Las trampas del Tlacuache-flor

Máximo Maldonado Tlehuatle

El temible tlacuache ataca de nuevo en este relato nahua recogido
por Elisa Ramírez Castañeda, Ixtapaluca (Zongolica, de Veracruz) e
incluido en Cuentos de animales tramposos, flojos, compadres y
otros pícaros, uno de sus cuatro fantásticos libros de tradición oral
mexicana publicados en 2014 por Pluralia Ediciones.


Urna antigua de tlacuache

El tlacuachito-flor iba por el camino y vio venir al coyote haciendo ruido en la hojarasca. Se espantó y pensó: “Para que no me coma, le voy a decir que estoy sosteniendo esta peña que quiere caerse, que la estoy atajando”.

El coyote llegó a decirle al tlacuache-flor:

–Tlacuache-flor, te voy a comer.

–No me comas —pidió el tlacuache— estoy atajando esta peña y ya me desesperé porque no me vienen a dar de comer. Me muero de hambre y no aparece nadie.

–Si en verdad te mueres de hambre, yo detendré la peña; tú vete a traer tortillas —le dijo el coyote.

El coyote se quedó allí atajando la peña. Vio que una nube pasaba sobre ella, pensó que ya se le venía encima y empujaba con más fuerza, apoyándose en las patas. El tlacuache no aparecía, se fue por allí. Cuando el coyote se cansó, brincó y volteó a ver si en verdad se había caído la peña; no, seguía allí, donde siempre: donde está, está.

–¡Me engañó el tlacuache-flor! —gritó furioso— Cuando lo encuentre, de por sí me lo como.

Otro día el tlacuache-flor llegó hasta un lugar en donde estaba tirada una bestia, pudriéndose. Los zopilotes se la estaban comiendo. El coyote llegó pregúntando:

–¿Qué haces aquí, tlacuache-flor?

–Estoy cuidando los totoles —le respondió el tlacuache—. ¿Ves mis guajolotes? Los estoy cuidando para que no se vayan; desde hace rato estoy esperando que me traigan qué comer y no aparece nadie.

–Ve a traer tus tortillas y yo cuido los guajolotes —le dijo el coyote.

Cuando el tlacuache se fue, el coyote se abalanzó esperando atrapar un guajolote: ¡dónde!, si todos volaron. De balde fueron todas las carreras que dio.

–Otra vez me engañó el tlacuache-flor —dijo—. No eran guajolotes, sino zopilotes.

Donde lo encuentre, me lo como.

El tlacuache-flor llegó a un temascal y vio que el coyote lo iba a alcanzar; éste llegó preguntando:

–¿Qué haces aquí? Ahora sí te voy a comer.

El tlacuache-flor le contestó:

–Nosotros somos muchos: algunos tlacuaches somos de peña, otros tlacuaches somos de totoles espinudos, otros ratones, otros de flores. Yo soy tlacuache de temascal —le dijo engañándolo, pura mentira—. Sí, ya te han hecho bastante cosas, mejor te baño para que te repongas.

El coyote obedeció. El tlacuache flor-atizó el temascal e hirvió el agua. Molió chile dentro de un molcajete grande y lo revolvió con agua hirviendo.

–Entra al temascal —le dijo al coyote—, ya está todo listo.

Le dio al coyote una jícara con agua de chile para que cuando él le avisara, se lavara la cara. Tapó el temascal con piedras y hojas de plátano para que no se saliera el vapor. El tlacuache-flor le gritó al coyote:

–Lávate la cara.

El coyote se vació el agua caliente
y ahí murió asfixiado.