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Aprender a Morir

¿Mota sí, eutanasia no?

C

uando empieza a caerse el teatrito montado para combatir a discreción el narcotráfico, al grado de que la estructura de productores y distribuidores de droga amenaza con desplazar a los poderes establecidos, si no en los cargos de elección popular sí en niveles de decisión cupular, es hora de flexibilizar la hipocritona preocupación oficial por la salud de las personas e iniciar el proceso de legalización, por lo pronto, de la noble mariguana, cuyas bondades son proporcionales a infundios diversos y a las utilidades que arroja su venta ilegal.

Algunos de mis amigos más creativos son fumadores habituales de mariguana y, me apena decirlo, más deteriorado tengo yo el cerebro, la capilaridad y la vista que ellos, quienes, con todo y su adicción de hace medio siglo, son imaginativos, trabajadores y animosos. En su compañía y en la de sus parejas solemos pasar momentos de increíble creatividad, discursiva por lo menos. El pensamiento se afina, el humor se desborda y la sexualidad te puede volver creyente. Seguir satanizando sin bases a la mota y sostener que es el paso a sustancias más fuertes, no ha hecho sino hinchar los bolsillos de algunos, tranquilizar las conciencias de otros y privar de experiencias gratas e incluso terapéuticas a sectores más amplios de la población. Pero en el mundo se prohíbe el gozo natural.

La Suprema Corte de Justicia validó el uso lúdico de la mariguana, su siembra y consumo personal, aunque no para todos los mexicanos, sino sólo para ciudadanos que se ampararon: ¡cuatro! Con todo, este tambaleante, casi ridículo paso, parece ser el comienzo de la necesaria legalización de la yerba, ya sin engorrosos trámites, vigilancias inútiles, prohibiciones absurdas y sobreprecios infames.

El otro tabú en nuestro país, el derecho a una muerte digna, no a tiros o hasta que Dios quiera, sino por libre decisión personal, continúa enfrentando la burocracia y demagogia del Estado, las inmensas ganancias de la industria de la salud, la milenaria obstinación de los credos religiosos y el consiguiente miedo de las personas, por lo que de poco ha servido la entrada en vigor del Documento de Voluntad Anticipada en el DF y algunos estados, desde su costo ante notario mil 200 pesos en general y –400 pesos adultos mayores– hasta el rechazo del documento en dependencias privadas e incluso públicas. Pero como los que se mueren son los otros, seguiremos pendientes.