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La vejez en el futuro
SE multiplican los centros privados para Adultos mayores

Algunos cobran más de 10 mil pesos al mes por cada persona

Las residencias públicas o privadas no son lo óptimo: Ximena Perdomo

Piden impulsar las casas de día, para fomentar la convivencia

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En el Centro Gerontológico Arturo Mundet, del DIF, los adultos mayores deben compartir dormitoriosFoto Yazmín Ortega Cortés
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Pese a contar con espacio reducido para colocar sus pertenencias, las personas que viven en Casa Mundet tienen objetos religiosos y muñecosFoto Yazmín Ortega Cortés
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Abandono, enfermedad y depresión son comunes entre las personas que habitan en centros gerontológicos. Algunas de ellas pidieron el anonimato para ser fotografiadasFoto Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Miércoles 30 de diciembre de 2015, p. 2

El envejecimiento de la población tiene un impacto social y económico en las familias que cuentan entre sus miembros con adultos mayores, por el cuidado que requieren cuando viven con una o varias enfermedades, así como para aquellos que por causas diversas llegan a la vejez en un estado de soledad.

Los centros gerontológicos, asistenciales residencias, antes conocidos como asilos, representan una alternativa para los familiares cuando consideran que no pueden hacerse cargo de sus viejos.

Algunos llegan como de visita, para conocer, a ver si les gusta, para que encuentren otras personas como ellos con quienes pueden platicar… y ahí los dejan.

Otros ingresan porque no tienen familia, no tuvieron hijos, ni cuentan con amigos. Algunos más son aceptados por haber sido víctimas de maltrato.

El Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) cuenta con cuatro centros asistenciales para adultos mayores –dos en el Distrito Federal, uno en Cuernavaca y otro en Oaxaca– donde viven algunos adultos mayores de 60 años.

Aunque estas instituciones oficiales cuentan con un sistema para apoyar a este grupo a tener una vejez activa y feliz, no es lo óptimo, afirmó Ximena Perdomo, directora del Centro Gerontológico Olga Tamayo, de Cuernavaca lo mejor es que los ancianos se queden con sus familiares, en su comunidad.

Eso es lo que anhela la mayoría de las personas de la tercera edad, y es posible, sobre todo ahora que gran parte de ellos tiene condiciones físicas para mantenerse activo.

Sin embargo, señaló la especialista, hay casos en los que “los viejos ‘estorban’ y más si están enfermos; las familias ya no tienen donde ponerlos; son las personas con las que no quieren convivir, no pueden ir al campo, no corren, no entienden”.

Entonces se les ocurre que los pueden llevar a algún asilo y aun cuando en los centros asistenciales los adultos mayores tienen el apoyo para un envejecimiento activo y feliz, la vida en este tipo de comunidad se les complica.

Este sector de las casas de asistencia, residencias o centros gerontológicos ha ido creciendo en el país. Además de los cuatro con que cuenta el DIF, están algunos centros de atención integral del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam), que reciben a personas de escasos recursos, otros de instituciones de asistencia privada, donde el costo se establece con base en el nivel socioeconómico de adulto y/o su familia si cuenta con ella.

Hay algunos más de capital privado y con costos por arriba de los 10 mil pesos al mes.

Otro más es, por ejemplo, el proyecto recientemente anunciado por el Hospital ABC en colaboración con un organismo estadunidense, para construir una residencia para ancianos, la cual estará conectada por un puente con la unidad Santa Fe del nosocomio. De esa manera, los residentes contarán con la atención médica en el momento que lo requieran.

No obstante, a partir de la experiencia con las personas que llegan a los centros de atención integral, a cargo del DIF, Ximena Perdomo comentó que en sus casas, las personas tienen independencia y privacidad, mientras que en los centros deben cumplir ciertas reglas, ser tolerantes y no siempre es fácil.

Una alternativa para apoyar las familias en el cuidado de sus ancianos son los centros de día, espacios a donde estos pueden acudir a realizar diversas actividades para, efectivamente, distraerse, aprender y convivir con otros, cuando en su casa todos salen a trabajar o a la escuela.

El problema es que de este tipo de establecimientos públicos hay muy pocos en el país y los privados están al alcance sólo de quienes pueden pagarlos.

La experta resaltó la necesidad de que la sociedad sea consciente de este tema y cuanto antes cada individuo empiece a revisar su situación personal, edad, condición económica, estado físico y de salud, relaciones familiares y de amistad. De todo esto dependerá cómo y en qué condiciones llegará a la vejez.

Testimonios

Miguel Ángel

–Soy de Campeche y voy a cumplir 93 años. ¿Cómo me ve?

–Muy bien, ¿cómo le hace?

–Por mi carácter. Nunca fumé y el alcohol, poquito; y otra cosa… las mujeres. Tengo la fortaleza hasta allá –dice Miguel Ángel y señala con su índice hacia arriba.

El es uno de los 129 residentes del Centro Nacional de Atención, Investigación y Capacitación Gerontológico Arturo Mundet, del DIF, una residencia para adultos mayores.

–¿Cuándo llegó a esta casa?

–Voy para cinco años y vine porque toda mi familia murió. Fuimos siete hermanos y yo fui el último y al último me quedé. Vivía con mi sobrina Elizabeth, pero entró a la escuela de tiempo completo y no quiso que me quedara solo.

–¿Está a gusto aquí?

–Perfectamente a gusto. Aquí me quiero quedar hasta que Dios quiera.

–¿Tiene algún proyecto?

–Nada ya. Ya quiero descansar.

Carmen

“Estoy bien porque me pude levantar, fui al baño. Ya fui a desayunar, también a que me tomaran la presión. Ando caminando. Así es que estoy bien, aunque tengo mis achaques... me duele la espalda, el riñón, las piernas y más mis rodillas: son las que más me lastiman.

–¿Tiene familia?

– Digo que sí tengo, pero están en Puebla; pero yo dije: muriendo mi papá y mi mamá ya no tengo familia. Y se fueron en 1958 y 1970. Tuve un hijo, pero no se me logró.

–¿Desde cuando vive en la Casa Arturo Mundet?

–Voy a cumplir siete años… me gusta y no me gusta. Me atienden bien, tengo casa, comida, pero los compañeros… cada quien tiene su carácter; luego se pelean, ¡y se dicen cada cosa! No es lo mismo estar uno en su casa que vivir en comunidad.

Rodrigo

Le diría que esta es su casa, pero nada más la cama me dejan a mí. No sé si suene muy atrevido pero es lo que puedo ofrecer, dice Rodrigo de 81 años, quien apenas lleva tres meses en la Casa Arturo Mundet.

“Llegué casi moribundo. Me regresaron de las puertas del infierno, espero que por falta de méritos. Tengo miastenia… eso acá los médicos le explicarán qué es. Me lo han explicado a mí 20 veces, pero no les he entendido nada. Se me complicó con ataque de neumonía y ya no me contaban. Es casi un milagro que esté aquí”, relata este hombre alto, con maestría en administración de negocios.

–Ya sé que aquí me voy a morir, pero no de aburrimiento. Vamos a alfabetizar y a ver qué más se puede hacer, ya que mis hijos lograron que entrara yo aquí”.

–¿Le gusta la casa?

–Sí, es una transacción. Hay ventajas y desventajas. Tengo médico las 24 horas del día, no hay de qué preocuparse de nada para el futuro. Una comida 80 por ciento buena y 20 por ciento excelente.

–¿Las desventajas?

–Son inherentes a que fuimos educados para crecer solitos en el ambiente capitalista. Y aquí es un ambiente, para no decir socialista, digamos que de campamento. De adolescente esto era muy divertido pero aquí –dice y señala el dormitorio– ocho caballeros metidos en un lugar…

–¿Tienen problemas?

–Algunos, como el horario en que se apagan las luces. Yo quisiera a las diez de la noche, pero aquí es a las 8:30. Me dicen que no soy razonable. Por eso me traje mi linternita. Yo puedo seguir leyendo, no molesto a nadie y todos contentos.