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México SA

Reformas y desarrollo

México cae al escalón 74

Realidad mata discurso

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Conmemoración del aniversario de la promulgación de la Constitución Mexicana en QuerétaroFoto Demián Chávez
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ño tras año, a punto de cumplirse el primer centenario de su promulgación, la Constitución Mexicana es conmemorada en pomposo acto en el Teatro de la República, en la capital queretana, y en cada uno de ellos el discurso oficial realza el altísimo contenido social y el objetivo de la Carta Magna, que no es otro que el desarrollo de nuestra nación, con justicia, libertad, equidad, progreso e irrestricto respeto a los derechos de todos los habitantes de este país.

Se oye bien, aunque en los hechos cotidianamente la clase gobernante se la pase por el arco del triunfo. Eso sí, por discursos no para, como el más reciente –el pasado viernes en el escenario referido– del inquilino de Los Pinos, quien aseguró que las reformas constitucionales aprobadas en los recientes años amplían el horizonte de desarrollo del país y dan dirección al esfuerzo nacional; se expresa la voluntad de la sociedad por avanzar y el compromiso colectivo de seguir transformando a México; proyectan además una nación donde los ciudadanos ejerzan a plenitud sus derechos y libertades y las autoridades actúen con apego a los más altos estándares internacionales en materia de respeto a los derechos humanos.

Qué bonito, pero, palabras más o menos, lo mismo dijeron sus antecesores en el puesto durante respectivos discursos de ocasión y siempre destacando que el objetivo de las reformas promovidas por cada uno de ellos no era otro que impulsar el desarrollo nacional y, obvio, el de los mexicanos. Pero, ¡sorpresa!: más de 30 años de discursos, de Miguel de la Madrid a Enrique Peña Nieto, y el desarrollo del país y de sus habitantes se mantiene prófugo y clase gobernante no tiene la intención de encontrarlo.

De lo anterior da cuenta el informe anual que sobre el desarrollo humano divulga (desde 1990) el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Y con base en sus resultados, las tan cacareadas reformas lejos de ampliar el horizonte de desarrollo (EPN dixit), paulatina pero sistemáticamente lo han reducido.

Veinticinco años atrás, cuando el PNUD divulgó su primer informe temático, México se ubicaba en el escalón número 45 entre la comunidad de naciones (160 países fueron incluidos en ese estudio), con un índice de desarrollo humano de 0.876 (mientras más cercano a uno, mayor desarrollo), con lo que en 1990 se colocaba entre el reportado en aquel entonces por Venezuela y la caribeña Antigua y Barbuda. Ese año las reformas salinistas salían del horno un día sí y el siguiente también, con la promesa, claro está, de que todo se hacía para impulsar el desarrollo.

Pues bien, decenas, tal vez cientos de reformas después, el Informe sobre desarrollo humano 2015 ubica a México en el escalón número 74 (29 debajo de 1990), con un índice de 0.756, entre Sri Lanka y Brasil. En cinco lustros todo se reformó, todo se modernizó y, colorín colorado, el desarrollo se desplomó (el citado indicador cayó cerca de 14 por ciento).

Instalado en Los Pinos, Carlos Salinas de Gortari reformó y modernizó a paso veloz, pero al cierre de su sexenio el índice de desarrollo humano nacional cayó de 0.876 a 0.804, con lo que México perdió siete posiciones en el ranking internacional para reubicarse en el peldaño número 52, entre Kuwait y Tailandia. No faltó quien en ese entonces pretextara que las reformas tardan en madurar.

El relevo en la residencia oficial fue Ernesto Zedillo, quien reformó y reformó, y con el mismo discurso adujo razones de desarrollo para modernizar todo lo que pudiera. Llegó a Los Pinos con México en el escalón número 52, y seis años después entregó los bártulos al cambio (que de cambiar no cambió nada). En el año 2000, final del sexenio que prometió bienestar para la familia, el índice de desarrollo humano del país ya había descendido al peldaño número 55, entre las naciones caribeñas Granada y Cuba.

Ese último indicador fue el que recibió Vicente Fox –quien “reformó lo que no le dio tiempo a Zedillo–, y a lo largo de su estancia en la residencia oficial logró recuperar dos escalones en el ranking internacional. Al cierre de su sexenio México ocupó el peldaño número 53, con un índice de desarrollo similar al de Bahamas y Bulgaria.

Tocó el turno a Felipe Calderón, quien a los mexicanos prometió vivir mejor (él, sin duda, personal y familiarmente lo logró), y para concretar su oferta reformó y reformó, todo para que al cierre de su sexenio el índice de desarrollo humano de México se desplomara del escalón 53 al 61, con un indicador de 0.775, entre Panamá y Costa Rica.

Y por fin a la residencia oficial retornó el grupo que sí sabe gobernar (él mismo dixit), quien ha aplicado reforma tras reforma, siempre en pos (versión oficial) del desarrollo. Cuando en diciembre de 2012 Enrique Peña Nieto se instaló en Los Pinos, México –como se apunta líneas arriba– se ubicaba el escalón número 61 en el ranking internacional, con un índice de 0.775. Pues bien, de acuerdo con el más reciente informe del PNUD (2015) nuestro país había caído al peldaño 74, con un índice de desarrollo humano de 0.756, es decir, 13 peldaños por abajo del registro de 2012.

He allí el resultado concreto de decenas de discursos con festivo ambiente constitucional, los cuales por bonitos que sean ocultan una realidad lacerante: en los últimos 25 años (el periodo de reformas y más reformas), alrededor de 23 millones de mexicanos se incorporaron al ejército de pobres, y contando.

En cambio, siempre dentro del concepto gubernamental de promover el desarrollo, los multimillonarios mexicanos aparecieron por primera vez en Forbes (con fortunas superiores a mil millones de dólares) cuando las reformas comenzaron a cuajar para quienes iban dirigidas. En 1991 la revista especializada sólo pudo incluir a dos empresarios autóctonos (Carlos Slim y Emilio El Tigre Azcárraga). Tres años después, en 1994, el desarrollo fue más que notorio, porque 24 magnates fueron incorporados al inventario internacional de ricos entre los ricos, con una fortuna conjunta de 41 mil 900 millones de dólares.

Para 2015 el número de magnates había disminuido a 16, aunque con fortunas conjuntas por 144 mil 500 millones de dólares (algo así como 12 por ciento del producto interno bruto), muchas de ellas amasadas durante la interminable reformitis, es decir, durante la privatización de los bienes de la nación en beneficio de los barones.

Las rebanadas del pastel

Entonces, si más allá del discurso oficial alguien encuentra al desarrollo mexicano, favor de notificarlo. Urge.

Twitter: @cafevega