Sociedad y Justicia
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Encierro bien presentado, pero manso y débil de Villa Carmela en la novena corrida

Faena por nota de Fermín Rivera y el antes manirroto juez Morales niega merecida oreja

Daniel Luque y Sergio Flores, con disposición

Rodrigo Santos, sin suerte

 
Periódico La Jornada
Lunes 14 de diciembre de 2015, p. 46

¡Qué orgulloso habría estado el maestro potosino Fermín Rivera Malabehar con la estupenda faena de su nieto al toro Ayate de Villa Carmela en la corrida de ayer! No fue el torito de la ilusión ni la mesa con cuernos que piden algunos consagrados, sino uno de lidia mexicano con edad y trapío que exigió mucha colocación, sentido de la distancia y mando.

Tras el breve monopuyazo a que la bravura disminuida ha reducido la suerte de varas, este Fermín Rivera, vertical y sobrio, hizo un quite por ceñidas fregolinas, luego brindó al pintor Ramón Reveles, varios de cuyos cuadros adornan cosos, museos y casas del país, y se puso a construir una hermosa pieza torera, cerebral, valerosa y estética, a un burel claro, pero soso y débil al que fue desengañando a base de colocación y de precisión en los cites, pensando, sintiendo y haciendo sentir al aterido y escaso público mediante una tauromaquia reconcentrada y poderosa, sin más adornos que el gusto inmenso de saber estar ahí y obligar al astado a seguir la templada muleta por ambos lados.

Tras señalar un pinchazo arriba, es decir, sin salirse de la suerte, dejó una estocada entera en buen sitio y la petición de oreja, siendo mayoritaria, no bastó para que el ahora exigente juez Jesús Morales la concediera, reduciendo a clamorosa vuelta lo que era un apéndice ganado a ley. Ah, pero que no fuera El Juli

Con su segundo, Mestizo, el otro menos malo del encierro, Fermín Rivera quitó por chicuelinas de mano baja y una revolera de ensueño. Más noblote y pronto que su primero, llegó a la muleta con recorrido y de nuevo desplegó otro concierto de colocación, mesura y solvencia, embarcando muy bien por ambos pitones, y al final de la faena trincherillas, de la firma y un molinete. Una estocada atravesada antes de una entera empañó aquella obra magnífica y lo que debió ser una oreja quedó en otra vuelta.

¿Cuándo dispondrán los cecetlos que Rivera alterne con Julis, Ponces, Adames y demás?

El sevillano Luque y el tlaxcalteca Flores, con lotes poco propicios, ojo, para el lucimiento convencional, no se atrevieron a mostrarle al público –los buenos toreros capacitan más que los cronistas– unos recursos técnicos que apostaran por el toreo de dominio, si no para ahormar la cabeza sí para someter y desplegar una obligada imaginación torera ante reses deslucidas. También pincharon.

El rejoneador Rodrigo Santos trajo a los ídem de espaldas. Su toro se rompió ambos pitones de salida y el sustituto apenas embistió.

Si de combinar toreros ni hablar, en materia de concesión juiciosa de apéndices, ¿quién gira instrucciones a los jueces de la antigua Plaza México, convertida hace dos décadas en el prestigiado Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje (Cecetla)? ¿El delegado en Benito Juárez? Impensable, por su respeto a la autorregulación. ¿El jefe de Gobierno del Distrito Federal? Imposible, pues no le interesa el sanguinolento espectáculo. ¿Acaso el Partido Verde? Improbable, atareado como está en el infructuoso intento por asear su cada día más deteriorada imagen. Sólo queda un sospechoso de ordenar a los desvalidos jueces primero conceder orejas como confeti y ahora pasar por rigoristas, salvo cuando se trate de figurines importados.