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¿La Fiesta en Paz?

José Tomás o las impotencias recíprocas

Aniversario con juezpen

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El diestro español José Tomás en su pasada presentación en la Plaza México durante el mano a mano que protagonizó con el mexicano Joselito Adame, quien fue el triunfador al cortar dos orejasFoto Ap
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uando logré salir del mano a mano que se pretendió histórico y no llegó ni a histérico, gracias a las reses escogidas por el equipo de profesionales del diestro misticón, y procurando no irme de bruces por la escalera sin iluminación que desciende de las localidades de general, muy bien conservadas luego de siete décadas pues en las últimas dos casi nadie las ocupa, me encontré con un viejo amigo, aficionado pensante y con el síndrome de José Tomás: Si te veo poco, te aprecio más. Fuimos a su casa, me facilitó una computadora y al concluir la apurada nota proseguimos la charla con una botella de whisky enfrente, aunque algunos empresarios como sensibles preferirían que bebiera pulque.

–Hace años leo en tus textos un negativismo habitual con respecto a la fiesta de los toros –comenzó el hombre– y me parece…

–No –interrumpí–, es con respecto a la organización de esa fiesta por parte de los dos empresarios más adinerados en la historia de la tauromaquia y de sus operadores de bajo perfil, a su voluntarismo, pobres criterios para impulsar un relevo generacional, oferta de un espectáculo predecible y nulas políticas de competencia, pues ambos se disputan a los mismos diestros extranjeros y se pliegan dócilmente a sus exigencias, reduciendo la fiesta de los toros a unos cuantos apellidos caros con dudosa capacidad de convocatoria. Esta mentalidad neofeudal y colonizada, junto con el descastamiento del ganado de lidia y sucesivos fraudes impunes es lo que socava a la fiesta, no los antitaurinos.

–Oye, pero confrontando a dos de los dueños del país no vas a modificar su visión de la fiesta ni del negocio taurino.

–No es confrontar, es exhibir el enorme contraste con el resto de sus exitosas empresas. Con su dinero pueden hacer lo que quieran, pero no a costa de la tradición taurina de México, por más autoridades, gremios y opiniones que compren.

–¿No fue un esfuerzo el mano a mano que vimos?

–Para la mayoría del público sí, que gastó hasta lo que no tenía sólo para comprobar que el místico y asceta del toreo que nos quedaba, acá resultó igual de ventajista y comodino que las figuras con las que se niega a alternar. ¿A quién se le ocurre traer más toros bobos de De la Mora luego del reciente numerito del Juli? ¿La poderosa empresa no pudo anunciar un concurso de ganaderías? Además de recibir unos honorarios sin precedente, ¿José Tomás regresó a cobrarse los reiterados ninguneos de la emponzada empresa?

–La realidad es que este planeta ya no está para místicos, y menos en traje de luces –concedió mi anfitrión.

–Lo más triste es que sean los propios taurinos, la tauromafia nacional e internacional, el pensamiento único, gobiernos desentendidos y una afición tan aturdida como el resto de la ciudadanía quienes le den la puntilla a lo que alguna vez fue el espectáculo más culto que hubo en el mundo.

Hay quien sabe honrar su apodo. Bautizado por la empresa como Juezpen, Jorge Ramos ocupó el palco de la autoridad en la corrida del 70 aniversario. Para demostrar que no había propósito de enmienda, aprobó reses sin trapío de La Estancia, negó merecida oreja a Ignacio Garibay por un elegante e inteligente trasteo coronado con dramático volapié, y cuando el festejo se venía a pique autorizó que Sebastián Castella regalara un toro de La Joya, bien presentado, claro y repetidor, al que le cortó las orejas luego de intentar que fuese indultado. El diestro francés ya comprobó el nivel de desempeño de todos y viene por más.