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Fidel Castro y la religión
L

a mañana del 21 de enero de 1998 era luminosa, los habitantes de La Habana aguardaban el arribo de Juan Pablo II y se sentía la electricidad expectante. En el aeropuerto, se encontrarían dos colosos del siglo XX. El reloj se detuvo a las 15:59 horas cuando se vio a lo lejos el perfil del avión de Alitalia disponerse a aterrizar. Fidel Castro vestía elegante un traje oscuro que contrastaba con el blanco de Karol Wojtyla. Fidel erguido, mientras Juan Pablo acusaba el deterioro de la edad y enfermedades. Los medios de comunicación se hicieron presentes durante la visita con más de 3 mil periodistas acreditados, cifra récord en la isla; parecían olfatear fatídicos desenlaces, quizá espectaculares desplantes entre dos figuras influyentes tan diametralmente opuestas como gemelamente paralelas. En realidad, fue el choque simbólico de dos grandes carismas: el del revolucionario, aventurero y gobernante de mano dura, y el del católico, cabeza de la Iglesia tan intransigente como triunfador en la caída del socialismo real. Ambos tenían como telón de fondo una isla mítica, cargada de historias contrastantes. Cuba se aferraba a un sistema que contra viento y marea apostaba por un socialismo que la modernidad globalizadora considera caduco y reminiscencia de una apuesta que la humanidad ha probado y rechazado. ¿Qué tenía Fidel Castro que tanto atraía a la Santa Sede? ¿Por qué Cuba ha sido tan fascinante para el Vaticano? ¿Por qué los papas han destilado tanto interés por una pequeña nación de poco más de 11 millones de habitantes?

Para empezar debemos decir que Fidel Alejandro Castro Ruz proviene de una familia católica acomodada que, como tal, estudió en colegios de los jesuitas. Y sus primeras incursiones sociales fueron como militante de la JEC (Juventud Estudiantil Cristiana). Su posterior militancia nacionalista y antimperialista lo colocó como ateo cristiano. Sin la fe, guarda principios y valores que adquiere en su familia y con los jesuitas. En especial, recibe la formación de sacerdotes, como el P. Armando Llorente, jesuita español quien fue su maestro de escuela y que pidió por su conversión antes de morir exiliado en Miami. Muy pronto el nuevo gobierno revolucionario se distanció de la Iglesia, se le acusaba de ser instrumento contrarrevolucionario. Una de las primeras acciones de Fidel Castro en el poder fue la Ley de Nacionalización de la Enseñanza (6 de junio de 1961), que suprimió la educación privada. Todos los centros educativos cubanos con sus activos pasaron manos del gobierno. Algunas escuelas religiosas pasaron a ser sede de oficinas de gobierno y de la policía política. Antes de la revolución de 1959, como la mayoría de los países latinoamericanos, había en Cuba más de 90 por ciento de católicos, aunque diversas religiosidades africanas quedaban ocultas. La confrontación entre la revolución y la Iglesia fue intensa y llegó a expulsar a cerca de 150 sacerdotes y otros se vieron obligados a emigrar. En 1960 había cerca de 800 sacerdotes y 2 mil 250 religiosas; en la actualidad apenas son 250 sacerdotes y 400 religiosas, y el porcentaje de católicos en Cuba no alcanza 60 por ciento.

A pocos años de consumada la revolución, se propicia la primera gran intervención de la Santa Sede. Fue la mediación secreta, que después detalló el agudo vaticanista italiano Giancarlo Zízola, del papa Juan XXIII durante la crisis de los misiles en Cuba, que estremeció al mundo en octubre de 1962 y que tuvo como principales protagonistas a John F. Kennedy y al entonces dirigente soviético, Nikita Jrushchov. En plena guerra fría, Juan XXIII medió para atemperar los ánimos y evitó así un conflicto militar que pudo devenir conflagración nuclear. Fruto de esa dramática experiencia, el Papa redacta su famosa encíclica Pacem in Terris (1963), sobre la paz mundial. La participación política de católicos en partidos de izquierda y movimientos sociales en América Latina, desde los años 60, así como el auge de la teología de la liberación, obliga a Fidel a repensar la relación entre el cristianismo y la revolución. Fruto de esas inquietudes quedaron plasmadas en las pláticas con el dominico brasileño Frei Betto, 23 horas de conversación, que posteriormente se editaron en forma de libro: Fidel y la religión. Ahí Castro se reconcilia con el cristianismo, señalando: Hay 10 mil veces más coincidencias entre el cristianismo y el comunismo que entre el cristianismo y el capitalismo. Sin embargo, hay que reconocer que el arrojo revolucionario de Fidel y el Che Guevara, inspiraron a diferentes generaciones de católicos latinoamericanos; incluso muchos jóvenes estudiantes católicos empuñaron las armas imbricando el cristianismo con los valores revolucionarios cubanos. Ahí están católicos que participaron en los Montoneros, en Argentina; los Tupamaros, en Uruguay; AP, en Brasil, y en la Liga 23 de Septiembre, en México, entre algunos otros.

En 1996, ante el derrumbe internacional del socialismo, Fidel visita y encuentra en el Vaticano un poderoso aliado internacional. Para enfrentar el histórico bloqueo y la unilateralidad de la ley Helms-Burton, que había sido rechazada por la Santa Sede, Cuba tenía la necesidad imperiosa de romper el aislamiento que había impactado en la decaída economía y lo colocaba en una situación vulnerable. A cambio, el Vaticano pedía mayor espacio y apertura para su Iglesia local. Bajo esa tónica, se desenvuelve la visita de Juan Pablo II a Cuba. La Iglesia católica se convierte en aliada de los Castro y queda sellada con aquella proclama retórica del astuto de Wojtyla en 1998: ¡Que Cuba se abra al mundo, que el mundo se abra a Cuba para que este pueblo pueda mirar al futuro con esperanza! Ese mismo año se celebró la primera misa de gallo desde 1969 y un mes antes de la visita, el día de Navidad volvió a ser festivo. Además, antes de que Juan Pablo II besara el suelo de La Habana se permitió la llegada de 60 religiosos a la isla y se autorizaron las misas al aire libre. Tanto Benedicto XVI como Francisco han ido a la casa de Fidel Castro en visita de cortesía como de tributo a uno de los personajes más prominentes de América Latina. Por cierto, en estos pasados 30 años la estructura de la Iglesia cubana ha ganado espacios y músculo social. Sin duda tendrá un papel prominente en cualquier tipo de transición que se geste en Cuba.