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México SA

ATP: juego de matrioskas

David al servicio de Goliat

Obama y sus 11 enanitos

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Tradicionales matrioskas rusas que representan a distintos políticos de la actualidad se exhiben en un negocio en el centro de MoscúFoto Reuters
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inalmente la Secretaría de Economía se dignó a divulgar la versión en español del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (ATP), cuya negociación consumió alrededor de cinco años. Se conoce ya, pues, la letra grande de este mecanismo, pero ni de lejos se animará a publicar la letra chiquita, o lo que es lo mismo, la verdadera intención y alcance de lo que el gobierno peñanietista desde ya presume como la herramienta que pone México a la vanguardia del comercio internacional en el siglo XXI (Ildefonso Guajardo dixit), por mucho que en realidad se trate de un instrumento de la geopolítica estadunidense.

Como parte de la propaganda oficial se cacarea la mentira piadosa de que las naciones integrantes del ATP representan 40 por ciento del producto interno mundial, alrededor de 25 por ciento del comercio internacional y 28 por ciento de la inversión extranjera directa mundial. Una maravilla, pues.

Pero hay de participantes a participantes, y eso marca la diferencia. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que sólo el producto interno bruto de Estados Unidos representa 62 por ciento del PIB conjunto de las 12 naciones firmantes del ATP (Fondo Monetario Internacional, con cifras de 2013). Si se suma Japón, entonces la proporción conjunta crece a 79 por ciento y el resto se diluye (de forma no proporcional, desde luego) entre los otros diez países firmantes.

De hecho, en ese universo, México a duras penas representa 1.3 por ciento del PIB del total y depende en grado sumo del comercio exterior con un solo país: Estados Unidos. Entonces, eso de que el bloque es más que poderoso no sólo suena a un mal chiste, sino a tomadura de pelo, por mucho que el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, se esfuerce en afirmar que la participación de México en el ATP le permitirá consolidarse como una plataforma en la integración de los cuatro puntos cardinales de la política de comercio exterior.

El primer bloque, como se anota, es Estados Unidos y, muy debajo de él, Japón. Pero otros países desarrollados también son abajo firmantes del ATP, aunque con una distancia enorme con respecto al par citado. Se trata de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, con un PIB representativo de 6.2, 5.1 y 0.65 por ciento, respectivamente, del total del producto interno bruto de las naciones integrantes del acuerdo.

En el último escalón se encuentran las siete naciones subdesarrolladas, que en el lenguaje moderno las disfrazan como economías emergentes, las cuales en conjunto (México incluido) representan 9 por ciento, en número cerrados, del PIB involucrado en el ATP. El equilibrio se constata de inmediato: desarrollados, 91 por ciento del pastel; emergentes, 9 por ciento. Y estos deberán competir en igualdad de condiciones con los meros meros.

El bloque latinoamericano se conforma con México, Chile y Perú, representativos de 1.3, uno y 0.7 por ciento, en cada caso, del PIB grupal. En conjunto, 3 por ciento del PIB del ATP, o si se prefiere 20 veces menos que el estadunidense y seis tantos por debajo del japonés. De entrada, pues, existe una diferencia abismal.

En síntesis, el de México y el resto de las naciones subdesarrolladas será una suerte de encuentro entre David y Goliat, pero sin honda ni piedra. Más bien, todos dispuestos a defender al patrón de las barras y las estrellas para que los chinos no se lo coman, aunque en esto los del dragón van más que avanzados.

De acuerdo con la estadística de la Secretaría de Economía, al cierre de 2014 el comercio exterior mexicano sumó (importaciones y exportaciones) alrededor de 800 mil millones de dólares, con un déficit cercano a 3 mil millones de billetes verdes. México importa miles de millones de dólares en productos que permiten el armado de lo que llama exportaciones, que no es otra cosa que maquila, pero oficialmente esas son las cifras.

De ese total, alrededor de 65 por ciento corresponde al comercio exterior con Estados Unidos, lo que se entendería, supuestamente, por ser uno de los países firmantes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Sin embargo, con el tercero en cuestión, Canadá, apenas mantiene un comercio exterior que significa 2.5 por ciento del total.

Si se suma el comercio exterior con Japón (con el que México mantiene un enorme déficit, pues por cada dólar que exporta adquiere ocho de productos nipones), entonces en tres naciones (Estados Unidos, Canadá y la del sol naciente), nuestro país concentra –con diferencias abismales– 70 por ciento de su comercio exterior. Las naciones europeas cerrarían el circuito. ¿Qué les puede ofrecer México y qué recibir a cambio?, en el entendido de que nuestra nación mantiene acuerdos comerciales trilaterales y bilaterales directos con siete de los abajo firmantes del ATP; sólo faltarían Nueva Zelanda (principal abastecedor de leche en polvo y otros lácteos), que se pelearían una delgada rebanada del comercio exterior mexicano.

Esa es la parte comercial, pero más peligrosa aún es la parte política, que al final de cuentas es el objeto del ATP, según mandato de Estados Unidos a sus 11 enanitos. Como bien advirtió Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, si el presidente Peña Nieto desea hacer lo correcto por el pueblo mexicano, instruirá al secretario Guajardo para que rechace un acuerdo que dejará el futuro económico de México en manos de inversionistas trasnacionales. A partir de la experiencia pasada con acuerdos comerciales liderados por Estados Unidos, y lo que hemos podido deducir de documentos filtrados de debates de carácter confidencial, es claro que las esperanzas del presidente Peña Nieto se encuentran fuera de lugar. Los negociadores de México parecen estar a punto de rendirse ante las demandas de las empresas de los países avanzados, sin beneficios para su país.

La pelota está en la cancha del Senado de la República, que por la parte mexicana deberá ratificar, modificar o desechar el ATP, y si no se aplica el país corre el gran riesgo de perder de todas, todas. Mucho está en juego, pero si se toma como ejemplo la medalla al barón Bailleres, entonces el país está frito, porque ya se sabe a quién sirve la mayoría de los ocupantes de los escaños

Las rebanadas del pastel

En fin, hay que estar a las vivas, porque el ATP es un juego de matrioskas (Arturo Oropeza García, integrante del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM; TPP: ¿bisagra o confrontación entre el Atlántico y el Pacífico?) lleno de sorpresas y no precisamente gratas.

Twitter: @cafevega