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Foro de la Cineteca

Matar a un hombre

U

n relato salvaje. Nada parece explicar en Matar a un hombre, segundo largometraje del chileno Alejandro Fernández Almendras (Huacho, 2009), el desprecio y la saña con que un grupo de delincuentes hostigan a un apacible padre de familia. Ni un ajuste de cuentas por algún agravio, tampoco una verdadera hostilidad social, ni siquiera un afán de lucro, pues el despojo que sucede a la agresión es irrelevante. Se trata de una violencia en estado puro, ejercida de modo arbitrario contra el cuarentón guardabosques Jorge (Daniel Candia) y sus hijos adolescentes, víctimas todos de un mismo bullying irracional en una barriada de una ciudad chilena. Marta (Alejandra Yañez) observa atónita e indignada la impotencia del marido y la desidia o ineficacia de la policía para frenar el hostigamiento de un ser siniestro apodado Kalule (Daniel Antivilo). El miedo se apodera de la familia, incapaz de abandonar el barrio, obligada a permanecer en el domicilio asignado de un edificio de interés social, y pronto se adivina que como esa familia, muchas otras padecen la violencia desatada, día a día, por bandas incon- trolables. Un retrato del pre- sidente Piñera preside en la comandancia de policía, como símbolo elocuente de la impotencia del poder civil para desterrar de Chile los viejos demonios del terror y del autoritarismo.

El cineasta Alejandro Fernández no es el único en ofrecer radiografías tan implacables de un clima social degradado. Su compatriota Pablo Larraín (Tony Manero; Post-mortem) lo ha hecho también y de manera soberbia. Bajo las falsas apariencias de un thriller sobre una revancha personal en contra de un delincuente enloquecido, Matar a un hombre es un comentario mordaz sobre una suerte de terrorismo a pequeña escala que se cierne sobre una familia y cuya sorda ubicuidad y malevolencia reduce a cualquier ciudadano en la mira a un estado de vulnerabilidad extrema, sin una vigorosa autoridad que le proteja. Esta visión, ciertamente pesimista, el realizador chileno la acentúa filmando casi todo de noche, con luz natural, y eligiendo planos fijos y un tono seco para anticipar esa claustrofobia que será un punto clave en su estrategia de revancha (formidable sugerencia de terror en el interior de un camión refrigerado). La respuesta ciudadana a la violencia irracional –algo que abordó con matices dudosos y polémicos Relatos salvajes, de Damián Szifrón– tiene en esta cinta chilena una real sobriedad dramática y un distanciamiento tal frente a lo espectacular, que el resultado es doblemente inquietante. En el caso del pacífico y anónimo Jorge volcado a la violencia, el director plantea a la vez un tema de gran actualidad y un dilema moral que es un desafío a las buenas conciencias. El fantasma de esa irracionalidad a la que alude su cinta es el asunto hoy de las primeras planas de todos los diarios.

Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional: 13 y 17:30 horas.

Twitter: @Carlos.Bonfil1