Editorial
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Lavado de dinero: simulación y realidad
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e acuerdo con un cable de Ap dos hermanos mexicanos, Alejandra y Roberto Salgado, fueron detenidos en Estados Unidos por la oficina antidrogas de ese país (DEA, por sus siglas en inglés) por lavar dinero procedente del cártel de Sinaloa mediante depósitos múltiples de menos de 10 mil dólares en diversos bancos. El texto cita al jefe de la DEA en Nueva York, James Hunt, quien afirmó que ese método es posible porque los bancos de la nación vecina sólo tienen la obligación de informar al gobierno de cualquier depósito superior a la decena de miles de dólares. Según fiscales mencionados por Ap, “los pequeños depósitos en diversos bancos son uno de los métodos empleados por los cárteles mexicanos para sacar miles de millones de dólares (…) sin llamar la atención de los reguladores bancarios” y que “los cárteles recaudan buena parte de sus ganancias en el mercado estadunidense de la misma manera que introducen la cocaína y otras drogas, mediante cruces furtivos en la frontera”.

Lo anterior constituye un ejemplo claro de las falacias acerca del lavado de dinero procedente de las drogas ilícitas y otras actividades delictivas, mismas que son repetidas en forma sistemática, pero que no resisten el menor cotejo aritmético con las cifras de ganancias que el narcotráfico mueve en los circuitos bancarios estadunidenses.

Por ejemplo, en el curso de tres años (2004-2007) el extinto Banco Wachovia, que llegó a ser el sexto en importancia en Estados Unidos y que fue absorbido por Western Union, realizó operaciones no verificadas con casas de cambio mexicanas por un total de 378 mil 400 millones de dólares en transferencias electrónicas, depósitos en cheques internacionales y traslados en efectivo. Según el Departamento de Justicia, ello permitió el blanqueo de cuando menos 720 millones de dólares (La Jornada, 30/06/2010). Irregularidades semejantes han sido cometidas por Wells Fargo, Bank of America, Citigroup, American Express, Western Union y HSBC, entre otros. Y aunque la naturaleza misma del lavado de dinero impide tener cifras precisas, fuentes concuerdan en que las magnitudes de esta actividad en el sistema financiero y bancario internacional (el estadunidense, en primer lugar) son de centenas de miles de millones de dólares anuales (The Guardian, 2/06/2012).

Ahora bien: para blanquear en un año cien mil millones de dólares mediante depósitos de 10 mil, como los que se atribuyen a los hermanos Salgado –quienes, según la información, participaban en el lavado hasta de un millón de dólares mensuales, lo que haría un total de 12 millones al año–, se requeriría de una plantilla de más de 80 mil personas.

Sin cuestionar la veracidad del episodio en el que se vieron envueltas las personas mencionadas, es claro que no basta con esta clase de operaciones hormiga para explicar las sumas astronómicas que ingresan al sector financiero formal procedentes del tráfico de estupefacientes ilícitos. Es necesario, en cambio, voltear la vista hacia la obligada complicidad de autoridades regulatorias y entidades bancarias en dicha actividad. Por regla general, las multas que las primeras aplican a las segundas cuando se descubre un caso de lavado suelen ser muy inferiores al margen de utilidad generado por la operación en cuestión, lo que alienta la participación de directivos y personal bancario en esa práctica delictiva que tiene, como contraparte, una estela de muerte, descomposición institucional y desintegración social en los países de origen de las drogas ilegales.

Tanto en lo que se refiere al combate al lavado de dinero como a la persecución del narcotráfico mismo, el gobierno de Estados Unidos, apoyado por los medios del país, mantiene la falacia de que en su territorio las drogas y los dineros que generan se mueven en una escala micro, que en la nación vecina no existen grandes cárteles y no hay una corrupción gubernamental comparable a la que florece en los puntos de origen de los narcóticos. Pero las decenas de toneladas de cocaína y otras que llegan cada año a la superpotencia y que transitan prácticamente sin trabas por sus ciudades, puertos, aeropuertos y autopistas, así como las centenas de miles de millones de dólares que generan como utilidad, hacen pensar que ese discurso es un ejercicio de simulación.