Quinta y última, toros de Santa Bárbara para los colombianos –de consolación– Sebastián Vargas, Ramsés –¿cómo se hace un torero en Colombia sin ver un pitón?– y Cristóbal Pardo. Del encastado diestro medellinense Sebastián Ritter, ni sus luces. Qué querían, ¿plaza remozada o nuevos Rincones?