Directora General: Carmen Lira Saade
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Editora: Laura Angulo
Número Especial diciembre 2015 No 203

Esfuerzos para rescatar
el lago Urmía, en Irán


Difícil imaginar la vida en lo que queda del lago Urmía, Irán

La reportera Zahida Membrano describió recientemente cómo el lago Urmía era hasta hace unos años una atracción turística de Irán. Locales y extranjeros viajaban hasta el noroeste del país para contemplar la grandeza de la naturaleza: millones de pelícanos y flamencos y otras aves migratorias que recalaban para alimentarse en el mayor lago salado de Oriente Medio. Pero hoy es un páramo salino, en el que no hay peces, porque nunca los hubo, ni apenas aves. Ni turistas.

Los expertos aseguran que escasamente contiene el 5 por ciento del agua que tenía hace veinte años. La evaporación del lago lo ha transformado en una descomunal área salobre de 5 mil 200 km2, con una profundidad máxima de 16 metros en los tramos más hondos. Las causas que explican este desastre ecológico son la carencia de políticas adecuadas para preservar el medio ambiente, el calentamiento global, el despilfarro del agua y una sequía prolongada por la falta de lluvias.

La reportera Membrano narra cómo la población de Urmía –en su mayoría azeríes y kurdos– que en siri irónicamente significa “ciudad del agua”, está en pie de guerra pidiendo al gobierno que adopte, con urgencia, medidas que permitan restituir la salud ambiental al lago, que además fue declarado por la UNESCO como una reserva de la biosfera. Su sequía está provocando tormentas de sal que siembran la tierra de partículas tóxicas que destruyen los cultivos, empujando a los campesinos a emigrar en busca de nuevas tierras fértiles.

Además, la contaminación salina del aire afecta negativamente la salud de la población. Activistas medioambientales y expertos llevan tiempo denunciando la detección de un mayor número de enfermos de cáncer, patologías respiratorias, de la vista y aumento de la presión arterial entre los lugareños debido a los elevados niveles de sal en el organismo.

Ante la gravedad de lo que sucede, el gobierno finalmente reaccionó con un plan para restaurar el lago. Contempla una inversión de 5 mil millones de dólares durante los próximos diez años y prevé frenar la construcción de nuevos embalses, trasvasar agua al lago para aumentar su caudal y políticas públicas para cambiar los hábitos de consumo de agua. Especialmente, en el sector agrícola, donde se emplea agua potable para el riego. La responsable del plan, Isa Kalantari, asegura que la implementación de tecnología moderna y más eficiente permitirá a los campesinos reducir 40 por ciento el consumo de agua.

Pero la sequía del lago Urmía no es un caso aislado. Es el reflejo de la severa crisis medioambiental que padece Irán, cuyas tierras se están secando de manera alarmante. El gobierno reconoce que la falta de agua es el mayor desafío al que se enfrenta el país. Si no se adoptan medidas de urgencia, parte de la población podría verse obligada a emigrar a otros puntos del país para sobrevivir. Un efecto devastador que ya afectó a quienes viven en los alrededores del lago Hamún, en el sureste de Irán, en la frontera con Afganistán. La sequía en 2012 ocasionó el desplazamiento de más 600 mil personas al norte en busca de refugio.

El gobierno está negociando con organizaciones internacionales el rescate del lago ya que, además, la escasez hídrica amenaza a más de 70 humedales al borde de la sequía más absoluta. Según la ONU, si en la década de los cincuenta la cantidad de agua per cápita disponible en Irán era de 7 mil metros cúbicos, hoy solamente es de mil 900 y para el 2020 apenas llegará a mil 300.

El hermoso paisaje del lago Urmía, poblado de imponentes flamencos se conforma ahora con todo tipo de objetos que afloran a la superficie, a medida que el caudal desciende. Lo que ahora vemos son barcos de pescadores convertidos en chatarra y varados en las montañas de sal que cubren el fondo marino, ya extinguido, tal y como nos describe en su reportaje Zahida Membrano.

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