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Las uvas de la ira
T

he Grapes of Wrath (1939), traducida como Las uvas de la ira, Viñas de ira y Las viñas de la ira, novela de John Steinbeck (1902-1968), por la cual recibió el premio Pulitzer en 1940, fue una obra muy polémica y resultó profundamente transgresora en su época. Ambientada en la década de 1930, tras el crac de 1929 y la crisis que le siguió, narra las dificultades de la familia Joad en su éxodo desde Oklahoma hacia California en busca de mejores condiciones de vida. Steinbeck exalta los valores de la justicia y la dignidad humana en un país que vivía una etapa de profunda injusticia económica y política; escribió la novela como denuncia al sentirse entristecido e indignado por las condiciones de las víctimas de la crisis, y exclamando quiero colocarles la etiqueta de la vergüenza a los codiciosos cabrones que han causado esto (un breve resumen del argumento de la novela se halla en la Wiki).

Desde hace algunos años, no sé cuántos escritores principalmente europeos (ni sé quién acuñó la frase con el título de la novela de Steinbeck) han usado la frase las uvas de la ira están engordando, para examinar desde mil ángulos la creciente indignación con los cabrones que están demoliendo a la UE.

Insistiría en que el sufragio del pasado 5 de junio y el retroceso que hubo de experimentar el PRI y toda su vasta adherencia pública y privada, probablemente significa que en estos lares también las uvas de la ira están engordando, sin referir que en esto somos compañeros de ruta de otros varios países latinoamericanos, que ahora viven un momento de retroceso.

Reiteraría también que el factor que estaría construyendo una ruptura populista, en los términos de Laclau, como planteaba en este espacio en mi anterior contribución, es la profundidad y amplitud de la inaudita corrupción que sin freno ha crecido como nunca a partir del sexenio de Salinas, e insistiría en que la corrupción no se explica por la impunidad, sino que la impunidad es evidente componente de la propia corrupción.

El populismo, voz que ha cargado con una polisemia conocida, a partir de los años ochenta y noventa es enfocado y examinado de modo diverso de como se hizo hasta los años setenta y aún ochenta. Para las derechas, el populismo ha sido una excrecencia ideológica y social despreciable en todo momento. Las izquierdas lo han enfocado, decía, de modos distintos. Se le examinó primero desde los movimientos sociales rurales estadunidenses y rusos de la segunda mitad del siglo XIX, que se llamaron a sí mismos populistas, palabra relacionada con la noción de pueblo. El movimiento populista ruso (acuñó la frase Tierra y libertad), de ideología anarquista, hubo de operar, dadas sus condiciones, de manera clandestina, y sólo vivió de 1861 a 1864. Preparaban una revolución campesina, pero fueron descubiertos y disueltos en 1865.

Su evocación no exenta de adoración al pueblo, posteriormente llevó a historiadores y analistas políticos, principalmente de izquierda, a ver en movimientos tan distintos como los encabezados por Domingo Perón, Getulio Vargas o Lázaro Cárdenas, entre otros, como movimientos y regímenes populistas. Para las izquierdas el populismo era un movimiento distractor, que desviaba la lucha de una verdaderamente revolucionaria, una que tendría que tomar el poder –el Palacio de Invierno era el símbolo–, y como lo ordenaba el CC del PCUS.

Desde los años ochenta, con la globalización en expansión, para las derechas es populista todo aquel que en cualquier circunstancia, condición, o programa político, es contrario al pensamiento único neoliberal. Claro, es inútil esperar que las derechas estudien y piensen; ellas poseen intereses que defienden desde el infame boato en el que viven.

Hoy Laclau ve el populismo como un momento de la política de masas. Laclau, y no sólo él, señala la inconveniencia de que ese movimiento, la ruptura populista, conduzca a un régimen populista, que será, según condiciones de la ruptura, de derecha o de izquierda; ninguno de los dos es conveniente para las propias masas. En México, la corrupción rampante puede ser un factor decisivo en una ruptura populista. Esto porque el recién creado sistema anticorrupción es una rueda de molino, hasta para los empresarios.

Son los dirigentes de una ruptura populista quienes deben llevar a cabo una permanente pedagogía política de modo que sean las masas las que se empoderen, las que se hagan del poder y no permanezcan esperando que el dirigente del movimiento sea el gran benefactor que provea de todo a las masas empobrecidas. Que fue lo que visiblemente ocurrió a Venezuela.

Crear, a partir de una ruptura populista, un régimen parlamentario, un Estado de bienestar renovado, un estado que crea sus instituciones a partir de los derechos humanos, una socialdemocracia renovada acompañada de una sociedad organizada para vigilar de cerca a quienes transitoriamente pasan por las más altas riendas del poder del Estado, es posible. Es un asunto de creación institucional enmarcado en la democracia y en el largo plazo.

Las uvas de la ira están engordando y el actual bloque histórico (hablo del concepto de Gramsci) debe pasar a mejor vida. ¿Puede Morena encabezar una ruptura como la aquí aludida? Por hoy, no parece. Su dirigente cuenta con la honestidad necesaria y con el amor por el pueblo indispensable; pero por ahora, habla como el redentor que sí repartiría con justicia los peces y los panes.