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Sara convencería a una piedra y la haría llorar
C

onocí a Sara Poot-Herrera carirredonda, de cabello corto y ensortijado y ojos como dos diamantes negros. La vi por primera vez en Dartmouth College frente al mural de pinceles airados en el que Cristo rompe su cruz porque así lo decidió José Clemente Orozco. Era una muchachita ávida de conocimientos, más despierta que cualquiera. Más tarde, Sara se dejó crecer el cabello negro y eléctrico hasta la cintura y se lanzó a la aventura californiana como antes lo había hecho Teté, su hermana. Las dos, valientes, determinadas e inteligentes salieron adelante y supieron dar seguridad a quienes las rodeaban, Sara con su cátedra ceñida por el amor a sus alumnos y Teté por su originalidad y su sentido práctico.

En Santa Bárbara, el primer amor de Sara fue don Luis Leal, a quien rindió pleitesía en un tomo voluminoso en el que participaron docentes y estudiantes y hasta héroes de la Revolución. Maestra, al igual que Sor Juana, Sara Poot estudió en todo lo que vio, reflexiva nada vio sin cuidado o falta de perspicacia. El resultado hoy es que UC Mexicanistas suple en Estados Unidos a las relaciones culturales que nuestro gobierno debería tener con los mexicanos al devolverles la fe en sí mismos y en su país. Aprendan el idioma de sus abuelos, México es grande, México es su pasado, atesórenlo, tengan fe a pesar de todo, es México el de la cultura, es México el del canto y la poesía.

Gracias a Sara fui a dar hasta Islandia con Jesusa Palancares traducido al islandés. ¿Cuándo íbamos a pensar las dos, una soldadera y una cronista mexicanas que acabaríamos abrazadas por los herederos de los vikingos? ¡Hasta no verte, Jesús mío! Ver a Sara en Reikiavik enfrentar los vientos del fin del mundo es una aventura imposible de olvidar y un insuperable regalo de la maestra yucateca cuya capacidad para las relaciones humanas teje una red de complicidades que abarca los dos polos del planeta y clava un asta bandera en ambos extremos. Además de este regalo también le debo a Sara Poot un libro publicado por la Filey y UC-Mexicanistas impreso en Mérida Viento: galope de agua entre palabras y ahora mismo, en estos últimos meses de derrota, su aguerrido combate por La 68, casa de la cultura en la calle 68 en Mérida, que debió cerrar por falta de recursos.

De proponérselo, Sara convencería a una piedra y la haría llorar, por tanto, su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua (AML) sólo confirma su capacidad cada vez más afilada y engrandecida por la docencia y la academia. Sara nunca se ha andado con pies de plomo y se lanza a decir, a informar, a enseñar, a reclamar, a convencer.

Pidió ingresar a la AML en el Claustro de Sor Juana y aquí estamos acompañándola. En la literatura, las mujeres recurrimos al estoicismo para no desmayar. Sara Poot nunca se conforma, para ella no existe el ya veremos. Gracias a ella, UC Mexicanistas es un camino ascendente de acciones en favor de nuestra historia, nuestra literatura y nuestra maltrecha sociedad de migrantes. La viva inteligencia de Sara Poot, sus dotes de terapista se canalizan en una acción cultural conciliadora que hace todo por la relación de México con la academia estadunidense y con quienes se fueron sin regreso –porque no hay a qué regresar– para impedir que los que se fueron rompan sus raíces y se enteren que Estados Unidos no tiene a una Sor Juana Inés de la Cruz. Hacerlos pensar en español es cambiar su historia y la de nuestro país.