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Apuntes postsoviéticos

Sarcófago

A

l menos durante los próximos 100 años el magma radiactivo concentrado en el reactor averiado de la central nuclear de Chernobyl, en Ucrania, que hace tres décadas sufrió la peor catástrofe de la industria atómica civil, dejará de ser una peligrosa fuente de contaminación, desde la agrietada mole de concreto colocada sobre la zona afectada de la que era la mayor planta atómica de la Unión Soviética.

Con donaciones de 28 países que lograron reunir el dinero necesario para construir un nuevo sarcófago, cerca de mil 600 millones de dólares –y no obstante las dudas que despertaba la falta de credibilidad del gobierno en Ucrania–, hace días quedó instalado un inmenso caparazón de acero, nueve años después de que firmó el respectivo contrato con el consorcio francés Novarka para desactivar Chernobyl.

Ahora, las dos grúas móviles a control remoto en el interior de la central, clausurada en diciembre de 2000, permitirán desmontar el techo del reactor dañado y retirar las 200 toneladas de chatarra radiactiva que se acumulan ahí, así como los desechos de los tres reactores restantes.

Resumido en una frase, el Nuevo Sarcófago Seguro (NSS) es la estructura móvil más grande jamás construida en la historia. Para tener una idea aproximada, su tamaño es comparable a dos canchas de futbol con sus 257 metros de longitud, 162 de ancho y 108 de altura, con lo cual podría, valga otro ejemplo, quedar cubierta hasta la neoyorquina Estatua de la Libertad, desde el suelo hasta la antorcha.

Todavía hace falta equipar con los últimos adelantos en materia de seguridad nuclear esta nueva cúpula en forma de arco, que podrá estar operando en su totalidad no antes de finales de 2017, con lo cual habrá que invertir cerca de 700 millones de dólares más y su peso aumentará de las actuales 25 mil toneladas a 36 mil, casi –a modo de comparación– cuatro veces más que el de la parisina Torre Eiffel.

Este ingente esfuerzo técnico, toda un proeza de la ingeniería moderna, da a la comunidad científica un plazo de un siglo para seguir buscando una solución definitiva a una hecatombe que, tras liberar a la atmósfera una radiación de 50 millones de curios y contaminar amplias zonas de Ucrania, Bielorrusia y Rusia, causó un elevado número de víctimas mortales.

El número exacto se desconoce –probablemente en torno a los 100 mil–, ya que las autoridades, aunque reconocen el heroísmo de las 600 mil personas que participaron en las labores de liquidación del siniestro, no llevan una estadística de los fallecidos entre éstas durante los años posteriores por leucemia y otros tipos de cáncer.

La solidaridad de la comunidad internacional hizo posible la inauguración oficial del NSS, primer paso para terminar con las secuelas de una catástrofe que obligó a abandonar sus hogares a 136 mil personas y dañó el medio ambiente en una extensión de 150 mil kilómetros cuadrados, territorio donde aún viven cerca de 5 millones de personas que no tienen la posibilidad de ser evacuadas.