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Oaxaca: entre las categorías y lo común
C

omo catedrático en el sistema de educación pública de Estados Unidos, he visto cómo los sistemas neoliberales erosionan la percepción de los alumnos sobre un propósito común. Adentro del aula se someten a exámenes estandarizados, y afuera buscan satisfacer a los recaudadores de deudas. Su destino depende de la aprobación de autoridades distantes, no de la validación de sus comunidades y sus pares. Con cada vez mayor frecuencia, los estudiantes de la clase trabajadora toman clases como la ley de la calle, que les enseña cómo vigilarse y encarcelarse entre sí. Un modelo que crea culturas que categorizan, no vinculan. Que castigan, no alimentan.

Con la reciente imposición de las reformas en México, lo que está en juego es precisamente esta percepción del propósito común, y no sólo en el aula, sino en la cultura por lo general. Para muchos educadores críticos, Oaxaca representa un espacio donde el propósito común está muy presente. Es uno de los últimos espacios de resistencia ante evaluaciones homogeneizantes y los principios mercantiles competitivos de las reformas educativas neoliberales.

En el reciente primer Congreso Internacional de Comunalidad en Puebla, la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui reiteró cómo lo común puede estar cimentado en las prácticas cotidianas, pero también es una base para imaginar futuros colectivos. Las reformas educativas amenazan a los muchos tipos de lo común en Oaxaca. Amenazan las muchas maneras en que las culturas y luchas comunitarias de ese estado buscan vincular, no categorizar, a las personas y a las comunidades.

La búsqueda de chivos expiatorios, una forma de control que casi hemos perfeccionado en Estados Unidos, es una de las maneras en que la imposición de las reformas está desintegrando a las culturas del propósito común en Oaxaca. La inculpación funciona para distraer a las personas del índole polifacético y complejo de retos sociales, como la educación. En lugar de eso, se simplifica el asunto y se convierte en problema. Se aísla el origen del problema en las poblaciones vulnerables, como los maestros oaxaqueños, y los demonizan, poniendo en entredicho sus derechos.

En Estados Unidos las tácticas para la búsqueda de chivos expiatorios se basan en términos raciales, y con frecuencia usamos una amplia gama de palabras en código que disfrazan sus contenidos racistas. En Oaxaca, la inculpación es abiertamente parte del discurso oficial. Aunque la reforma supuestamente está dedicada a una educación de calidad, el sitio web del nuevo Ieepo afirma claramente que quieren desmantelar al sindicato magisterial. Durante los últimos dos meses, cuatro maestros han sido asesinados y cuatro fueron enviados a una prisión de máxima seguridad. Hace un año fueron desaparecidos 43 normalistas. Sin embargo, el problema siguen siendo los maestros.

La imposición de las reformas me recuerda mucho a la cultura que veo entre los estudiantes estadunidenses, que están dispuestos a vigilarse unos a otros y obsesionados con la validación externa.

En nombre de obtener una categoría más elevada en las estadísticas educativas de la OCDE, las reformas amenazan con convertir a las personas en policías, en lugar de participantes con un proyecto compartido y destino común. En lugar de vincular a los maestros y las comunidades, la reforma exige que los presidentes municipales envíen a la policía local a atestiguar la asistencia de los maestros y a reclutar esquiroles. En el portal en línea del Ieepo, los visitantes no pueden proponer ideas, pero pueden denunciar a los faltistas. México es uno de los lugares más peligrosos del mundo para ser un periodista que destapa la corrupción masiva, pero el Estado patrocina denunciar lo que Janine Wedel ha llamado la corrupción por necesidad de la pobreza.

La violencia lenta de la desconfianza contagiosa que pueden engendrar estas prácticas se corresponde con la posibilidad de la violencia rápida y espectacular de la presencia policiaca y militar masiva.

En Estados Unidos, la reforma educativa neoliberal ha emergido con una nueva militarización de la sociedad y las escuelas. Cuando estuve en Oaxaca en agosto, la policía y el Ejército combinaban la amenaza espectacular –con falanges de helicópteros militares volando bajo, por ejemplo– con esfuerzos silenciosos y sutiles para moldear a la sociedad. El presidente de la República afirmó que los soldados darían clases si los maestros se iban a huelga. Durante varios días al hilo la Policía Federal acampó al lado de las ferias callejeras en la Plaza de Santo Domingo. Con sus nuevos y flamantes vehículos, invitaban a los niños a tocar sus cláxones, probar las radios, y tocar el montaje de cañón de sus armas.

Al continuar la cacería de brujas contra 29 maestros con órdenes de aprehensión, Oaxaca se enfrenta a la nueva normalidad de las culturas que categorizan, no vinculan.

* Profesor de la Universidad de Massachusetts - Dartmouth