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Mariguana, adicción y enfermedad
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eí en La Jornada (1/12/15) la siguiente nota: “El titular de la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic), Manuel Mondragón y Kalb, insistió en el Senado: ‘La mariguana sí hace daño. No es una sustancia inocua, es adictiva, y la adicción es una enfermedad’”.

Que lo anterior lo dijera mi tía Irene, pasa, pues la pobre no terminó la primaria; pero un médico como Mondragón, y con la responsabilidad pública que tiene, es preocupante. Algunos dicen que el café es adictivo, otros señalan que no, e igual con la nicotina: en general se acepta que es adictiva pero hay voces autorizadas (Frenk y Dar, por ejemplo) que escribieron un extenso libro para demostrar lo contrario. El alcohol también se considera adictivo, pero hay médicos que recomiendan una copa diaria de vino tinto para problemas de colesterol y cardiacos. Estos tres productos, para no mencionar el chocolate y la comida en general (que también puede producir adicción), son productos legales que cualquiera (salvo los menores en muchos países) puede comprar libremente.

Cientos de medicamentos son también adictivos y muchos de ellos, por cierto, tienen un mercado creciente a pesar de sus peligrosos efectos secundarios. Algunos sólo se pueden adquirir (en algunos países, no en todos) exclusivamente con receta médica, otros son de venta libre en cualquier farmacia y hasta en supermercados. Entre estos últimos, unos de los más comunes son los jarabes para la tos, especialmente los que contienen codeína, un opiáceo que no sólo provoca adicción sino que puede ser fatal si se ingiere en exceso o si se mezcla con alcohol.

Entre los medicamentos controlados, que es un decir, está el Vicodín (que tomaba el Doctor House), y otros opiáceos altamente adictivos son las oxicodonas, como el Percocet y OxiContin, cuyas ventas han aumentado considerablemente, al igual que las benzodiacepinas que contienen alprazolam como Xanax, Tafil, Valium y otros que ante el aumento de la ansiedad y el estrés, sobre todo en grandes ciudades, se recetan a diestra y siniestra, aumentando notablemente el número de adictos que no los pueden (ni deben) dejar de golpe. Entre los jóvenes se han puesto de moda en los últimos años, por sus efectos estimulantes, medicamentos como el Ritalín, clasificado en el mismo nivel de drogas peligrosas como las anfetaminas, la cocaína o la morfina. Sus efectos son muy graves, así como la adicción que provocan. Deben agregarse los sedantes hipnóticos para vencer el insomnio, como los que contienen zolpidem. Si se toman por más de dos semanas se vuelven adictivos y, como las benzodiacepinas, no deben interrumpirse de golpe. Peores que éstos son los barbitúricos, que todavía se usan aunque han sido sustituidos poco a poco por otros menos dañinos. Son altamente adictivos.

¿De verdad las adicciones son una enfermedad, o es un inevitable efecto de ciertos y determinados medicamentos necesarios para quitar el dolor, el estrés, la ansiedad, el insomnio, la tos, la hiperactividad, el déficit de atención y tantos otros males de la sociedad de nuestro tiempo? Antes se sacaban las muelas con un jalón fuerte y en el mejor de los casos se le daba al paciente una buena dosis de licor; antes la gente moría de cáncer entre dolores inenarrables; antes se suicidaban muchos por los dolores intensos de un tumor en alguna parte de su cuerpo o por ansiedad extrema. Mucha gente preferiría morir que soportar dolores terribles. Gracias a muchos de los medicamentos que enferman a la gente por ser adictivos (Mondragón dixit) es que la expectativa de vida ha aumentado considerablemente en los últimos 60 años o menos.

¿Prohibir todo lo que produce adicción? En medicina hay una expresión que se llama iatrogenia. “La iatrogenia –señala la Wikipedia– es un estado, enfermedad o afección causado o provocado por los médicos, tratamientos médicos o medicamentos”. Casi todos los medicamentos, incluidos los homeopáticos, provocan iatrogenia, es decir, efectos secundarios o colaterales, de no graves a muy graves, y hasta la muerte. Un médico, y también un paciente, tiene que escoger entre un mal mayor y un mal menor, pese a los efectos que pueden provocar un medicamento o una operación quirúrgica. Un paciente con cáncer terminal, por ejemplo, tiene que escoger entre morir con dolores insoportables o ser dependiente de un analgésico, por adictivo que éste pueda ser. ¿Usted qué escogería?

Si estuviéramos de acuerdo con el médico Mondragón se tendrían que declarar ilegales, en principio, todos los medicamentos que tienen efectos secundarios en la salud de los enfermos, especialmente los que producen adicción. Espero que nunca necesite un analgésico opiáceo y se tenga que morder la lengua.

Una pregunta sencilla: ¿deberán prohibirse las drogas porque hacen daño a la salud (aunque también sean curativas) y provocan adicción? En mi opinión no. Más bien lo que debería hacerse es legalizarlas todas y controlar su consumo mediante aprobación y supervisión médica. Por otro lado, si la adicción es una enfermedad, pues tratar a los adictos como enfermos y atenderlos como tales sin criminalizarlos. El mercado negro de drogas existe porque hay demanda y porque en lugar de que sean los médicos y las farmacias los que las receten y las suministren, se encargan de ello los narcotraficantes y sus socios en los ámbitos del poder. El negocio está en satisfacer (y en promover) esa demanda de los adictos que, además de crecer en número, no suelen preocuparse de las consecuencias de sus vicios, hábitos o adicciones. Son adictos, y quizá enfermos, y gracias a ellos viven tanto los laboratorios farmacéuticos (legales), como los narcotraficantes (ilegales). ¿Por qué no dejar que cada quien, en edad adulta, se meta en el cuerpo lo que le dé la gana? Si luego se arrepiente que vaya al sector salud para adelgazar, para dejar de fumar, para dejar de beber, para rehabilitarse y dejar de consumir drogas. Si yo fuera creyente me preguntaría ¿para qué, entonces, me dio Dios el libre albedrío?

rodriguezaraujo.unam.mx