Guatemala “llora sangre”
y la gobierna un comediante

De la serie Nubes Viajeras, Nevado de Toluca.
Foto: Jerónimo Palomares

Ramón Vera Herrera, Ciudad de Guatemala. El 25 de octubre, ganó las elecciones presidenciales guatemaltecas con un 70 por ciento de la votación Jimmy Morales, “un comediante de televisión sin experiencia política y sin plataforma política real, que apenas hace seis meses contaba con menos del uno por ciento de popularidad según las encuestas”, dice Zack Beauchamp para el informativo Vox world.

En esas elecciones, Guatemala apenas se reponía del escándalo de corrupción encabezado por el presidente Otto Pérez Molina, que implicó también a su vicepresidenta Roxanna Baldetti, escándalo que llevó a ambos a la cárcel tras una movilización sin precedentes en la historia guatemalteca. La deposición del presidente y unas nuevas elecciones fueron esperanza de renovación real en un país sumido en la violencia por largos años, y donde sus corruptas estructuras están implicadas en graves violaciones a derechos de toda índole: individuales y colectivos —políticos, sociales, ambientales, económicos, culturales y de salud—.

Desde 2006, Naciones Unidas tuvo que intervenir coadyuvando a establecer una Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), mediante un acuerdo con el gobierno de Guatemala, que fue avalada por la Corte de Constitucionalidad y ratificada por el Congreso de la República entre mayo y agosto de 2007.

La Comisión efectuó la investigación y la persecución penal de un cúmulo de delitos perpetrados por "cuerpos ilegales de seguridad con la complicidad de aparatos clandestinos que operaban una extensa red implicada en homicidios, ejecuciones extrajudiciales, malversación de fondos, defraudación, narcotráfico y contrabando. Los hilos llegaban hasta la presidencia de la República", continúa Vox world.

No obstante, muchos críticos señalan que en un país donde 40 por ciento de la población se halla por debajo de la línea de la pobreza y 13 por ciento padece pobreza extrema, donde existen agudos problemas de racismo, machismo, corrupción, violencia e impunidad, lo extraño es que el estallido no ocurriera. La revuelta que llevó al cambio de gobierno desplegó una gran organización y pocos desmanes.

Pero en las calles de la llamada “Guatemala City” no deja de correr el rumor de que en la coyuntura actual, las élites buscaron canalizar la efervescencia al castigo ejemplar del presidente, la vicepresidenta y sus cómplices, logrando un enroque creíble que pudiera mantener la máquina aceitada y en funcionamiento.

Qué mejor entonces, en ese escenario, que un comediante de televisión (en México gobierna, entre otros poderes oscuros, la televisión, aunque el desempeño de los protagonistas estelares sea tan ramplón que uno piensa que hasta eso es a propósito).

Y si Morales prometió desterrar la corrupción, su plataforma no parece tener densidad alguna y no hay todavía programas concretos. Según la BBC, Morales “es un cristiano evangélico opuesto al aborto, al matrimonio de personas del mismo sexo, que pretende algunas políticas raras como plantarle un GPS a los profesores para que no falten a clase, u otorgar a cada niño un smartphone”.

Defensoras de derechos humanos como Cecilia Mérida califican de “tragedia” la elección de Morales porque “es un comediante racista con los pueblos indígenas, está ligado a la gente de Otto Pérez Molina y su partido está alimentado por militares”.

Manfredo Marroquín, de Transparency International, entrevistado por America’s go Global, afirma que Morales “incluyó a militares, pero no cualquier oficial militar, sino a oficiales ligados a los peores abusos del pasado [incluida la guerra de 1960-1996], en parte porque no conoce los detalles, y porque no habiendo estado en la política, agarró la gente que pudo”.

El horizonte no se mira nada fácil. Según datos de la Fundación Oxfam, un millonario promedio en Guatemala “ingresa al año 7 mil 398 veces más que una persona situada en el 20 por ciento más pobre de la población”. Guatemala tiene el tercer lugar en mortalidad infantil en América Latina, sólo después de Haití y Bolivia, pero la miseria rampa. Como dijera Mario Sosa en 2012 para Rebelión, “Guatemala llora sangre”.

El informe Panorama social de América Latina de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) 2014 estima que en Guatemala la situación de pobreza multidimensional se sitúa en un 70.3 por ciento y destaca que el país es uno de los 14 más violentos del mundo y de los 7 más violentos de América Latina. El 20 por ciento “menos favorecido”, como dicen los informes con eufemismo vociferante, percibe apenas 3 por ciento de la “riqueza socialmente producida”.

Las condiciones de explotación y la precariedad de los empleos con salarios cercanos o menores a los 10 dólares diarios por incontables horas de labor en condiciones de hacinamiento y semiesclavitud, el tráfico y trata de personas, el trabajo infantil con sueldos todavía más bajos, todo fue subsumido por lo que Mario Sosa considera uno de los síntomas más claros del sistema de desigualdad: precariedad permanente, por lo que se mantiene a “una enorme masa de población en condiciones de desempleo, subempleo o informalidad”.

El modelo agroindustrial sigue siendo responsable de la vejación y el despojo de innumerables personas y colectivos en el ámbito rural.

Según el  informe Tierra para nosotras, de la Red Centroamericana de Mujeres Rurales, Indígenas y Campesinas, “en Guatemala el 80 por ciento de la tierra agrícola está en manos del 8 por ciento de los propietarios, mientras el 92 por ciento restante —campesinas y campesinos de subsistencia— apenas tienen acceso al 20 por ciento de la tierra. Las mejores tierras, las más fértiles, están acaparadas por las grandes empresas agroexportadoras”. El asunto más extremo es que medio millón de familias campesinas carecen de tierra y “tienen que arrendarla para poder trabajar en el campo”.

Las políticas públicas de desvío de poder abren margen a las empresas extractivas para establecer negocios público-privados, acaparar la tierra, romper los tejidos comunitarios e imponer un sistema de horror permanente, alimentado por los asesinatos y desapariciones, las ejecuciones y encarcelamientos que ocurren como “estabilidad” entre campo y ciudad.

El inevitable éxodo campesino hincha las barriadas. Las Maras mantienen los controles territoriales. Los cinturones de miseria son inaccesibles en autobuses porque las Maras controlan a sangre y fuego el transporte, junto a los cárteles mexicanos con los que se disputan los espacios de predación. Las marejadas humanas montan apeñuscadas en pick-ups de las mafias o la policía para llegar a su remoto refugio en la orillada, tras literalmente sufrir el cruising por la urbe que debía acogerlos y en cambio es temida como monstruo devorador en manos de la “ley o el crimen”, como si en Guatemala pandillas o robocops se distinguieran.

Mientras, apunta Cecilia Mérida, existe una criminalización de los dirigentes comunitarios. Quienes encabezan protestas contra las empresas energéticas “son detenidos y acusados de delitos de terrorismo”. Mérida informa que hay unas quince personas inocentes encarceladas por sus ideas y por defender el territorio: los más conspicuos son Saúl Méndez, Rogelio Velásquez, Rigoberto Juárez, Francisco Juan o Domingo Baltazar, Mynor López, Ermitaño López, Arturo Pablo y Adalberto Villatoro, todos en el sector 13 del Preventivo de la Zona 18 en ciudad de Guatemala.

Gladys Tzul Tzul entrevistó para comunitariapress a Rigoberto Juárez y Domingo Baltazar, autoridades q-anjob’ales quienes dentro de la cárcel mantienen la esperanza para los demás reclusos. No viven el encierro como aislamiento: siguen los acontecimientos y la movilización de afuera, y al interior del reclusorio promueven la creatividad general. Quisieron participar en diplomados de medioambiente y hasta “ofrecieron un par de clases sobre cómo se concibe y se vive el medioambiente en comunidades indígenas, ‘pero no nos dejaron porque era organizado por el ministerio de energía y minas’, dice con vital carcajada don Rigoberto”.

Así, Guatemala llora sangre, pero la esperanza sigue viva, aunque esté encarcelada o camine entre la multitud, y sueña las nubes animales que cruzan el intenso azul metálico allá arriba.