Opinión
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Galardones a dos mujeres
E

l Premio Goncourt 2016 fue atribuido a Leïla Slimani por su segunda novela, Chanson douce, publicada por Gallimard, y el Renaudot a Yasmina Reza por Babylone, novela editada por Flammarion (editorial adquirida por Gallimard). Ambas novelas, más bien tenebrosas, corresponden quizás así a la atmósfera actual.

Chanson douce es la dramática historia de una familia burguesa y de su demasiado perfecta nana. En efecto, la nodriza no se limita al cuidado de los niños, hace más: los mata. Leïla Slimani, franco-marroquí, es literalmente una Lilith de Las mil y una noches. Se sabe que la bella Lilith, la primera Eva, era peligrosa para los niños. Así, era necesaria la protección de los amuletos. A Leïla Slimani le fascinan los cuentos, las brujas, los infiernos.

Babylone narra la historia de una fiesta burguesa que gira al drama a causa de un banal malentendido. Es una especie de novela policiaca dislocada por su escenificación burlesca. Después de la cena compartida entre amigos, un invitado regresa a altas horas de la noche para decir que mató a su mujer. Yasmina Reza evoca, con una conmovedora melancolía, el tiempo que pasa y nunca podrá recuperarse.

Cualesquiera que sean los méritos de las dos obras coronadas, debe reconocerse que los premios literarios se han vuelto una tradición sólidamente anclada en las costumbres de la Francia cultural. Cada año, durante noviembre, los medios de comunicación mantienen el suspenso de la espera hasta el último día, cuando se conoce al fin quién es el ganador del Goncourt, seguido de inmediato por el Renaudot, anunciado el mismo día y casi a la misma hora. Estos galardones preceden las designaciones de los premios Femina e Interallié. Y, como conviene, tratándose de comercio, es claro que si esta distribución de recompensas sucede en noviembre justo antes de las fiestas navideñas, época en que se vende el máximo de regalos, la coincidencia no es un azar. Al contrario, se trata de una programación comercial bien organizada. Así, al pie de numerosos pinos de Navidad, se instalarán bonitos paquetes adornados con un listón donde alguno de los premios literarios del año es delicadamente expuesto. Quienes no saben qué ofrecer compran el premio Goncourt, una elección cómoda y sin grandes riesgos.

Poco a poco, la noción y la idea misma de lo que puede llamarse la literatura se borra ante una exigencia que se impone a todas nuestras sociedades: la del comercio, de la compra y venta de un producto. La literatura es un ideal demasiado abstracto, demasiado vago, si no confuso, para la mente de un comerciante. Un libro es más concreto, es un objeto, una mercancía. Basta exponerlo en la vitrina de la librería o del supermercado, y el producto se venderá mucho mejor si lo rodea una banda impresa donde está marcado en letras capitales más grandes que las del título o el nombre del autor: Prix Goncourt. El comercio obedece a leyes simples que no pueden embrollarse con un concepto tan inasible como el de literatura.

La certidumbre de vender centenas de miles de libros adornados con la banda del premio interesa en el más alto grado a los editores. No pueden descuidar tal ocasión de beneficios para el equilibrio de su contabilidad financiera. Para algunos, el asunto es crucial: ganar el premio o arriesgarse a la quiebra. Por esto, los editores toman sus precauciones.

Las tres editoriales más poderosas de Francia, Gallimard, Grasset y Seuil, se organizan de manera que los jurados de los premios Goncourt, Renaudot, Femina e Interallié sean personas asociadas a su empresa, ya sea como autores de libros publicados por su editorial, ya sea como sus asalariados.

Este fenómeno es tan conocido que se ha forjado una palabra para designar el monopolio de los tres editores en cuestión: Galligraseuil, término que reúne los tres nombres en uno solo, trinidad casi sagrada.

Fenómeno conocido, durará tan largo tiempo como dure el comercio.