Opinión
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Isocronías

Gloria

L

a poesía, quién no lo sabe, no es propiedad de los poetas –aunque verdad de Perogrullo de vez en cuando es bueno repetirla, escucharla. Podríamos decir que la poesía es también asunto de palabras, pero no nada más. La comunión que comunica, aun al solitario, puede surgir en cualquier momento, de cualquier parte: el mar, una flauta, la mirada de un gato, un escenario habitado… A veces me parece que la poesía es una habitación a la que no estamos habituados, pero que es nuestra original, definitiva habitación, que otra no hay. La poesía centro da, un centro universal –y desplazable: alfombra mágica. Sea que uno vaya en ella, sea que le sea dado mirarla volar, ya se ha comunicado, ya en la poesía está.

Escucho ahora a Pergolesi, su Stabat Mater (¿quién puede creer que su autor no vivió ni dos y medio meses después de cumplidos los 26 años de su edad?), revelado para mí por Gloria Contreras en el Teatro Degollado de Guadalajara. La escucho en la versión que, con Cristina Gallegos, Cora Flores y Aurora Agüeria (fallecida en junio del año pasado), bailó esa vez. Del plata al marrón al café, de alguna manera en gradación ascendente, claridad-oscuridad, si no recuerdo mal, iban vestidas. Solemne, grave, hierática la entrada; sublime, arrebatador, cuasi extático el final: Danza para mujeres, que glosa la delicadeza, la gracia, la fuerza, el dolor, pero sobre todo tiende, atiende a la solidaridad.

Tiempo después me hice del LP con las conmovedoras voces de Mirella Freni y Teresa Berganza. Esto vendrá menos al caso: aún conservo unas bocinas idénticas a las que había (supongo ya no habrá) en el Teatro de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, a donde tantas, tantísimas veces y sin cansancio alguno, fuimos a disfrutar de la generosidad del Taller Coreográfico. A través de ellas, si bien no ahora mismo que esto escribo, gusto de escuchar –y no obstante el gis acumulado por los años se lo hago oír a quien se deje –el vinilo de Archiv, que siempre me remitirá a aquella primera, deslumbrante, estremecedora Danza…

Yo estaba en el lugar más lejano del escenario, al centro de la herradura de las butacas de hasta arriba, la más barata, y hasta ahí llegaba, y convocaba al recogimiento, la energía a la vez irradiada y concentrada por las bailarinas –y, claro, por la música. Y llegaba plena –permítaseme el aparente dislate– de plenitud.