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¿Eichmann en Caracas?
I

ngenuo, creo que esa sería la palabra correcta. Pensé que las comparaciones y los paralelos históricos eran para contextualizar y ayudar a entender los últimos acontecimientos. Pero al parecer lo único de que sirven es para dar un macanazo en la cabeza a un enemigo político.

Cada mañana abro un periódico y encuentro algo para confirmarlo.

Cuando parece que ya llegamos al límite de las comparaciones absurdas –y del uso y abuso de la historia–, siempre aparece algo nuevo y el límite se mueve (¿hasta qué punto?).

No sé si la hay, pero si en el libro de los récords Guinness hubiera una categoría las comparaciones más descabelladas del mundo, seguramente ganaría la oposición venezolana. Con la holgada ventaja sobre el oficialismo (igual como supuestamente auguran hoy las encuestas previas a las elecciones parlamentarias del domingo 6 de diciembre).

La capacidad de la lucha política en Venezuela de generar acusaciones absurdas es asombrosa, inquietante, y afecta a todos los actores, pero la oposición y sus voceros siempre logran imponerse.

Hace poco pensé que después de la comparación de este país con... Sudáfrica de la era del apartheid (¡sic!) por ser una sociedad igualmente atormentada e insomne –cualquier cosa que signifique esto– hecha por un columnista X, no encontraría nada mejor por un tiempo.

Por supuesto, todo es culpa del tirano Maduro, sin importar que por años la oposición se refería a Chávez como macaco y miraba con disgusto cuando éste introducía mulatos y negros al ámbito dominado por la élite política criolla.

Pero poco después el mismo columnista comparó a Franklin Nieves, ex fiscal arrepentido y refugiado en Miami (la entrevista: El País, 31/10/15), involucrado –supuestamente– en fabricar las evidencias contra el opositor Leopoldo López, con... Adolf Eichmann (¡sic!).

La frontera de las comparaciones se desplazó. Otra vez. Un gran paso adelante, pero en la dirección conocida, ya que la misma oposición por años y sin ningún rigor comparaba a Chávez con Hitler (y Stalin a la vez).

Y si Nieves era Eichmann –figura clave en organizar el Holocausto, después de la guerra refugiado en Argentina, secuestrado por los israelíes, procesado en Jerusalén y colgado–, Maduro, su jefe, también era Hitler.

Para apoyar su razonamiento, el columnista X invocó –por supuesto– a Hannah Arendt y su concepto de la banalidad del mal, acuñado para describir a Eichmann al observar su proceso (véase: Eichmann in Jerusalem. A report on the banality of evil, 1963, 336 pp.), siendo, según él, inevitables (¡sic!) los paralelos entre ambos: “‘burócratas banales’ que acataron las órdenes sin pensar y/o hacer juicios morales”.

Cuando pensé –otra vez– que por un rato nada iba a batir éste récord, el columnista Y –ya de veras es de terror agarrar un periódico–, denunciando la mentira sistemática de Maduro, invocó –otra vez– a... Arendt, Eichmann y a Rudolf Höss, otro criminal banal –ex comandante de Auschwitz, atrapado por los británicos, procesado en Varsovia y colgado–, inscribiendo al gobierno venezolano en toda esta línea del mal.

Según él, por ejemplo, la persecución y culpabilización de los colombianos por los problemas internos en Venezuela –al tratarse de “la misma búsqueda del ‘chivo expiatorio’”– es comparable con... lo que los nazis hacían con los judíos (¡sic!).

Y para apoyar esta su reflexión sobre el problema del mal, aseguró que al ser un hijo de sobrevivientes del Holocausto tiene una aversión intuitiva al relativismo moral (y –se supone– un particular conocimiento del tema).

Pues yo –para decirlo sin rodeos– encuentro repugnantes estas comparaciones (además de históricamente infundadas).

En Venezuela hay muchos problemas y la lucha política es aguda de ambos lados. Maduro carece de mucha sutileza discursiva (como la que tenía Chávez), pero el país no está en el nivel del Tercer Reich, ni él del Führer.

Y si ya entramos en un tono personal: como nieto de sobreviviente del campo de concentración en Dachau y víctima de experimentos seudomédicos –el mismo Dachau, en cuya vecindad Eichmann recibió su entrenamiento militar (Arendt, p. 32) y empezó su carrera del burócrata del genocidio–, y alguien que creció en los terrenos del antiguo gueto de Lodz, al cual Eichmann organizaba transportes (p. 92) y visitó en una ocasión (p. 211), siento –por supuesto intuitivamente– que estos paralelos no sólo exceden las fronteras del buen gusto, sino que contribuyen a lo que pretenden combatir: el relativismo moral (e histórico).

Detrás de este tipo de denuncias y reflexiones cuasifilosóficas sobre los profundos mecanismos del mal, que se sirven de los más descabellados ejemplos históricos, no hay nada más que un afán de difamar al adversario y propinarle un garrotazo.

La banalidad del mal, un concepto bastante ambiguo –que pensadoras como Seyla Benhabib o Judith Butler tratan de descifrar hasta hoy–, se presta particularmente a este tipo de atracos (que igual sería un tema aparte).

En este sentido no deja de ser polémico, tal como lo fue desde su nacimiento, cuando se acusó a su autora –sobre todo en Israel– desde banalizar el Holocausto hasta malinterpretar a Eichmann. Corey Robin sintetiza bien estas controversias en su excelente ensayo The trials of Hannah Arendt ( The Nation, 12/5/15).

Una de ellas fue la crítica al gobierno israelí por convertir todo en un juicio-espectáculo.

Según Arendt, los fiscales fueron sometidos a las órdenes del Ejecutivo: la acusación no fue por lo que Eichmann hizo, sino por lo que los judíos sufrieron (p. 4), de acuerdo con el deseo de Ben-Gurion de montar un proceso histórico del antisemitismo, lo que fue para ella mala historia y retórica barata (p. 17).

Así que si nos apegamos a su lectura y si le creemos a Nieves, que asegura que la orden de condenar a López por la máxima pena posible –finalmente quedó sentenciado a 13 años de prisión por incitar violencia a fin de provocar La Salida del gobierno constitucional el año pasado– vino del mismo Maduro (lo que igual hablaría muy mal de Venezuela), en vez de Eichmann, el ex fiscal sería comparable más con... sus colegas israelíes.

Pero, claro, un paralelo así –aunque más riguroso– no cumpliría el propósito que era nazificar al chavismo, ¿verdad?

* Periodista polaco

Twitter: @periodistapl