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Caminos
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uestras ciudades son diversidad, caos, cambios de vértigo, sonidos, sueños compartidos. En tiempos de crear constituciones es momento de mirar con hondura crítica los caminos que construimos como comunidad para llegar hasta aquí. Mil y uno son los elementos sustantivos de lo que hoy somos como ciudades y como ciudadanos. Los rasgos que nos dan identidad no son inmutables y no siempre han sido los mismos. Si los observamos a través de los siglos veremos que pueden pasar centurias sin mudanza y, de repente, en pocas vueltas del calendario se desgranan las metamorfosis. Juan Rulfo lo dijo mejor al referirse a nuestras sociedades, la vida no es una secuencia. Pueden pasar los años sin que nada ocurra y de pronto se desencadena una multitud de hechos.

Imaginemos una ciudad de México que al alba del siglo XIX hacia el norte llegaba hasta la garita de Santiago, hacia el oriente a duras penas alcanzaba la garita de San Lázaro, hacia el sur llegaba hasta San Antonio Abad y hacia el poniente contaba con techos hasta Bucareli y San Cosme. La mancha urbana de esta ciudad se vio enriquecida en la medianía del siglo cuando en 1848 se creó la colonia Francesa o Barrio Nuevo enmarcado por las actuales calles de Bucareli, San Juan de Letrán, Victoria y Arcos de Belén. En esta ciudad de la primera mitad del siglo XIX dormían, hablaban, trabajaban y se reunían a comer alrededor de 180 mil ciudadanos del nuevo país.

Para la segunda parte del siglo las casas se extienden, se acortaron los caminos sin techos y los pueblos de Tacuba, Tacubaya, Mixcoac, San Ángel y Coyoacán se integraron a la vida citadina. Los hombres, mujeres y niños se multiplicaron hasta llegar a ser alrededor de 400 mil en 1900. De entre ellos, poco más de 380 mil no sabían leer o escribir.

Esta ciudad fue el punto de encuentro y difusión, hacia el universo americano, de las más novedosas ideas sobre el mundo y la vida en todo el tiempo que va del siglo XVI al siglo XIX. En esos 400 años la ciudad de México es la urbe cosmopolita y, al mismo tiempo, irremediablemente agraria y campesina. En ella, para caminar de la Alameda hasta la calle de La Moneda, mientras se conversaba sobre Leon Battista Alberti, Voltaire o sobre Prescott, había que ir arriando algunas vacas. Para la historia de las ideas como para muchas otras historias, esta ciudad de México no sólo era la capital del país. Era el país entero.

Todos estos borbotones de imágenes surgen cuando uno tiene entre sus manos el libro Las ciudades novohispanas, de Beatriz Rojas. En sus páginas están enhebrados con sublime maestría siete ensayos de historia y territorio. Es un libro de historia como los de antes, construido con paciencia, suave meticulosidad y, sobre todo, con ideas de calidad. Al leerlo uno no puede sino apasionarse ante tanta y tal claridad de pensamiento.

En Las ciudades novohispanas, Beatriz Rojas nos muestra que fundar ciudades en los espacios del siglo XVI perseguía asentar los dominios del monarca y, claro, de los vecinos de la nueva población. La fundación de las ciudades permitía establecer territorio, espacios jurídicos de poder. Basada cada idea en fuentes originales, los documentos de la época agavillan los caminos del pensamiento. Se dice fácil pero este procedimiento se está haciendo tan extraño al análisis de la historia que hoy, en esta obra, nos regala originalidad mayúscula. Cumple la autora a pie juntillas con lo que pide Jacques Le Goff en el último libro de su vida, a un tiempo testamento y herencia para los historiadores, cuando expresa que la escritura de la historia es un acto complejo, a la vez cargado de subjetividad y de esfuerzo para producir un resultado aceptable para la mayoría.

Beatriz Rojas nos cuenta cómo en la Nueva España se sembraron las ciudades, nos regala miradas a los trabajos y los días novohispanos de un ramillete de ellas, cómo eran las relaciones entre las ciudades indias y el gobierno provincial, cómo se gobernaban las ciudades y, en uno de los ensayos de mayor gloria, nos enseña qué es ser vecino en la Nueva España. Frente a todas las vicisitudes de la historia de la vida citadina, nos abre los caminos para iluminar, de mil y un maneras, el conocimiento que nos debemos a nosotros mismos como nación y como ciudadanos. Sí, con su Las ciudades novohispanas, Beatriz Rojas nos regala luz para conocer lo que hemos sido y, sobre todas las cosas, lo que queremos ser. Allí está para el que quiera ver. Es un ejemplo de grandeza.

Twitter: @cesar_moheno