Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 4 de octubre de 2015 Num: 1074

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

“No tengo por qué
callarme ahora”

Elena Poniatowska

El pulso corporal
de la poesía

Xabier F. Coronado

Dos Bazares
de asombros

Carmen Villoro

Brevísima
antología poética

Hugo Gutiérrez Vega

Hugo Gutiérrez Vega
y la persona del poeta

Evodio Escalante

Los viajes de un poeta
José Cedeño

El mundo raro
de un poeta

Gustavo Ogarrio

Las dualidades
fructuosas

Marco Antonio Campos

ARTE y PENSAMIENTO:
Cabezalcubo
Jorge Moch
Bemol Sostenido
Alonso Arreola


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso

A Hugo

Murió Hugo Gutiérrez Vega, director de este suplemento, escritor admirado, persona querida… El día que nos enteramos, 26 de septiembre, fuimos gobernados por un raro desorden mental cuyas singladuras permanecen. Estas líneas son producto de ello.

“Volvimos a quedar huérfanos, carajo”, nos escribió Jorge Moch (Cabeza al cubo) al saber la noticia. Luego publicó: “Le debo tanto, tanto al poeta.” Iban a dar las nueve de la mañana. Tres horas después comenzaríamos la marcha para recordar a los 43 de Ayotzinapa. Luis Tovar (Cinexcusas) fumaba afuera de la funeraria donde había comenzado el velorio. En su rostro insomne se asomaba el desamparo. Presto a ayudar a los deudos y a recibir a los amigos, pudo corregir el nombre del vate en las pantallas de Gayosso cual último acto de redacción compartida. De este lado de la moneda le seguía siendo fiel a un hermano mayor, a un padre putativo. De entre los muchos y magníficos versos de Hugo que Luis estuvo tuiteando ese día, nos quedamos con éstos, tan agoreros: “Hasta que un domingo al tender la mano/ otra mano saldrá del espejo/ y ya nunca habrá lunes.”

Dos días después hablamos por teléfono con Francisco Torres (Monólogos compartidos), quien conociera a Gutiérrez Vega en Grecia, hace muchos años. Lo escuchamos contrito. Su desaparición removía otras congojas. Habló de un tiempo de fragilidades. Nos conmovió. Es de los que saben dialogar con la muerte, hacer revisión con sus duelos. Por él supimos –en otras conversaciones– muchas cosas sobre el pasado diplomático y literario de Hugo. Apenas colgamos llegó otra llamada: nos invitaban a conducir un concurso de música en un foro cultural. Dijimos que sí en automático, nomás para comprobar que podíamos seguir adelante. Súbitamente, recordamos el día en que Hugo nos propuso escribir sobre lauderos y construcción de instrumentos musicales. Salimos a la calle.


Foto: Archivo La Jornada

Acodados en la barra de un café, abrimos el libro Bazar de asombros que Gutiérrez Vega editara hace quince años. Imaginamos el tomo póstumo que podría sumarse con lo que publicó en La Jornada Semanal desde entonces. Buscando señales, los textos que trataban despedidas y muertes centelleaban como luces de neón de manera inevitable. Se nos antojó que el escritor hablaba sobre los normalistas asesinados: “Estos muertos son para mí tan necesarios que no podría vivir sin ellos”; “Tal vez sea mejor así… que los muertos entierren a los muertos”; “Ante la muerte se impone la genuflexión. Sólo ante la muerte”.

Cruzando un Coyoacán londinense (neorromántico, diría Hugo) a base de lluvia y charcos, recordamos su estar en el féretro. Si aún así pudiera leer, qué pensaría sobre la columna de despedida –ésta– que preparábamos. Caímos en la cuenta de que su ingreso a la memoria nos ayudaría a mejorar el rumbo, como antes pasó con nuestros propios abuelos, pues suponer que algunos ausentes hacen juicio de nuestros actos perfecciona los caminos.

Siguiendo el hilo familiar y recordando el velorio, nos dio gusto saber que Bruno, el nieto músico, haya tenido largo y buen trato con él. Pensamos luego en las Lucindas (esposa e hija), tan amables. Entonces pudimos concentrarnos en el último encuentro que tuvimos con Hugo, justo hace un año, en el Hotel De Mendoza de Guadalajara, cuando coincidimos por asuntos literarios y, una vez más, nos mostró su cálida conversación a propósito de personas y lugares de Jalisco. Aunque no podía caminar, estaba contento por la cátedra que llevaría su nombre en la ciudad. En fin. Terminamos con el desorden.

Hoy que sale un primer suplemento sin el visto bueno de sus ojos, le agradecemos dejarnos convivir bajo su fronda en este bazar de letras durante tantos domingos, aun y cuando la distancia entre nuestro esfuerzo y el oficio admirable de quienes nos rodean fuera tan grande y evidente. Con cariño abrazamos a sus deudos en casa, pero también a quienes desde la orfandad firman los textos circundantes. Huéspedes pasajeros de esta columna sonorosa que dejara a nuestro cuidado por un tiempo, nos sentimos honrados de haberlo conocido y tratado –menos de lo deseado–, en una época de tanta rabia y furia.

Buen tránsito, Hugo. Se te recordará siempre.