Opinión
Ver día anteriorViernes 29 de enero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Se trata de locura
F

reud, Nietzsche, Marx nos sitúan según Michel Foucault ante una nueva posibilidad de interpretación en la búsqueda de una hermenéutica no ceñida a una semiología que crea en la existencia absoluta de los signos. Abandone la violencia del discurso lógico, se refería a lo inacabado, la infinitud de interpretaciones, y el retorno de la sospecha del lenguaje.

En términos derridianos, hacer decir la hipérbole demoniaca, que el pensamiento se revele a sí mismo, reafirme lo más alto del sí mismo contra su anulación o naufragio en la locura: la muerte: se dé en la escritura interna, más que en el discurso verbal. Una estructura de diferencia cuya irreductible originalidad hay que respetar.

Resulta conveniente continuar con la denuncia foucaltiana. Su texto Historia de la locura se inicia con una frase de Pascal: Los hombres están tan necesariamente locos que no estar loco sería estar loco por obra de otra forma de locura. Cita a Dostoievski: no es encerrando al prójimo como se convence uno de su propia sensatez.

Foucault declara que sería preciso renunciar a la comodidad de las verdades terminales, desprenderse de los conceptos de la sicología contemporánea, las categorías médicas alienantes y más valdría atenerse, en mi opinión, a escuchar a Freud cuando dice que el síntoma, como el sueño, es un texto a descifrar.

Para Foucault, el lenguaje de la siquiatría es un monólogo de la razón sobre la locura que sólo pudo integrarse bajo el silencio de ese lenguaje. Escapa de hacer la historia de aquel lenguaje y transita por la arqueología de este silencio. Tal empresa tendría que encararse con la cultura occidental. Senda que también encara Jacques Derrida y denuncia en su Gramatología: con la deconstrucción y la violencia del logofonocentrismo. La locura, confusamente definida como demencia o enajenación desde la Edad Media, ubica amenazante abismo, gesto oscuro, hueco, vacío, espacio blanco. Alienación que no corre el riesgo de contagiarse. Estas asepsia y antiasepsia culturales persisten hasta la actualidad.

La obra de Foucault encuentra su fundamento en la obra nietzscheana. En el centro de esas experiencias límite del mundo occidental surge lo trágico propiamente dicho, que parte de la demostración de Nietzsche de que la estructura trágica a partir de la cual se forma la historia del mundo occidental es rechazo, olvido y arranque silencioso de la tragedia.

Para Foucault es inaplazable la experiencia de la locura; muy cercano a Elogio de la locura, de Erasmo: una locura en que la razón incursiona en el diálogo, la locura encuentra una distancia óptima, cabalga junto a ella proveniente del propio discurso y discurrir humano, demasiado humano, diría Nietzsche, como para ignorarlo. Locura evocadora de fuerza crítica, demoledora de las ilusiones humanas y propósitos. Por otro lado, en el envés, una locura que lleva el sello de la tragedia humana: lo trágico de lo humano o lo muy humano de lo trágico. Locura que pretende ser domeñada bajo la cruel benevolencia del humanista y su ceguera. ¿Y qué?, se trata de locos.