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Resistencias y partidos
E

lvira Concheiro publicó en Memoria (número 253) un sugerente artículo que tituló Las izquierdas ante sus derrotas. Me he propuesto escribir un ensayo con base en el texto de Elvira, pero por lo pronto quiero resaltar lo que dijo sobre las resistencias, que parecen ser las expresiones populares más comunes de tiempos recientes.

“Ante la ofensiva de las fuerzas conservadoras y el agresivo despliegue de la política del capital –escribió Elvira–, lo que en años pasados ha quedado es la resistencia. Pero también es cierto que el otro lado de esa postura expresa el fracaso y las varias derrotas del camino político (implícitas o de hecho) que suscribió la mayor parte de las corrientes de las izquierdas.”

A mi juicio este párrafo es muy revelador y me parece que nos pone al descubierto una realidad que no siempre se quiere ver desde la perspectiva de las izquierdas partidarias. Éstas simulan que nada está pasando y que como partidos viajan hacia el futuro con viento a su favor y que muy poco hay que corregir, si acaso. Se han negado, en la práctica, a observar y analizar el fenómeno de las resistencias como si les fuera ajeno y no como resultado de su fracaso al privilegiar el ámbito electoral como vía exclusiva de su acción.

La realidad de los partidos de izquierda, o así autodenominados, es que al seguir la vía electoral y tratar de ganar más votos que sus adversarios han abandonado sus programas sociales que de verdad los distingan de las derechas. Se corrieron al centro político, posición que ciertamente les da más votos, e ignoraron las necesidades vitales de la mayoría de la población que, obviamente, no se satisfacen con las minúsculas concesiones que les da el poder mediante mecanismos asistenciales y clientelares. La comprobación de esto, incluso con datos oficiales, es que la pobreza y las desigualdades, además de la inseguridad, han aumentado.

¿Qué recurso les queda a esos grandes conglomerados, organizados o no, ante su situación? La resistencia, que por lo común adquiere formas de protesta y movimientos desarticulados y sin estrategias sólidas que les permita avanzar de manera no sólo continua sino acumulativa. Como bien lo señala Elvira, esa enorme cantidad de frentes, diversas organizaciones, grupos, expresiones de las izquierdas, han dado la batalla para tratar de detener la venta y el saqueo del país, las reformas regresivas de todo tipo, la represión, la violencia de todo género; y lo han hecho con determinación, valor y los medios a su alcance, pero con frecuencia sin mucha destreza, eficacia, capacidad de elaboración política y estrategia de largo aliento. En apariencia no hay demasiado discurso que construir en un quehacer defensivo. Y así es, pues el quehacer defensivo depende de la circunstancia de cada movimiento y dicha circunstancia no necesariamente coincide con otras como para que de ahí surja una organización de alcance nacional. Ésta debiera ser un partido político, pues los partidos tienen como función (teórica, al menos) articular, organizar y luchar por el poder para todos aquellos que dicen representar y no sólo para sus burocratizados dirigentes.

México es un país muy diferenciado, el many Mexicos del que escribiera Simpson en 1941. De aquí que los movimientos de resistencia en Chiapas o Guerrero, por ejemplo, no sean de interés participativo en Nuevo León o en Sinaloa, ni siquiera cuando se trata de movimientos agrupados en sindicatos o coordinadoras nacionales. Puede haber solidaridad, pero ésta decae en poco tiempo y es frecuente ver que incluso ciertos movimientos de barrios en las grandes ciudades llegan a ser repudiados por otros que tienen problemas muy diferentes.

Los optimistas suelen decir que los movimientos de resistencia, a pesar de sus muy diversos planteamientos y fines, invitan a la reflexión y a la elaboración programática. Puede ser, pero sólo lo creo cuando de esas experiencias desconectadas obtenemos comunes denominadores con cierta validez de tipo universal o, por lo menos, nacional. Esto sería otro de los papeles posibles que tendrían que jugar los partidos políticos, pero que han dejado de hacer cuando cayeron en el juego electoral por cargos y puestos en lugar de abanderar programas incluyentes de las necesidades de esas mayorías que, finalmente, son las que pueden hacer ganar un partido si se identifican con él y si no hay fraude electoral.

Las expresiones de resistencia han estado y están ahí para quien quiera verlas (y a veces padecerlas, por ejemplo en la ciudad de México), pero ni han sido analizadas (ni mucho menos atendidas) por los partidos políticos que se dicen de izquierda, ni los gobernantes pierden el sueño con ellas: o les dan ciertas concesiones, o las cooptan, o las reprimen. Es el juego del poder en el que participan también, lamentablemente, los partidos que dicen ser de oposición.

Termino con otra cita de Elvira: “… las izquierdas no han logrado avances sustantivos en la democratización del régimen ni una salida a la situación económica que no recargue sus costos en los trabajadores y los más miserables de la nación”. Y esto sí es lastimoso y decepcionante.

rodriguezaraujo.unam.mx