Opinión
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Misterios del votante
E

l pasado domingo 25 de septiembre se llevaron a cabo elecciones autonómicas en Galicia, España. El Partido Popular (PP) de esa región gallega salió victorioso con 41 por ciento del total de los sufragios. El candidato triunfante fue Alberto Núñez Feijóo. El PP, donde milita tal candidato, fue relecto holgadamente alcanzando mayoría absoluta. Podrá, ahora y de nueva cuenta, gobernar de cara a sus electores sin oposición de peso. Poco ha importado el cúmulo de francos errores de gobierno y actos delictivos que bien podría haberle afectado pues, sobre el PP, gravitan numerosas y fundadas acusaciones, algunas de las cuales han terminado en prisión para los culpables. Esta circunstancia obligó, durante la campaña, a evitar citar el nombre del partido y recargarse en el candidato. El PP suma ya un largo listado de complicidades y atracos a los bienes públicos que han alcanzado el nivel de escándalos internacionales. Encima de los descarados delitos de encumbrados militantes del PP al patrimonio de los españoles, el señor Núñez Feijóo adiciona, con señalamientos y acusaciones, de ser íntimo amigo de conocidos narcotraficantes, maleantes que, por lo demás, han sido condenados a largas penas de cárcel. Su sonriente fotografía apareció en diarios de circulación local y nacional a bordo de lujosos yates en compañía de esos personajes. No hubo negativa de su parte, tampoco justificante que lo eximiera. No obstante, su amplio electorado lo reconfirma para otro periodo de cuatro años. Difícil, más bien imposible, bordar sobre las motivaciones de los votantes para encontrar válida explicación de tal conducta. En todo caso se tendría que especular sobre la laxitud ética de esa sociedad en particular.

Durante años, el respaldo que buena parte de los electores mexicanos dieron al PRI, muy a pesar de sus abundantes, casi consuetudinarias tropelías, ha sido un insondable misterio para estudiosos y simples observadores. La decisión de ejercer tan básico derecho sin duda obedece a diversos factores: miedos, esperanzas, ilusiones, espíritu de cuerpo, costumbres e intereses precisos son algunos. Todos ocupan su lugar dentro de cada uno de los y las individualidades que acuden a las urnas. Llevar a candidatos al gobierno es parte sustantiva de la vida democrática. No es, sin embargo, una tarea cualquiera a cumplir cada determinado tiempo sino una que marca al conjunto. Tampoco las razones, motivaciones, pulsiones e intenciones que mueven a expresar, de particular manera, la voluntad ciudadana deberían ser tan inescrutables. Pero lo son y afectan, a veces de manera crucial, la actualidad de los distintos pueblos. Por fortuna, los apoyos que ese partido viene encontrando en las sucesivas competencias por el poder han ido menguando de manera notoria. Las mayorías de antaño que lo favorecían se han esfumado, tal vez para siempre. En la actualidad topan ya con mínimos que les impedirán seguir al frente de los distintos gobiernos, sean estos locales o el mismo federal.

El golpeteo ejercido sobre la moralidad colectiva, por diversos gobernantes de extracción priísta en tiempos recientes, ha sido apabullante. La ausencia de ética de muchos funcionarios, afines a ese partido, ha socavado el que parecía un indestructible respaldo popular. No más renovación de mandatos en tan deplorables condiciones parece apuntar el electorado. Uno tras otro, líderes o gobernantes han mostrado la nula calidad ética de sus ambiciones. En Nuevo León, en Tamaulipas, en Coahuila, Veracruz, Chihuahua o Quintana Roo la evidencia de sus ilícitos trasteos se acumula y deja honda y extendida huella. Estos malos gobernantes no han sido los únicos, simplemente son los que se pueden citar de inmediato. Un mínimo sentido de decencia tendría que impedir el buscado respaldo a una agrupación política que consienta o apadrine a tales figuras. La falta de pudor de los ejecutivos de esos estados es insultante. El haberse presentado casi en paquete y en tan perentorio tiempo, ha tenido un efecto devastador para las alegrías y seguridades partidarias de aquellos días, afortunadamente idos ya.

Por desgracia, no son los priístas los únicos señalados en falta. Los panistas también han aportado, con notorios casos, al poco meritorio cuadro de los turbios o delictivos asuntos. Aunque a estos partidistas todavía les ayuda un hálito de (doble) moralidad cultivada durante años: aparentan ser respetables ciudadanos, creyentes probados, hombres o mujeres de bien y ceñirse a estándares de proba conducta. En cuanto a la historia de otros partidos, hasta ahora más pequeños, la narrativa resultante no es del todo diferente, aunque sus desviaciones causan menores daños. Pero, ciertamente, abonan al desprestigio de los políticos y la política. La diferencia actual estriba en lo que apunta hacia una renovación, todavía endeble, de la valoración ética que despliegan por estos turbios días los mexicanos. Varios elementos apuntan que los votantes serán más estrictos en su ejercicio cívico. La corrupción y el mal gobierno serán, ya no se duda, causales efectivas de condena ciudadana.