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Irak: no hay deuda que no se salde
E

l penoso circo electoral en Estados Unidos no deja de sorprender. La verborrea del candidato del Partido Republicano lo está hundiendo en las encuestas. Una de sus últimas declaraciones ha provocado la indignación del Partido Demócrata y de varios republicanos.

La semana pasada Donald Trump insistió, en varias ocasiones, en que el presidente Barack Obama y la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton eran los fundadores del llamado Estado Islámico (EI). Esa conclusión descabellada de Trump está basada en un argumento espurio de los republicanos. Hace años que insisten en que Obama, al decidir en 2009 el retiro de las fuerzas estadunidenses de Irak, creó un vacío de poder que fue llenado por el llamado EI.

Lo cierto es que cuando asumió la presidencia, en enero de 2009, Obama estaba convencido de que tanto la ocupación de Afganistán (desde 2001) como la de Irak (desde 2003) habían sido un error. No se había acabado con Al Qaeda ni encontrado a Osama bin Laden en Afganistán. En Irak se había derrumbado a Saddam Hussein, pero se había desatado una guerra civil entre sunitas y chiítas. Estaba lejos de crearse una democracia como había pronosticado la administración del presidente George W. Bush y tampoco se habían asegurado las reservas de petróleo, como pretendía Washington.

Las invasiones de Afganistán e Irak fueron un fracaso y abrieron espacios para el surgimiento de grupos islámicos terroristas, incluyendo al EI. Lo que se les olvida decir a los republicanos es que las aventuras militares de Bush y su vicepresidente Richard Cheney crearon el caos en Medio Oriente, permitiendo así la reaparición de Al Qaeda y el auge del EI.

La invasión de Irak tuvo como objetivo principal el derrocamiento de Saddam Hussein y la instalación de un gobierno democrático y aliado a Estados Unidos. Para ello la administración de Bush recurrió a una mentira: la supuesta existencia de armas de destrucción en masa (las nucleares, químicas y biológicas) en Irak.

La ONU, por conducto de su Consejo de Seguridad y un equipo de inspectores, llevaba una década buscando sin éxito pruebas de la existencia de armas de destrucción en masa en Irak. Pero la administración de George W. Bush se impacientó y empezó a integrar una coalición de países para invadirlo. Tuvo, por tanto, que recibir la autorización del Consejo de Seguridad para recurrir a la guerra y lograr el apoyo de su Congreso para la misma.

Lo segundo lo consiguió fácilmente, pero le fue imposible lograr el apoyo del Consejo de Seguridad. Armó una coalición inicial con el Reino Unido (Tony Blair) y España (José María Aznar), pero no reunió la mayoría necesaria en el Consejo: tres de los miembros permanentes (China, Francia y Rusia) se opusieron, al igual que buen número de miembros no permanentes, incluidas Alemania, Chile, México y Siria. Por cierto, el presidente Vicente Fox pronunció un muy oportuno discurso el 17 de marzo de 2003 para anunciar que México no apoyaría la invasión de Irak. Ésta se inició tres días después y fue totalmente ilegal, ya que no fue avalada por el Consejo de Seguridad.

Hoy la gran mayoría de estadunidenses, británicos y españoles se arrepiente de haber apoyado la invasión de Irak. En Estados Unidos no son pocos los congresistas que ahora confiesan su error al autorizarla (entre ellos la entonces senadora Hillary Clinton). Y ha seguido el debate sobre la legalidad de dicha aventura.

En el Reino Unido han ido más lejos. El entonces primer ministro Tony Blair logró que el Parlamento británico autorizara el uso de la fuerza contra Irak, alegando que Saddam Hussein tenía armas de destrucción en masa, pero persistieron las dudas, y Gordon Brown, sucesor de Blair, decidió el 15 de junio de 2009 que se llevara a cabo un estudio para identificar las lecciones que podrían aprenderse del conflicto en Irak. Se nombró un comité encabezado por John Chilcot. Conocido como el Informe Chilcot, el estudio fue publicado (finalmente) el pasado 6 de julio y ha causado revuelo dentro y fuera de la Gran Bretaña, dañando mucho la imagen de Blair.

Si bien el Informe Chilcot no se pronuncia sobre la legalidad de la invasión de Irak, la Carta de la ONU estipula claramente cuándo y cómo puede un Estado recurrir al uso de la fuerza contra otro Estado. Pero el Informe Chilcot sí describe como inadmisible tratar de cambiar el régimen de un país porque un Estado o grupo de estados lo considera (sin pruebas) una amenaza a la paz y seguridad internacionales. Estados Unidos insistió en que Irak poseía armas de destrucción en masa y su secretario de Estado, Colin Powell, viajó a Nueva York para mostrar al Consejo de Seguridad las pruebas pertinentes. El secretario general de la ONU y Hans Blix, el jefe del equipo de investigadores de ese organismo en Irak, opinaron lo contrario. Años después, Powell renunció a su cargo y en 2008 anunció que apoyaba a Barack Obama.

Desde luego, existen mecanismos internacionales para determinar si un país está tratando de desarrollar armas de destrucción en masa. Piensen, por ejemplo, en el organismo que vigila la producción de material nuclear o en la organización creada por el tratado para la prohibición de las armas químicas. Además, en el caso de Irak se había creado un equipo especial de expertos para localizarlas.

Tras la invasión de Irak Estados Unidos tuvo que confesar que no encontró esas armas. Y ahora, en 2016, los republicanos quieren hacernos creer que el causante del caos y anarquía, así como del terrorismo de grupos que han tergiversado el sentido del Islam, es Barack Obama.