Cultura
Ver día anteriorLunes 8 de febrero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 

El libro Ayotzinapa: horas eternas, de Paula Mónaco Felipe, se presenta hoy y mañana

En una sociedad tan golpeada, la memoria es una forma de justicia

Realiza un contrarrelato del oficial con la recopilación de voces de los sobrevivientes y sus familiares: Es esa voz ninguneada, callada y muchas veces olvidada, comenta en entrevista

Foto
En el capítulo Vidas se incluyeron fotografías personales de los desaparecidos, los caídos y los heridos, imágenes provenientes de álbumes familiares donde aparecen rodeados por sus madres, amigos, tíos, hermanos
Foto
El libro, publicado por Ediciones B y con prólogo de Elena Poniatowska, se presenta hoy en la Normal Rural Isidro Brugos y mañana en la librería Rosario Castellanos, en el colonia Condesa
 
Periódico La Jornada
Lunes 8 de febrero de 2016, p. 8

La noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, la vida de los estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa cambió. Cuarenta y tres de ellos están desaparecidos, tres fueron asesinados y dos más heridos de gravedad. Lo que ocurrió esa noche, basado en testimonios de sobrevivientes, es la primera parte del libro Ayotzinapa: horas eternas, de la periodista Paula Mónaco Felipe.

En el libro da voz a las víctimas, tanto estudiantes como familiares de los desaparecidos, narra lo que ocurrió esa noche y lo que ha pasado desde entonces para mantener viva esa memoria. La memoria como acto mínimo de justicia.

En el contexto de una sociedad tan golpeada, de un estado de violencia en espiral y de la impunidad como regla, la memoria es justicia, porque es reparadora por lo menos; es ese contacto pasado-presente, pero es la justicia mínima en el sentido de qué ocurrió, quiénes son los responsables. La memoria puede ser una forma de justicia; no alcanza, pero puede serlo, dice la autora en entrevista.

El tema es complicado, doloroso, ha vivido con él desde hace 16 meses no sólo como periodista, sino como quien logró acercarse a los sobrevivientes y a los familiares tanto de los 43 muchachos desaparecidos como de los asesinados y heridos esa noche.

Quizá ganó su confianza por la sonrisa que asoma de tanto en tanto durante la charla o quizá porque comparte con ellos su historia de vida: sus padres fueron desaparecidos durante la dictadura argentina. Ella tenía 25 días de nacida.

–Después de leer el libro, quedan dos preguntas: ¿qué pasó? y ¿qué nos pasó?

–El qué pasó es un tema que todavía no sabemos del todo, que se ha ido reconstruyendo con esfuerzo sobre todo de periodistas. Se puede ir armando un contrarrelato del oficial, porque hay un esfuerzo muy fuerte desde el Estado por imponer una visión que se aleja mucho de la realidad.

Intento ayudar a entender un poco eso, a entender escuchando las voces de los sobrevivientes. Apuesto por dar voz a las víctimas y a los sobrevivientes. Podemos saber en detalle lo que pasó esa noche de acuerdo con lo que vivieron los muchachos, y eso es importante, porque ellos no sólo no han tenido espacio, sino que no lo han contado mucho, por bloquear sus propios miedos, por tratar de bloquear su dolor, por su propia seguridad. Confiaron en mí. El primer capítulo, donde se reconstruye esa noche paso a paso, se integró con varias entrevistas a 17 sobrevivientes, en un trabajo minucioso.

Los primeros capítulos están narrados a través de la confusión, desesperación, el miedo de los estudiantes que sobrevivieron, de reconocimiento tácito a aquellos que abrieron las puertas de sus casas para protegerlos de las balas, de denuncia contra quienes pudieron ayudarlos y no lo hicieron, que en lugar de eso los atacaron e impidieron la llegada de las ambulancias, esas fuerzas oficiales cuya responsabilidad está comprobada y siguen impunes.

Ayotzinapa: horas eternas (publicado por Ediciones B), con prólogo de Elena Poniatowska, lleva en sus páginas centrales el apartado Vidas, coescrito con Valentina López de Cea. En él están las fotografías cotidianas, personales, de los desaparecidos, los caídos y los heridos. No son las que ya conocemos y vemos en las manifestaciones. Son las de unos jóvenes rodeados por su familia y amigos. Esas imágenes provenientes de álbumes familiares están acompañadas por textos escritos en presente, para que cuando ellos regresen vean la forma en que se les piensa. Y si no regresan, que sus hermanos, sobrinos, familia, sepan cómo eran, dice Paula, y por un momento baja la vista.

A la pregunta de qué pasó después de esa noche como sociedad, Paula responde: Es mucho más complicado todavía, porque eso nos involucra mucho como sociedad; nos abrimos a este tema, acompañamos a esta gente y dejamos de acompañarla. Por suerte todavía no está tan definido qué nos pasó a nosotros. Tenemos tiempo y espacios para seguir dando la pelea, no sólo en la construcción histórica, sino de la aparición de los chicos y de la justicia, que no es menor. Cambia una sociedad que haya o no justicia.

Contar desde el lado de las víctimas fue algo natural. “Dicen los guatemaltecos que la memoria es un territorio en disputa. En esa disputa me sitúo de ese lado, naturalmente, porque soy sobreviviente también, y sé que los espacios se achican, que desde el poder es mucho más fácil crear la historia y desde abajo es mucho más complicado. Trato de aportar desde mi trabajo día a día, como periodista y después en el libro.

No incluí ninguna voz oficial, porque la historia oficial tiene no sólo un aparato de Estado que trabaja en construirla, sino un aparato de gente, de profesionales, que trabajan fortaleciendo esa historia.

La diferencia, grande, con otros libros que han hablado sobre Ayotzinapa es que éste es la historia no oficial, la que se pretende que se olvide. “Es esa voz muchas veces ninguneada, muchas veces callada, muchas veces olvidada, y es una apuesta a mostrar de cerca todo el proceso que implica la desaparición forzada no sólo para padres, madres, sino para el entorno cercano.

Sólo conociendo de primera mano uno puede entender y tal vez ser un poco más sensible al tema. Hablar de las cosas cotidianas, porque ahí es donde la desaparición forzada golpea fuertemente. Una persona de un instante a otro ya no está, pero existe, tiene familia, sueños, sus objetos, proyectos, y lo difícil para quien tiene un familiar desaparecido es el minuto a minuto, pasar las noches eternas y los días, que lo son más todavía.

Entender eso, añade, permitirá no sólo comprender el caso Ayotzinapa, “sino lo que están viviendo al menos 40 mil familias mexicanas de 2007 hasta ahora, que es un tema súperfuerte; cuando uno lo dice fuera de México abren los ojos, porque son más desaparecidos que en la dictadura en Argentina, que en lugares que se consideran conflictos de crisis humana, y en México tenemos el tema prácticamente ausente en la mayoría de los medios o muy relegado.

“Intento sensibilizar sobre el caso Ayotzinapa, que conozcan de primera mano, directamente, lo que ellos dicen y recuerdan, y de alguna manera que eso permita sensibilizar sobre la desaparición forzada en México.

“Estamos viviendo una situación muy compleja, muy violenta, muy dolorosa, que hace que sea imposible estar en todas las causas, apoyar o ser solidario o al menos no ser indiferentes, pero tenemos el desafío; algo tenemos que hacer.

Intento dejar un testimonio y a la vez sacudir a quien lo lea. Que se hagan preguntas. No hace falta ir a las marchas de los padres para respaldarlo, sino empezar a pensar qué implica la desaparición forzada y pensar en ese y otros abusos; qué hacemos, qué podemos hacer. No sólo es ir con ellos: si sólo es ir con ellos, entonces vamos a abandonar a los miles de desaparecidos del norte, o a las víctimas de trata en Veracruz. Es más bien replantearnos cómo podemos vivir así, cómo podemos estar tan tranquilos mientas no nos toque.

Ayotzinapa: horas eternas se presenta hoy en la Normal de Ayotzinapa, y mañana en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica (Benjamín Hill y Tamaulipas, colonia Condesa) a las 17 horas, con la participación de la premio Cervantes Elena Poniatowska y Paula Mónaco, así como de Miguel Tovar y Valentina López de Cea, autores de algunas de las fotografías que aparecen en la parte final de Vidas, y de la editora Yeana González.