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FIAC 2016: arte y dólares
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a Feria Internacional del Arte Contemporáneo (FIAC) acaba de abrir sus puertas en París: en el Grand Palais, el Petit Palais y otros lugares, incluso al aire libre. Es un acontecimiento de gran importancia, al menos para el mercado del arte actual.

Algunas de las obras expuestas hacen hablar mucho de ellas. Por ejemplo, la maqueta de una alberca, presentada por dos artistas escandinavos, Elngree y Dragser, bajo el nombre de La oreja de Van Gogh, o bien el porta-botellas reivindicado como una obra de arte por Marcel Duchamp, la cual es exhibida gracias a Robert Rauschenberg.

Pero la conversación dominante, en esta época, no se ocupa tanto de las obras expuestas, sino de lo que éstas representan en el comercio del arte. En suma, gira en torno al dinero y, de manera más precisa, al dólar. Así, un nuevo fenómeno aparece, ahora en forma ostensible en las exposiciones: al nombre del autor o de la tela se agrega de inmediato el valor mercantil de la obra, la cifra exacta que vale dicha pieza en el mercado.

Ya no se dice Jeff Koons o Damien Hirst, se dice el nombre del artista unido por un guión a la cifra de 100 mil, 500 mil, un millón de dólares, con el objeto de establecer su verdadera identidad, su nombre completo. ¿Cabe imaginar decir Leonardo da Vinci-100 mil millones de dólares, San-Pedro de Roma-200 mil millones, el Partenón-500 mil millones y así sucesivamente? Es ésta, sin embargo, la actual manera de hablar.

La llamada obra de arte se ha vuelto, en primer lugar, un objeto mercantil sometido a las reglas del capital. Inversiones, especulación, cálculo. Un verdadero mercado mundial se instala en torno al arte, donde los especialistas de los intercambios de esta nueva bolsa de valores deciden la cotización de tal o cual producto, tratado de la misma manera en que se tratan las acciones vendidas y compradas cada día a la alta o a la baja.

Aquí, el concepto de arte no tiene ningún lugar, se trata de algo mucho más serio que el arte: el juego más grave de todos los juegos, el del dinero.

A tal punto que, ahora, entre los conocedores y practicantes de este juego se hallan los narcotraficantes, quienes se interesan, muy cerca, en el mercado del arte. Han encontrado en éste una manera ideal de lavar el dinero sucio. Y no se privan de hacerlo. ¿Quién podría imaginar que las sumas astronómicas en que se venden ciertas obras supuestamente artísticas alcancen estos precios récords porque el comprador tiene necesidad de lavar dinero? Y el dicho comprador puede ser incluso la misma persona que el vendedor. Operación blanca, pero fructífera. Vieja maniobra de la bolsa para hacer subir en forma artificial una acción. Un juego de niños para los grandes padrinos de los diversos tráficos.

Un multimillonario ruso, quien no era para nada un narcotraficante, Alexandre Chtchoukine, ha sido sin duda el coleccionista de pintura más extraordinario del siglo XX. Entre 1900 y 1914, su fortuna le permitió adquirir las pinturas que lo apasionaban. El fenómeno milagroso fue que este apasionado tenía genio. Así, compró Gauguin, Matisse, Picasso, en la época cuando estos creadores no beneficiaban de ninguna reputación, como no fuera mala.

Hoy, puede visitarse en París la colección Chtchoukine, expuesta en el museo construido por Franck Gerry para la fundación LVMH. Podría pensarse entonces, al contrario de opiniones sectarias, que existen multimillonarios admirables y que el dinero puede servir a veces para promover obras que honran al genio humano. Aunque ciertas dudas puedan suscitar algunas de las espectaculares instalaciones de la FIAC. Objeto de polémicas, a fin de cuentas positivas, pues éstas permiten plantear cuestiones y, si no responder, al menos reflexionar.

Por fortuna, la espléndida exposición Mexique 1900-1950, también en el Grand Palais, sigue abierta. La pasión por la pintura y los verdaderos artistas puede desplegarse al antojo. Una suerte.