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Ver día anteriorLunes 18 de julio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nosotros ya no somos los mismos

Atraco al diputado Valencia

Tras 20 días paralizado, hizo gala de su memoria eidética

El sospechosismo me corroe

L

a multitud se divide. Al­gunos me dicen: no le hagas al ensarapado (¿cómo puedo evitarlo si en Saltillo se hacen los más bellos sarapes del país?), ¿por qué haces imputaciones tan severas contra un señor diputado, del que ni siquiera das el nombre? Otros: qué bueno que no le pierdas el ojo a ese virrey de Iz­tapalapa, la ambición y la ausencia de escrúpulos lo pueden catapultar como go­bernador de la Ciudad de México. No voy a entrar en discusiones y mejor acepto el reclamo. Me referí, en la columneta anterior al señor Jesús Valencia Guzmán, actual diputado del PRD ante la Asamblea Legislativa, y de quien, los lunes 19 y 26 de enero de 2015, me permití cronicar en este espacio sus tropelías y, craso error, pronosticar el inevitable descalabro que sufrirían las aspiraciones parlamentarias que presumía, ante las apabullantes evidencias de sus reiteradas acciones ­delincuenciales.

Como suele ser mi costumbre, creo que desde el Ulises criollo, a la fecha, mi prospectiva política no resultó muy exitosa. Al contralor del Gobierno de la Ciudad de México no le importó incurrir en el delito de lenidad y al gobernador Mancera y al presidente del PRD capitalino ser encubridores de quien les proporcionaría la clientela de votos necesarios para impedir el dominio de Morena en Iztapalapa. No lo investigaron, no lo consignaron y, entonces, obviamente, no fue sometido a juicio. Al contrario, se le arropó con el blindaje inapelable de la corruptela compartida: autoridades del gobierno capitalino, del PAN y, sobre todo, del PRD preferían al piel roja de Trump, en la Asamblea Legislativa, que a un representante moreno, que contribuyera a destapar las alcantarillas delegacionales. Co­mo queda claro, lo grave no es que delincas y te pillen, sino que carezcas de fichas para negociar la absolución. El PRD le garantizó a Valencia prolongar su impunidad, merced a varios años de inmunidad. En otras palabras, lo convirtió en un Eliot Ness de petatiux, es decir, en un intocable. Lo consintió tanto que no quiso arriesgarlo en una campaña electoral, pues ya la prensa y las redes sociales habían exhibido ante los ciudadanos sus latrocinios que lo obligaron a abandonar, la jefatura delegacional (pero no la contratiza ya subastada ni los múltiples puestos ocupados por los 40 amigos de Alí). Jesús Valenzuela llega a la asamblea por la vía plurinominal (la supuestamente reservada para aquellos ciudadanos cuyas calidades intelectuales y saberes de excepción los hacían indispensables en los órganos colegiados que constituyen el Poder Legislativo) y ahora es miembro de las comisiones de Derechos de la Niñez, Desarrollo Metropolitano y Presupuesto y Cuenta Pública. Como diría un amigo tan dicharachero como mal informado: ¡La Iglesia en las manos deL útero!

Pero a toda esta vieja historia la reverdece una noticia que leí hace unos días en el diario Reforma. No doy el crédito correspondiente al reportero porque no encontré su nombre, pero en la edición del 24 de junio podrán verificar lo que paso a comentarles. El 3 de junio, al filo de las 7 de la tarde, al llegar a las puertas de su casa, en Jardines del Pedregal (¿no que vivía en Iztapalapa? ¿La gobernaría por videosatélite?), dos truhanes apañaron al señor diputado Valencia, aprovechando su natural agotamiento después de las arduas tareas legislativas, y lo despojaron de sus pertenencias, entre ellas un reloj Luminor GMT (¿y el chofer, el asistente, las puertas eléctricas, las cámaras de seguridad?) El sospechosismo me corroe. Las circunstancias son inexplicables y contradictorias: ¿por qué los amantes de lo ajeno (en esta ocasión me refiero exclusivamente a los expropiadores del reloj) no le proporcionaron ni siquiera un sopapo que, al hacerle perder el sentido, les diera más tiempo para la huida? ¿Por qué, al menos, no lo despojaron del celular para impedir una movilización policiaca reservada a los jerarcos? ¿El susto fue tan acogotante que el derrame de la bilis paralizó al diputado 20 días en cama, sin poder presentar la que debía ser denuncia inmediata? ¿Se andaría agenciando una factura? Para cobrar un seguro es indispensable ésta, y la denuncia ante la autoridad. Desconcierta, ciertamente, que pese al ataque de nervios y otras consecuencias gastrointestinales que provocan las impresiones tan estrujantes como un asalto, el diputado haya hecho gala de su memoria eidética: al presentar su denuncia declaró que los colegas que, faltando al más elemental espíritu de cuerpo lo atracaron, viajaban en un auto Ford Focus con placas MYE-4882, del estado de México. Este singular tipo de memoria, la eidética (llamada también hipertimesia o memoria autobiográfica, la pueden reconocer en la cinta Rain Man (Oscar a la mejor película), en la cual Dustin Hoffman (Oscar al mejor actor), realiza una genial actuación. O más acá, en las series televisivas Unforgettable y The Big Bang Theory, en las que la detective Carrie Wells y el científico nerd Sheldon Cooper, hacen gala de la asombrosa capacidad mental exhibida por el diputado en su denuncia.

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Jesús Valencia Guzmán, en imagen de archivoFoto Guillermo Sologuren

Pero, como diría don José Moreno de Alba, distinguidísimo lingüista y filólogo, dejemos estas minucias del lenguaje y aboquémonos mejor a plantear algunas no minucias, éticas, culturales ideológicas o de simple estética social que, inevitablemente este acontecimiento genera. Por ejemplo, la posesión de ciertos artículos suntuarios, de lujo excesivo, para cubrir necesidades de la cotidianidad: relojes, plumas, anteojos, llaveros, automóviles. También poseer una residencia en colonia de cinco estrellas, como sigue siendo el Pedregal y, además, otra de utilería (una locación cinematográfica, digamos), en una colonia del todo popular, para cuando se asume el rol de jefe delegacional. Por supuesto tener acceso a vehículos de alto rendimiento (y costo), facilitados pro bono, por proveedores agradecidos. Igualmente, lucir cualquier día entre semana (el 3 de junio fue viernes) una joya bastante cariñosa para consultar la hora. Todos estos datos nos permiten presuponer el patrimonio y los ingresos del usuario. En el caso de algunas obras de arte, de algunas joyas es de suponerse que se tienen a la mano ciertos documentos, por ejemplo, la factura. Sin ella, en caso de robo no se respalda la denuncia y, sin acta de la denuncia, no puede haber reclamación al seguro. Por supuesto se puede recurrir a la colaboración de dos altos funcionarios: don Aris­tóteles Núñez, quien dará constancia de que el poseedor (quien lea detentador está mal de la vista) declaró ingresos suficientes para darse esos pequeños agasajos. (Quien puede erogar una cantidad así es obvio que percibió, honorablemente, los emolumentos bastantes para mantener no sólo una familia, sino dos o tres). Y, por supuesto, de don Virgilio Andrade, quien, a petición del interesado o por orden judicial, puede darnos a conocer la declaración patrimonial rendida ante la Secretaría de la Función Pública.

Pero lleguemos a lo esencial, al tuétano de este hueso tan difícil de roer: ¿qué diferencia hay entre un gobernador (en obvio de espacio, un solo apellido, acomódelo usted en la entidad que quiera): un priísta, Duarte; un panista: Padrés, y un perredista: Graco? Ante la obvia respuesta, no perdamos el tiempo en las diferencias cromáticas de las opciones políticas que, dizque los distinguen: ninguno de los tres tiene nada que ver con los postulados de las organizaciones que dicen representar, pero a los tres lo que los identifica es el ejercicio plenamente delincuencial del poder que detentan: son igualmente hampones, más allá del desodorante, antibiótico o partido que los patrocine. En cuanto al señor diputado que denuncia que a las puertas de su casa lo asaltaron y desposeyeron de un reloj de 300 mil pesos, lo que de entrada se me viene a la cabeza es: el diputado es un pobre diablo con dinero. Qué cuate más vacuo, superficial, necesitado, no sólo de un mínimo reconocimiento social, sino, en su intimidad, de la necesidad de compensar su inseguridad, sus complejos, su ansia compulsiva de ascenso, merced a la acumulación de bienes materiales adquiridos haiga sido como haiga sido. A estos depredadores, que lle­gan por todos los caminos partidarios, es casi imposible cerrarles el paso: su clientela electoral hace trizas ideología y militancia. Finalmente: ¿saben ustedes que el reloj del diputado representa 4 mil 107 salarios mínimos o 333 pipas de agua, más o menos?

Se necesita ser oriundo de los territorios del cinismo, la impunidad, la tacañería o la estupidez, para incriminarse por 300 mil pesos. Su denuncia lo denuncia.

Twitter: @ortiztejeda