Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 20 de septiembre de 2015 Num: 1072

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Papeles Privados
José María Espinasa

Habitar la noche
Renzo D’Alessandro

Un día en Ciudad
de México

Héctor Ceballos Garibay

La imagen contra
el olvido: a treinta
años del terremoto

El terremoto de 1985:
“absurda es la materia
que se desploma”

Gustavo Ogarrio

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
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La Jornada Semanal

 

Ana García Bergua

Madrugar

Amanecer de vapores y cobijas, de duchas que sacuden los sueños. Amanecer de agua caliente y autobuses. Todos merecemos el regalo de un día más.

Todas las mañanas la ciudad se levanta poco a poco, se encienden los bóilers y en algunas ollas comienza a hervir agua para noescafé y en casas más pudientes se posan cafeteras que seducen a los dormidos para que se pongan las pantuflas, corran las cortinas y saquen al perro a orinar a la cuadra.

Las mañanas son de las madres que lamentan la lluvia en la ventana y acarician a los hijos cuando éstos piden cinco minutos más o un momentito y tratan de arrancar al día un pedazo más de noche protectora como una cobija.

Me gustaría pensar que todas las mañanas hay fábricas cuyos silbatos conminan a obreros entusiastas y señoras que lanzan cubetazos a las aceras y jardineros barriendo los parques como en algún documental en blanco y negro, de preferencia dirigido por Demetrio Bilbatúa y con una voz parecida a la de Álvaro Mutis diciendo: Ciudad de México amanece y se prepara para un ajetreado día. Pero no sé si eso existe ya.

Todas las mañanas la luz sorprende al ladrón en los callejones, a los amantes que deben inventar alguna historia que termina cuando amanecen juntos, al vagabundo que se durmió en la cabina del cajero automático, extendido sobre sus colchones de cartón.

Amanece para el asesino que huyó furtivo del charco de sangre que lo perseguirá por siempre. Y los que lloran al muerto amanecen y vuelven a llorar una noche eterna.

Desde muy temprano hay señoras en la Central de Abastos escogiendo piñas, melones, sandías y papayas para llevar a sus puestos del mercado sobre ruedas, y pescaderos limpiando escamas y escolares frotándose las lagañas de los ojos, y gente que sólo piensa en jugo de naranja.

Algunos hombres piensan en sus camas cómo harán para pagar esto y aquello y cómo saldrán de un lío con alguien aterrador y se quieren entregar de nuevo al sueño pero ya se agotó el chance. Algunos niños piensan en sus camas cómo enfrentarán al niño aterrador que convierte la escuela en un infierno y se quieren entregar de nuevo a un sueño en el que vuelan sobre una hermosa selva, pero el veinte se acabó.

Amanece sobre el mismo embotellamiento de anoche y de ayer por la tarde, poblado ahora de mujeres que se maquillan torciendo el espejo, hombres que bostezan escuchando el noticiero y niños desconcertados que nos miran con la nariz pegada a la ventanilla. Entre los coches caminan el hombre de los periodicos, la señora del agua, la de los panqués y el jugo, el del café en vasitos herméticamente cerrados: azafatos de nuestro despertar que igual caminarían entre tumbas si los muertos compraran flores, frutsis y yogurt.

Y amanece en el Metro, en los camiones y los peseros, y en los puestos callejeros se consumen tortas de tamal que son para muchos como un sol relleno de luz, nuestro pleonasmo más divino pues, dicen, no hay mayor gloria al despertar, luego del huevo ranchero por supuesto.

Los albañiles llevan horas trabajando cuando los demás despertamos y desde temprano sus huesos están húmedos de tierra, metal y cemento. Los voceadores se fueron al depósito antes del amanecer y sus huesos ya tienen tinta y su garganta está ahogada en las noticias que no querremos leer.

Y en las oficinas, los vigilantes miran los resultados del futbol en las computadoras recién encendidas antes de que lleguen los empleados y las secretarias, y vuelvan a encenderlas para buscar el Melate.

Amanece en el Puente de Nonoalco de Revueltas, en la calle Madero del duque Job, en el Coyoacán de Ibargüengoitia y en las películas del Indio Fernández.

Y luego a los que madrugan Dios no les ayuda y a otros que se madrugan al compadre Dios los premia con un puesto jugoso al que llegarán tarde, con chofer y sin tener que madrugar.

Amanece y yo escribo estas líneas que se me escapan de los dedos mientras preparo el desayuno y el gato exige la parte que le corresponde de nuestro trato mudo, nuestro negocio de caricias suaves por croquetas duras. Y pienso en esta ciudad de millones que a las cinco y media ya abrió los ojos en la oscuridad y se dispone a maquilar calcomanías deportivas, ensamblar partes automotrices o coser tangas de talla 8.

Amanece y los perros callejeros buscan su mendrugo del día junto al hombre que fríe los chicharrones y las cucarachas interrumpen la fiesta en las cocinas para huir de la luz.

Amanece y agradezco que haya vuelto a amanecer. Todos merecemos el regalo de un día más.