Opinión
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Melón

Chava Flores

H

ace unos días escuché y vi en Canal Once un programa que recordaba a Chava Flores (1920-1987), que me llevó al pasado. Éste, para mí, notable compositor no sólo me ha hecho reír: retrató lo que somos los mexicanos. Para no herir susceptibilidades, en ciertos aspectos y en sus composiciones nos recuerda que ya se fueron para no volver.

A mí en lo particular me hace evocar la ciudad y al leer los diarios la diferencia abismal entre un cañonazo de cincuenta mil pesos y lo que hoy se llevan los que están en posición de hacerlo. La ciudad sigue linda a pesar de lo que hoy sucede y Chava en sus canciones nos lo heredó. Azucarillos de a medio y a real, la melcocha y mil cosas más que sólo aquellos que no tienen mi edad no gozaron.

Nacido en la calle de La Soledad, en el barrio de La Merced, Salvador Flores Rivera compuso cerca de 300 canciones como ¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano?, Amor de lejos, Cerró sus ojitos Cleto, Dos horas de balazos, El bautizo de Cheto, El gato viudo, El retrato de Manuela, Ingrata pérjida, La esquina de mi barrio, Llegaron los gorrones, Los pulques de Apan, Los quince años de Espergencia, Mi México de ayer, Peso sobre peso y Sábado Distrito Federal.

Don Chava es considerado retratista y cronista musical de los personajes y situaciones de la urbe mexicana. También actor, sus canciones fueron temas o se incluyeron en varias películas como Amor de locura, Ahí vienen los gorrones, ambas de 1952; El vengador solitario/El águila negra, 1953; Pancho López, 1956; Cómicos de la legua, 1956, y Cuando se quiere se quiere, 1958.

Entre 1948 y 1951 fue editor de la revista quincenal El álbum de oro de la canción. Para 1952 se inició en la XEW y XEQ en los programas: Pida su canción, La Hora Nacional y Tercia de ases.

Ahora que se acerca la Navidad las posadas brillarán por su ausencia. La cercanía de la gente en estas fiestas hace tiempo no se siente, por eso, mi querido yeneka, permítame decirle, si no es mi contemporáneo, cosas que hace tiempo viven en mi recuerdo.

Vine al mundo un 2 de octubre y desde 1968 mi cumpleaños es cosa del pasado. Ya no lo celebro porque me lo ensangrentaron. Las aceras de las calles de mi barrio están deterioradas, por no decir otra cosa. En él ya no hay cines; el Majestic, el Rívoli y el Roxy se fueron. La taquería Los Tres Cochinitos, también. La antojería Pachuca cambió de lugar. La alberca del Chopo hizo mutis y hasta don Genaro, el dueño de la peluquería París, se retiró. Lo único que espero es cantar El manisero tranquilamente y dejar mis recuerdos como Chava Flores para quien desee saber de ellos.

En otro orden de ideas, leí una nota sobre José Alfredo Jiménez Medel y aquí le va una cuarteta de las primeras letras de su papá. Con la música de Ay Jalisco, no te rajes, se la dedicó al Oviedo, equipo de futbol en que jugaba el compositor y que patrocinaba el Peque Sánchez, desde infantiles hasta primera e intermedia. Decía así: Su portero es valiente y certero/ su par de defensas son siempre dos leones/ su línea de medios, qué trabajadores/ y cómo carburan esos delanteros.

Sus compañeros, según me platicó don Genaro, fueron Víctor Sánchez, el mismo don Genaro, Cantinflas Sánchez, Mario Ochoa, Platanito Hernández, Rafa, Adolfo Vigil, Luis Gallegos y del extremo izquierda ni él se acordó.

Había un tranvía que partía de la esquina de la Alameda, de mi barrio, es decir, Ciprés con Díaz Mirón, y me dejaba cerca de la calzada de Chabacano para ir al parque Asturias, donde me maravillé con la manera de jugar del Pirata Fuente, Charro Moreno, Noguera, Lángara, Abalay, Rugilo y tantos que llenaron mis ojos en ese tiempo que disfruté siendo un niño.

Recuerdo a Coco Thompson, Pancho Luna, Ramón Quezada, Mateo de la Tijera, Pepín, Chinto, Luis y Javier de la Torre. Fueron mis compañeros en cuarta infantil del Oviedo.

Espero no haberlo aburrido, mi enkobio, pero el programa de Chava Flores me puso nostálgico, fugaz y alabastrino (sic), para decirle que todas las etapas de mi vida las he sabido asimilar de la mejor manera.

Me despido con un recuerdo cariñoso para doña Paz y don Heleodoro, que fueron los que me trajeron a la capital del mundo: Santa María la Ribera.