Silvia Federici:

Atacar a las mujeres
es atacar a la comunidad


Sonrisa de corazón de oro. Foto: Ximena Bedregal

Su acento resuena en un auditorio colmado al final de la conferencia inaugural del Congreso de Comunalidades, en Puebla, México, durante la última semana de octubre. Silvia Federici nació en Parma, Italia; fue parte de los movimientos feministas que explotaron en distintas partes del mundo en los años setenta y aunque muchos la catalogan de “marxista”, ella desborda el término.¿Dónde quedan las mujeres en la lucha de clases?, se pregunta. La respuesta pone el acento en la división del trabajo y el “gran territorio de explotación” que significa el trabajo doméstico.

¿Hay una explicación histórica para el aumento de la violencia contra la mujer?

Es importante reconocer que la violencia ha estado siempre presente en forma potencial en la relación entre hombres y mujeres en esta sociedad, pero creo que hay muchas razones para su aumento. La primera es la búsqueda de autonomía por el rechazo a cumplir con los servicios que tradicionalmente han brindado a los hombres. Es una búsqueda que las orilla al peligro. Por ejemplo, con la inmigración, las expone a la violencia con las autoridades en la frontera, en el trabajo en casas de personas que no conocen, que las maltratan. Esto no quiere decir que las mujeres deban quedarse en casa, sino denunciar una situación de mucho riesgo en el empleo para alcanzar la independencia económica. En segundo lugar, pienso que las mujeres han estado y están involucradas en tantas luchas que la violencia no les viene sólo de hombres individuales, sino que es violencia de Estado y de los paramilitares. Las mujeres han defendido un uso no comercial de la riqueza natural porque tienen una concepción distinta de qué es lo valioso. ¿Qué te da la seguridad? No tienen confianza en el dinero, sino en la seguridad de tener animales, vacas, árboles. Hay violencia en contra de ellas porque son las protagonistas de tantas luchas.

¿Puede trazarse un puente entre aquellas violencias de la Edad Media que describió en su obra Calibány la bruja con las actuales?

En las últimas dos décadas se ha dado una nueva forma de lo que Marx llamó “acumulación originaria”: una nueva ola de ampliación sin mesura del mercado global, para lo cual debe desplazarse y destruir muchas comunidades. Se atacan las tierras comunales pero también las relaciones que produce la gestión comunitaria de la tierra. El ataque a la mujer es fundamental hoy como lo fue en el siglo XVI y XVII porque son las mujeres quienes mantienen unida la comunidad, son las que están involucradas en el proceso de reproducción, son las que defienden más directamente la vida de la gente. Atacar a las mujeres es atacar a la comunidad.

¿Qué es lo que ha generado esta nueva etapa de producción capitalista orientada únicamente al mercado financiero?

Otro problema que me parece importante es que nos convencieron que la producción es un fin en sí mismo, que nada la equipara en valor, que lo sabio es someter la vida humana a la producción. Es uno de los principios fundamentales del capitalismo y para ello todo es legítimo: el asesinato, el despojo, la guerra. Pero esto también ha penetrado en nuestra personalidad, lo hemos incorporado. Hace muchos años que siento que el monstruo está en nosotros mismos. Por ejemplo, que se tiende a reducir el tiempo que se da a la amistad, al amor, a la convivialidad. Raúl Zibechi me comentaba que el tiempo compartido es una de las claves en las comunidades zapatistas. Me parece fundamental y a la vez tan difícil, porque debemos cambiarnos a nosotros mismos, convencernos que una de las riquezas más grandes son las relaciones con los otros. Y que una de las tareas más grandes es desarrollar nuestra personalidad. Se le da valor a un teléfono nuevo, pero no a la capacidad de los seres humanos de ser más solidarios, de no tener hostilidad, de no tratarnos como enemigos. La colaboración es importante en el capitalismo sólo cuando sirve para producir algo que se puede comercializar, por eso es que necesitamos un cambio de subjetividad. Encontré estas mujeres en una villa de Buenos Aires que me impresionaron por la personalidad tan rica que tenían. Habían hecho asambleas y discutido sobre lo que necesitaban. Esto significaba un montón de trabajo, pero sobre todo, un montón de decisiones. Cuando te mueves fuera de la lógica del Estado y del mercado todo es riesgo, y debe medirse bien qué es lo importante y qué no lo es. Solamente en una relación de solidaridad eso se puede definir.

¿Las nuevas formas de resistencia pasan por el encuentro?

El concepto de crear lo común significa también reconstruir el tejido de nuestras sociedades. Cada ola de desarrollo capitalista ha destruido las relaciones de confianza, de conocimiento, el vecinado. Por ejemplo, en Estados Unidos en los últimos 30 años, la reestructuración territorial ha destruido todas las comunidades del noreste. Allí donde la gente trabajó durante años y habían construido formas de contra poder porque se conocían y sabían que cuando había una huelga, tu vecino estaba a tu lado, podía apoyarte. Todo ha sido destruido. ¿Por qué es tan fácil hoy expropiar, gentrificar (recambiar la población de un lugar)? Porque no hay nada que una a la gente a los lugares. Hay ciudades estadunidenses donde toda la población es nueva. No se conocen, entonces, no tienen capacidad de resistencia. La gente no es loca. No puedes resistir la opresión y la dominación si no tienes confianza de que otros van a luchar contigo.

¿Qué efectos tiene esta etapa global sobre nuestros cuerpos?

El cuerpo de la mujer es tratado cada vez más como una máquina. Un ejemplo son los vientres de alquiler, en que a las mujeres que son fertilizadas no se las trata como a las madres de los bebés que engendran. Se les prohíbe, en los contratos que firman, desarrollar afecto por ese niño que van a parir. Otro ataque tiene relación con la cosmética. En el movimiento feminista, las mujeres habían luchado contra la estética como disciplina que había sido usada para dividir a las mujeres. Esta comercialización del cuerpo de la mujer está regresando. Aunque creo que el campo donde se ve mejor es en la salud. El cáncer al pecho es un ejemplo paradigmático de cómo se imponen terapias que no tienen consideración de lo que las mujeres sienten, de sus miedos, de la posibilidad de curas alternativas. Otro capítulo importante es el de la maternidad. En Estados Unidos, en Tennessee, se aprobó en agosto del año pasado una ley que establece la pena de “asalto agravado” a las mujeres que usan mariguana cuando están embarazadas, por la que se les puede dar una pena de 15 años. Lo consideran como una forma de homicidio del feto, que tú lo asaltas. Muchas veces digo que el cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo, producir vida por fuera de su cuerpo. Es la última frontera que no ha sido capaz de vencer.

Entrevista: Eliana Gilet