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El faro en perspectiva
P

ura López Colomé nació como poeta y como traductora de poesía al mismo tiempo. El doble alumbramiento tuvo lugar en un convento de Dakota del Sur en Estados Unidos en 1966, cuando Pura tenía 14 años de edad. La detonadora fue una monja benedictina (irlandesa, nacida en Belfast) que, mientras le enseñaba inglés a Pura como segunda lengua la introducía a la literatura en este idioma, y en particular a la poesía irlandesa. Cuando Pura empezó a leer a Emily Dickinson, poeta a la que concede el honor y la responsabilidad de ser su faro, tuvo una experiencia reveladora, o experimentó una epifanía. Escribió lo que resultó ser un ensayo sobre los poemas de Dickinson en el que comentaba que, a pesar de que los poemas eran muy pequeños, cuando resonaban en su interior crecían y la hacían llorar de una manera inusual, ya que la emoción que le provocaban no era de tristeza ni de alegría, sino de algo más, algo distinto y diferente. Entonces la maestra le propuso que los tradujera al español para comprobar si en español producían la misma conmoción. Y así fue cómo a Pura se le reveló de un solo golpe lo que es la poesía y lo que la traducción de poesía debe ser. Según ella misma dice: así fue como aprendí a orar mediante la poesía.

En la introducción a la poesía reunida de Seamus Heaney, que publica Trilce Editores por primera vez, registra que fue Tomás Segovia quien la orientó hacia Heaney. Pura conoció a Heaney en un festival de poesía en Morelia, en 1981. Y de ese estremecedor momento en adelante Pura se prendió de Heaney y, por afortunada coincidencia, él de ella, prenderse en el sentido, por supuesto, de una identificación mutua de ideas y sentimientos, entre poetas que, además y en particular, son traductores de poesía. A qué grado fue evidente esta interpenetración mutua que Heaney confirmó a Pura como su traductora particular al español, para coronación de Pura, y específicamente al español de México. A lo largo de los años, y fueron más de 30, Pura y Heaney sostuvieron encuentros en Irlanda, en México, en Estados Unidas, aparte de una constante correspondencia. La relación entre ellos fue profesional y amistosa, tanto así que, cuando Heaney murió, a quien muchos dimos el pésame fue a Pura.

Un fragmento de conversación entre ellos fue especialmente impactante para Pura. Hablaban de la importancia de la musicalidad esencial de la poesía, y Heaney le preguntó si con determinados versos suyos en inglés ella lograría alcanzar idéntica armonía, ritmo y melodía no sólo en español, sino en el español de México. Pura tembló, pero sin duda enfrentó con éxito el temerario desafío, puesto que el trato entre ellos continuó intenso y sin interrupción.

Quiero decir que leo la traducción de Pura de la poesía de Heaney no únicamente gozosa, sino confiada. Pura sabe lo que hace. Quizás, en buena medida, puesto que ella misma es poeta.

En un punto, Pura desea haber heredado por ósmosis aunque fuera una gota de sangre irlandesa con tal de merecer la compenetración total necesaria en el inglés de Irlanda, en su atmósfera, en su espíritu inequívoco, exacto y más profundo, para traducir al español de México la poesía de Seamus Heaney, así de abarcadora es su devoción por la poesía en general, pero muy en especial por la poesía de Heaney.

En su traducción de la edición bilingüe de la poesía de Heaney, Pura rebate la idea tradicional de que la traducción es una traición, así como objeta la idea de que la traducción de poesía es imposible.

Hace un momento hablamos de devoción y no fue en vano. Si he de elegir entre varias posibles una conclusión del recorrido que he hecho de la poesía reunida de Heaney en traducción de López Colomé, elijo la alta calidad de posesión que ha de tener un traductor de poesía del idioma de partida tanto como del de llegada, no sencillamente para hacer suyo el poema que traduce sino para conseguir rezar a través de él.

Unas líneas sobre la edición, más allá de juzgarla imponente y bella. Las fotografías que reproduce dan la imagen de Heaney que los lectores de Heaney tenemos de él. Con su familia, con sus colegas premios Nobel, alegre a las puertas de un bar, caminando por el muelle, de regreso del faro en perspectiva, acariciando a su perro al salir de su casa de ladrillo rojo. En una nostálgica toma de Heaney y Alberto Darzson contra un librero, extrañé a Pura.