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Nosotros ya no somos los mismos

Comunicado oficial a la autoridad, para demandar el debido cumplimiento de una garantía constitucional

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Tramo de la autopista urbana sur, que corre de la glorieta de San Jerónimo a la avenida ZacatépetlFoto Alfredo Domínguez
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eñor doctor Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno de la Ciudad de México.

Doctor: entendido que estoy de lo atiborrado de su agenda cotidiana de trabajo, haré mi mayor esfuerzo por sintetizar la presente comunicación que, ciudadanamente, se acoge a lo que expresa el texto del artículo 8° constitucional, cuya cita considero del todo innecesaria.

El lunes 8 de diciembre de 2014, en este diario, rememoré una de las páginas más crueles y dolorosas de la Segunda Guerra Mundial, ocurrida en un pequeño villorrio de la República de Checoslovaquia, el 10 de junio de 1942. No es fácil, en esa negra noche de la humanidad, en ese retorno a la barbarie y la irracionalidad del hombre primitivo al que, desgraciadamente en trágicas veces regresamos, identificar los escenarios de las peores atrocidades del poderío nazifascista. Sin embargo, lo acontecido en la fecha mencionada cimbró de manera tal la conciencia de todos los pueblos (aún de los no involucrados en la contienda), que la reacción de repulsa fue universal e inmediata.

Desde 1939, Checoslovaquia había sido invadida por los ejércitos hitlerianos. La resistencia de los patriotas surgió, inmediata y espontánea con esa fecha. Los partisanos, ciudadanos que habían sido hasta ese momento: mineros, obreros, campesinos, nada sabían de armas, pero tampoco de sometimiento, vejaciones ni esclavitud. Su reacción fue instintiva, un reflejo condicionado por su historia: podían tener innumerables diferencias, pero los ayuntaba e identificaba la convicción de que sólo a ellos les competía la definición y las características del país que deseaban constituir. Conforme avanzaban las fuerzas de ocupación, brotaban en todo el territorio, aún de las más pequeñas aldeas, osados grupos guerrilleros que enfrentaban con recursos totalmente desiguales a los invasores. Supongo que sufriendo penalidades mil, llegaban a las costas del continente más asequibles para la armada inglesa, donde eran recogidos para transportarlos a la isla y proporcionarles el entrenamiento indispensable, después del cual, unos tres meses después, eran regresados al continente lanzados en paracaídas y sembrados en territorios de alto conflicto. Tres de esos patriotas fueron Jan Kubis, Josef Valsick y Josef Gabcik.

En mayo de 1942, el día 27, para ser precisos, Reinhard Heydrich, amigo muy cercano de Hitler y, en razón de esto, nombrado protector de Bohemia y Moravia, se dirigía al Castillo de Praga y fue interceptado por estos guerrilleros que no midieron riesgo ni consecuencias. El protector, malherido, fue llevado al hospital Bulovka, donde días después falleció. Hitler sufrió un doble agravio: a su poderío y a sus afectos más íntimos que, en el fondo, eran eso: su poderío. Su ánimo de venganza surgió de inmediato: nombró como nuevo gobernador de Bohemia a otro nazi de alto rango, Kurt Daluege. Bajo su mando, el 10 de junio, la pequeña aldea de Lídice (menos de mil habitantes) fue arrasada. Motivo: era una de las comunidades más combativas contra la ocupación alemana: de ese pequeño territorio habían surgido los partisanos más aguerridos de la resistencia y su audacia había ya golpeado directamente la soberbia del f üher y provocado sus cada día más frecuentes arrebatos de cólera irracional.

Más de mil 300 personas: 340 habitantes de Lídice y de Lezáky fueron fusilados (192 hombres, 60 mujeres, 88 niños). Otros, enviados a los campos de concentración y ultimados en las cámaras de gas. Los niños seleccionados por sus características arias, tuvieron la oportunidad de la reducación: no se conocen, sin embargo, nombres de ­sobrevivientes.

Hitler, satisfecho, exclamó: ¡Lídice ha sido borrada de la geografía! ¡Lídice ha sido borrada de la historia: nunca nadie sabrá que Lídice existió!

Esto sucedió el 10 de junio de 1942. Apenas tres años después, Alemania firmaba su absoluta rendición. Siete años más (1949), Lídice resurgió, no de las cenizas a las que la insania del nazismo intentó reducir a un puñado de seres humanos, sino de la materia incombustible que envuelve a los seres que nacieron para vivir y morir como héroes.

Sin que surgiera un proyecto unificado, una convocatoria central, en el mundo comenzó a darse, espontáneamente, una hermosa respuesta: Lídice brotó en una urbanización obrera municipal y en un hospital en Caracas, Venezuela. Y también en la ciudad de Carora. En Panamá, como en Brasil, varios pueblos sumaron, a su nombre original, el agregado de Lídice. En Panamá se creó la comunidad Lídice de Capira. Aquí, en nuestra patria, la delegación Magdalena Contreras a una de sus colonias, San Jerónimo, le agregó el honroso apellido de Lídice. Así, aunque las razones desgraciadamente se vayan perdiendo con el tiempo, los habitantes de nuestra capital diariamente renovamos un recuerdo/homenaje: Lídice, San Jerónimo: territorio de hombres dignos, de patriotas.

Según nos relatan algunas enciclopedias, el compositor Boohuslav Martinu escribió la sinfonía Memorial pour Lidice y el autor Guayasamín dedicó su pintura Lídice a las víctimas de esa tragedia.

Doctor Mancera: estoy convencido de que la impunidad es el mayor aliciente para la repetición de las acciones (u omisiones) más cruentas y perversas que algún ser humano sea capaz de cometer. No sé en qué medida una autoridad, por lenidad, abulia, irresponsabilidad, sea directamente responsable de los delitos y agravios sociales que se perpetraron ante su potestad y jurisdicción pero, eso sí, estoy plenamente convencido de que la autoridad que se desentiende y solapa a los culpables de hechos criminales y evade la investigación acuciosa y el justo castigo que éstos merezcan, se convierte no únicamente en encubridora y cómplice de los delitos ya cometidos, sino en la incubadora de los que, inevitablemente, habrán de seguirse dando al amparo de esa indigna sumisión de la ley a los poderes que domeñan el derecho, la justicia, la convivencia civilizada y fraterna: a) el ejercicio del poder público, por encima de lo que llamamos estado de derecho; b) la inversión inteligente de la acumulación de riquezas socialmente producidas e individualmente explotadas, para lograr milagros como el de que, sorprendentemente, las normas jurídicas coincidan (como hechas a la medida) con los intereses plutocráticos nacionales y de ilustres visitantes, y c) el dogma que garantiza al poder transterrenal que todo aquel que religiosamente sepa hacerla, en esta vida, nada tiene que temer en la otra. Haz cuanto y lo que quieras, confiésalo, compra tu bendición papal y atesora (también) indulgencias plenarias suficientes. Para asegurar la vigencia, renueva tu generosidad con el obispo más cercano y vive feliz en ésta como en todas las vidas que puedas acaparar…

De nueva cuenta, imperdonablemente equivoqué tiempos y espacios. Me comió el espíritu de la columneta y no fui capaz de redactar la sobria carta, el comunicado oficial a la autoridad, para demandar el debido cumplimiento de una garantía constitucional. Hice historia, brindé información tal vez excesiva, y no llegué a formular de manera concreta la petición que, hasta a mí, concede mi entrañable y mal tratada Carta Magna. En verdad mi torpeza me apena y no tengo otra manera de resarcirlas que con la formulación de serios compromisos: entregarles, a la brevedad, algunas crónicas de estos días, pero vividos hace más años que la edad media que le supongo a la multitud. Por ejemplo: ¿Qué pasó entre un grupo de cadetes del H. Colegio Militar y nuestra célula (pluricelular), que un 13 de septiembre frente al monumento a los Niños Héroes pretendió arrancar de la bandera estadunidense las estrellas que correspondían a los territorios que nos habían sido arrebatados por el imperio? ¿Cómo respondieron los coahuilenses a la idea de intercambiar las banderas que los gringos y nosotros habíamos capturado durante las invasiones de que fuimos víctimas?

Pero antes que nada el ejercicio que tutela el 8° constitucional: señor jefe de Gobierno, solicito a usted…

Perdón de nuevo por mi impericia que me retrasa, una semana, el ejercicio de una garantía constitucional.

Twitter: @ortiztejeda